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MYKONOS
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Esta es la crónica que debería hacer
otro, pero que hago yo.
Lo primero que me sorprendió al llegar fue
la cantidad de juventud que aguanta hasta las siete de la mañana y sin perder
el entusiasmo por las calles de la ciudad. Luego, su belleza mediterránea. Mykonos
es tan lindo, que parece un decorado preparado para un rodaje de película. Tan
blanco, tan cuidado. Con sus barandas de colores, azul, verde, rojo. Ese suelo
empedrado de pizarra bordeada de blanco. Con ese laberinto de calles entrecortadas,
que me trajeron a la memoria aquellas por las que circulaba el comecocos de los
ochenta persiguiendo qué comer. Allí nos enteramos de que se construyó así para
dificultar en su tiempo la entrada de piratas y cortar de este modo el viento
que impera en la isla la mayor parte de los días. No sé si tendrá algo que ver
el aire, pero casi todo lo construido se halla concentrado en Chora, que es como
llaman a la ciudad. Como si los edificios hubieran sido barridos o atraídos por
un sumidero, quedando muy poquitos diseminados por el resto de la isla. Sólo
otro pueblo puede considerarse tal, Ano Mera. Curioso nombre por el que uno,
quizá, lo imagina en otro sitio y, en cambio se haya justo en el ombligo de la ínsula.
Está formado por una gran plaza con unas pocas construcciones alrededor, entre
ellas el Monasterio de Panagía Turlianá, con un campanario tallado y una fuente
de mármol.
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Los Molinos |
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Puesta de sol en Alefkandra |
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Iglesias las hay por todas partes. Pequeñitas.
Tan blancas por fuera y tan ortodoxas por dentro. Recargadas en su interior,
como la salita de mi tía Aurora, llenas de cuadros oscuros, de dorados, de
sillas, de brocados. En un ambiente solemne y denso. Resulta fascinante por
fuera la de Panagia Paraportiani. En
realidad se trata de una amalgama blanca de cinco iglesias juntas que así sin
más me trajo a la memoria el sombrero-elefante de El Principito.
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También me
encantaron los molinos de viento, majestuosos contra el mar y el cielo. No
tanto las playas de agua cristalina y arena cubierta de hamacas, de las que
visitamos Super Paradise, Paraga y Paradise en menos de dos horas. Dando por
zanjada así nuestra experiencia playera en la isla.
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Una de las casi 70 iglesias de la ciudad |
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Panagia Paraportiani |
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Fue curioso encontrarme con el idioma
griego, con el que continuamente me parecía estar entendiendo lo que decían,
cuando en realidad no entendía ni papa. Me explico, tienen un acento, una
entonación que realmente parece que estés escuchando a alguien de Logroño, o de
Salamanca. En varias ocasiones me pareció oír expresiones como: “el tomate,
mejor licuado”, “hasta hoy no te he visto”, o “siete caballos vienen de
Bonanza”. Claro, luego uno prestaba atención y nada que ver con la lengua de
Cervantes.
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Requetemaravillosa la puesta de sol en el
barrio de Alefkandra. Llamada la Pequeña Venecia porque el mar llega hasta sus
cimientos golpeándolos continuamente. De qué manera todo el mundo se concentra en
sus alrededores para contemplar el atardecer en el mar y contra sus fachadas.
Allí, todos apretujados, esperando los últimos momentos, aguantando casi la
respiración. Y cómo al llegar a ser engullida la última porción de sol por ese
azul cada vez más negro, la gente explota, aplaude y vitorea. Y de alguna
manera, entre palmas, te sientes hermanado con toda esa gente a la que llevas
viendo desde hace tan sólo veinte minutos. Y sientes como si un mismo
sentimiento recorriera a todo el mundo. Como si una gran misión en la que
estuviéramos embarcados hubiera llegado a buen puerto con el esfuerzo de todos.
Y es como si creyeras por momentos que la raza humana no está perdida del todo.
Hasta a la señorona de delante, que no ha parado de moverse y que te golpeó en
un descuido con su bolso Versace en tus partes íntimas, dan ganas de darle un
abrazo fraternal que te reconcilie con ella y con todo el mundo de la moda.
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En el patio de Panagía Turlianá, Ano Mera |
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Pelícano Petros |
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No puedo obviar a Petros, el pelícano de
la isla, al que te encuentras paseando por sus calles como un vecino más. Y del
que cuentan que hace años llegó herido, que allí lo cuidaron y decidió quedarse
a vivir. Que creó tanta expectación, que cuando el animal murió de viejo allá
por 1988, fue sustituido por otro ejemplar. Convirtiéndose en la mascota y
símbolo oficial de la isla. Según dicen, actualmente son tres los que viven en
sus calles, a los que resulta fácil encontrarte por las calles de Mykonos.
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Además, habría que destacar cómo cambia Mykonos
cuando se va el día. Calles que había visto por la mañana las redescubría horas
más tarde, lo mismo que si les hubieran subido el contraste en una pantalla, con
otra perspectiva y color. Como si esa fuera la hora real de lucir la ciudad en
todo su esplendor. Y si durante el día paseas boquiabierto, al llegar la noche
lo haces con los ojos totalmente abiertos.
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Después de tres días, en los que comí musaka
y ensalada griega, bebí retsina y tomé frapé; todo ello repetidamente, partí,
con dos horas de retraso, en ferry a Santorini, en donde viví un tiempo de
secano y a oscuras. Días en los que venía la luz y el agua durante dos horas, cada
cierto tiempo y sin avisar, al menos en mi hostal, pero si te pillaba fuera… Pero
todo esto queda para otra crónica.
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Sí es cierto que cuando uno se va de las
Cícladas lo hace con la sensación de que ha sido o será griego en otra vida.
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Calle de Mykonos |
Puesta de sol en la isla |
13 comentarios:
Hay tantos lugares maravillosos en el mundo, espero poder visitarlos. Y si no los conoceré a través de tan buenas fotos y crónicas.
Felicidades.
Otro lugar de ensueño para visitar. No sé si viviré para tanto.
Abrazos para anfitrión y visitante.
No en vano es una islita legendaria. si no me equivoco la usaron para filmar la comedia musical MANMA MÍA con el fondo meloso de ABBA
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Acabo de escribir un comentario en tu entrada anterir acerca del uso de gas sarín en Siria
Iba a preguntar cuánto viven los pelícanos, pero ya está resuelta la duda. No me cuadraban los números.
Abrazos jónicos. O corintios.
Yo las pisé, pero no llegué a vivirlas. Tengo ganas de encontrar mi isla griega, solitaria y ventosa, y hartarme de tomates y feta. Alguna vez será.
Un abrazo
Estuve allí y recuerdo al pelícano. Me ha encantado esta crónica. Lo de la tía Aurora, genial. Un abrazo.
¡Ay!, ¡ay!, que no me va a dar la vida para tanto. Buscaré un viaje fuera de temporada donde disfrutar sin tanta gente. Gracias, Miguelángel por llevarme aunque sea mediante la crónica y esas fotografías. El problema será qué lunar de Grecia elegir de los muchos que tiene en su piel de agua.
Miguelángel, gracias por las palabras que transportan.
Fernando, gracias por La Nave.
El viaje continúa.
Dices que esta crónica debería escribirla otro... Pues no sé qué más podría decir, que tú no hubieras dicho ya. Casi podías ahorrarte las imágenes (magníficas, por cierto), ya que tus palabras dibujan a la perfección todo cuanto viste y viviste.
El poco tiempo que estuve en Mykonos fue tan insultante que me da vergüenza confesarlo. Tuve apenas tiempo para darme cuenta de que todo era bello menos la imagen de los cinco cruceros que hacían cola en la bahía para descargar a su ejército de turistas. No sé cuándo podré volver, pero no dejo de pensar en ello.
Gracias por compartir ese precioso y preciso relato.
Miguel Ángel, yo también vi a Petros en 1992, pero seguro que era otro distinto al que viste tú... Me has traído Mykonos otra vez con tus palabras, qué bien lo has contado, aunqnue cuando yo estuve por allí no había tanto turista haciéndole la ola a la puesta de sol. Oye, y las playas a mí me gustaron, quizá porque ir hasta ellas era una aventura, cogíamos un autobús hasta la primera playa y luego una barquita (casi tipo patera) que iba descargando gente en cada cala, Paradise, Superparadise... Yo también quiero volver a perderme en una isla blanca de estas...
NO conozco Grecia, ni sus islas y -ahora que sé que tengo un pelícano tocayo en Mykonos- he encontrado la excusa perfecta para justificar mi viaje. Sólo me queda poder permitírmelo.
He disfrutado -y mucho- de tu crónica, Miguelángel. Nos la regalas con esa calidad literaria que intentas disimular -sin éxito, porque se nota, claro que se nota- debajo de un barniz de naturalidad despreocupada. :)))
Gracias a los dos, por el regalo. A Miguelángel por su crónica, a Fernando por traernos a Miguelángel.
Un abrazo,
No me dió tiempo de Mykonos, ahora me la haces renacer.
Precioso y cautivador.
Besos
Gracias Asun, Lola, Alí, Susana, Beatriz, Manu, Ximens, Patricia, Pedro, Puri, Negreira, Virgi, por vuestros comentarios. Qué lujo de comentaristas. Qué lujo de viaje. Gracias, Fernando, de nuevo.
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