A veces los jurados de los premios hilan fino, aciertan y reparan injusticias, reconociendo el trabajo callado de escritores a los que se les ha prestado menos atención de la que merecían. El caso es que Ramón Gil Novales (Huesca, 1928) acaba de ser galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas, según leo en el blog del siempre atento y generoso Antón Castro. La noticia me alegra muchísimo porque Gil Novales es uno de esos autores que pesa mucho más de lo que desaloja, por recordar la afortunada clasificación de Manuel Vicent. Ramón Gil Novales es narrador, dramaturgo y traductor, y aunque nació en Huesca ha vivido casi toda su vida en Barcelona. Quizá su mejor y mayor valedor haya sido hasta ahora nada menos que José-Carlos Mainer, quien formaba parte del jurado que le otorgó el reconocimiento.
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Como traductor, le debemos versiones de Henry Miller, Marguerite Duras, Hannah Arendt y Roger Caillois, así como de uno de los textos fundamentales de la teoría teatral, El espacio vacío, de Peter Brook. Además, ha cultivado con acierto casi todos los géneros narrativos: la novela, el cuento y el microrrelato. Así, le debemos obras como Voz de muchas aguas (1970), Preguntan por ti (1974), La baba del caracol (Guara, 1985), Trilogía aragonesa (Larumbe, 1990), El sabor del viento y otros relatos (Montesinos, Barcelona, 2005), reedición ampliada con doce excelentes microrrelatos, de la primera de 1988 del mismo título, y la novela Mientras caen las hojas (Prames, 2007). Entre sus obras teatrales destacan Guadaña al resucitado (1969) y La bojiganga, estrenada en 1971.
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A continuación, reproduzco un microrrelato publicado en su libro del 2005, texto que comento en mi reciente volumen Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español (Páginas de Espuma).
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“Instantánea”
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-Ignacio, no cruces solo la carretera, hijo; dale la mano a tu tío Pablo.
-Ya me ocupo, Rosa –y aún siente en sus dedos el tacto del niño.
Atrás quedó la mañana de mayo, como colgada en el fiel de su cielo. En la distancia, la luz esparcía los azules de la sierra. Olía a pino, a retama y a polvo.
También a polvo, como ahora. Esposado a otro, salta del camión y la sacudida le clava el hierro de la manilla. El camión apaga los faros; del coche que los ha seguido bajan tres hombres y un mozalbete. El cañón de un fusil les empuja hacia donde comienza a romperse la noche, una franja deslavada de la que brota el borrón de la ermita. La luna, cegata por el roce de las nubes, apenas descubre las trazas del camino. Suena a tierra pisada, a pedreguilla esparcida, a tropezones, porque los pasos son torpes, como acobardados.
-¿Y la fuente, tío?
-En la ermita.
-¿Está lejos?
-Ahí mismo, en aquella arboleda. ¿Te cansas?
No vuelve la cabeza. Le llega a intervalos un leve jadeo; alguien, un murmullo, se acerca. Por el lado de la ermita se desmenuzan las sombras.
-No se cansaba. Tenía siete años, ahora ha cumplido dieciocho –su voz mínima, para él suficiente. -¿Cómo, qué dices? –su muñeca tira del otro.
-Caminábamos por aquí. Venía cogido de mi mano.
La tapia se configura, va creciendo conforme se adentra la madrugada.
-¿Quién, quién era? –frena a Pablo, quiere hacerse oír-. Yo no deseo mal a nadie -balbucea.
-Viene detrás, es uno de ellos –susurra Pablo.
-Será rápido, ¿no?, sin dolor, ¿verdad?
-Le he oído, es su voz.
La tierra seca, callada, respira calor y aliento de tomillo. Al fin se abre a la fatiga del día.
-¡Mi mujer... mi mujer...!
-Es él. No hablaré. No quiero que sepa que lo sé.
El culatazo los sitúa a un palmo de la tapia. Tres descargas aturden el contorno. Del bulto asoma la fijeza de unos ojos desorbitados.
-¡Vamos, Ignacio, remátalo! ¿A qué esperas?
-¡No, eso no! ¡No puedo! Aún... aún mira.
-Si tú no puedes lo haré yo –y aprieta el gatillo.
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* El cartel es de Josep Renau.
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6 comentarios:
Una vez más, me es ajena la obra de tu invitado. Pero me sonaba el nombre y he echado un vistazo a mi pequeña biblioteca. Resulta que mi edición de bolsillo de "El Coloso de Marusi" (Seix Barral, 1969) está traducida por Gil Novales. La verdad es que las páginas de ese libro tienen ya el color de la madera en que se apoyan. Pero ahora me han venido ganas de ojearlo de nuevo, no por redescubrir a Miller, sino por un acto de pleitesía hacia su traductor.
De eso se trata, Pedro, de llamar la atención sobre otros nombres de escritores también interesantes, pero quizá menos conocidos.
vos viajas en la nave de los locso yo me muevo en la de los torpes.. al final todos naufragamos.
Sin duda, Amalia, pero el viaje no todos lo hacemos lo mismo...
Interesante relato. Callar para que el otro no sepa que tú sabes.
Lo que hacemos, lo que enfrentamos, lo que amamos.
Besos
Alba
Buen cuento.
Y... curiosa asociación la de esta entrada: el texto, que, per se, no parece llevar color político, se asocia en el mismo "ensemble" --que diría Lotman-- con un cartel de Renau... Mmm... Qué curioso...
Por cierto, quien no esté muy ducho en Renau, que no se pierda su obra gráfica, excepcional.
Saludos y gracias por sacar aquí a Gil Novales.
Niggerman
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