martes, 15 de noviembre de 2011

GINÉS S. CUTILLAS

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AHORA QUE SE ESCRIBEN EN PIEDRA
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¡Qué raro que me llame Federico!
Lorca
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Hasta los once años me llamé Federico, a pesar de que a mis padres no les convencía mucho el nombre. No está formado, decían. Cuando se le escriba en la cara, le pondremos uno más afín. Y así fue: a los doce, con el cambio de voz, decidieron que Federico ya no correspondía con mi talante, que el mejor nombre que me podía ir para la adolescencia recién estrenada era el de Francisco, Paco para los amigos. Este nombre me duró justo hasta la noche de bodas, cuando en pleno éxtasis, mi mujer me llamó Carlos. “Me casé con Paco y me desvirgó Carlos”, era la típica broma que solía hacer a los amigos.
Desde entonces, he cambiado de nombre en cuatro ocasiones más. A veces incluso solapando épocas: en la oficina y en el gimnasio me sentía Luis pero el cuerpo me pedía ser Raúl para echarme los faroles en la partida de póquer de los jueves.
Mis amigos, los de toda la vida, se confundían. Para no marearlos demasiado y evitar malentendidos, consentí en colgarme al cuello una medalla bien visible con el nombre vigente grabado. Aun así les costaba, decían que no era normal, que ellos habían nacido con uno y que el mismo les habría de durar toda la vida. Yo les decía que habían tenido suerte, que sus rostros se habían amoldado a sus nombres, que los habían aceptado. Para tranquilizarlos, les decía que algún día todos nos llamaríamos igual.
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EL AMOR ES CIEGO
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Siempre que saco la basura aprovecho para fumarme un cigarrillo a escondidas de mi mujer y de los niños. No les gusta que lo haga dentro de casa.
A través del gran ventanal que da al jardín de la urbanización, amparado en la oscuridad, contemplo la entrañable escena de mi familia mientras prepara la mesa para la cena, lo que me hace disfrutar aún más de las caladas furtivas.
Hace un par de meses estaba fuera fumando cuando, sin saber muy bien a qué venía aquello, vi a mi mujer coger el cuchillo de trinchar pavos, y primero a uno de nuestros hijos y más tarde al otro, los enganchó por detrás sin previo aviso y los degolló allí mismo, en la cocina. Cuando quise reaccionar ya era demasiado tarde para hacer nada, así que me quedé petrificado rodeado de cubos de basura apurando el pitillo y esperando a ver qué hacía después de aquella atrocidad. Como si ya lo tuviera planeado, envolvió a los niños en plásticos y los metió en la parte baja de uno de los armarios. A continuación, limpió rauda la sangre del suelo.
Yo, sin saber qué hacer, le di tiempo para que recogiera todo antes de regresar. Ella sirvió la sopa con total naturalidad. 
Fue la última vez que cenamos con cuatro cubiertos sobre la mesa. Nunca más hemos vuelto a hablar de los niños a pesar de que el infecto olor de la descomposición lo ha llenado todo durante meses.
Mi mujer sabe que fumo cuando tiro la basura. Nunca me dice nada.
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* Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) es Ingeniero informático y licenciado en Documentación. Autor de La biblioteca de la vida (Fundación Drac, 2007) y de Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía, 2010). Su obra, que ha merecido diversos galardones, ha aparecido también en varías antologías de relatos y microrrelatos, entre ellas Velas al viento (Cuadernos del Vigía, 2010).  
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20 comentarios:

Arte Pun dijo...

Me gustó el primero, es muy original y divertido. Es un buen método, si te trasladas y te llegan la mitad de las cartas, que por cierto sólo son de bancos, hacienda, el ayuntamiento, endesa y demás recaudadores, ya si te cambias de nombre de forma frecuente, no te encuentra ni Lobatón.
El segundo tiene un punto macabro, excesivo, por decir algo.
Gracias por los relatos. Saludos

Susana Camps dijo...

Me gusta mucho el primero, que asocio al tema de la identidad accidental, asumida, de otro cuento de Ginés (el del padre cuyos hijos iban cambiando hasta llegar a su lecho de muerte). Es un tratamiento sorprendente, que atrapa. El segundo, con ese intercambio de "secretillos", es de un cinismo genial.
Opino que Ginés Cutillas tiene una capacidad fuera de lo común para implicar al lector en sus microrrelatos. Además es sumamente efectivo, directo. Creo que es esa honestidad lo que se percibe y engancha.
Gracias y abrazos a ambos.

el ecologista dijo...

El primero es genial sobretodo en tiempos de enREDada que el sistema quiere saber todo de todos y que aunque seas santo te carga sanbenitos, en caanto a hacienda no creo que sea buena idea pero en cuanto a ser escritor creo que es bueno tener psedonimo. Ya en broma dire que el que se llama francisco cuando es niño no sabe en realidad como se llama ,unos le dicen paco, otros pancho otros mas frisco y el papa le dice gilipollas ven aca. Saludos.

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Me gusta el primero. Es un juego de identidades muy efectivo, donde el nombre se asocia al rostro y ambos envolucionan, se transforman continuamente. La extrañeza de los amigos es la única referencia a la realidad, en la que se ve implicado el lector, testido como ellos del prodigio. La equiparación de todos al final, con la muerte, cierra de modo notable el relato. Un abrazo.

Carmen dijo...

Después de "El koala del armario" había ya ganas de conocer lo nuevo de Ginés.
Y aquí estamos. Ejemplos magistrales de cómo maneja la técnica. Ginés tiene una mente exquisita que lo llena de ideas fantásticas (en todas las acepciones), cuando se convierten en literatura te dan tal felicidad como la de hoy.
Gracias, Fernando,
enhorabuena, Cutillas.

XAVIER BLANCO dijo...

Es un placer leer a Ginés en estas páginas. El primero te engancha desde el principio, y te hace sentir ese protagonista inmerso en una lucha de identidades, en un ser y no ser, y ese final que nos iguala, que nos convierte en un y único.

El segundo texto, duro, cínico, incluso macabro, y ese cuchillo que cimbrea persiguiendo la espalda de ese hombre cada noche después de fumar.

Gracias, un abrazo a Ginés y gracias Fernando por traernos estos textos.

Pedro Herrero dijo...

Gustándome ambos, aprecio en el primero una estructura similar a "El equilibrio del mundo", que leí de Ginés hará cosa de cuatro años y que también ha apuntado Susana. Es un terreno, el de la evolución de los nombres, que el autor domina con la autoridad del carpintero que ajusta piezas sin usar clavos. Me gusta especialmente que, pese a estar redactado en primera persona, el narrador mantiene una distancia irónica con el tema de fondo, el de esos otros cambios internos que se suceden en una misma persona, y que pueden pasar desapercibidos incluso en su círculo íntimo.

Esa distancia desaparece en el segundo relato, donde el personaje asume sin atenuantes su parte de culpa en la descomposición de la vida familiar. Sin embargo, la tensión de la historia parece centrada, más que en la responsabilidad de un crimen doméstico, en las consecuencias de esa progresiva deterioración, consentida por ambas partes, equilibrada y fatalmente irreversible.

Gran autor, Ginés, para sus amigos y lectores, que somos legión.

manuespada dijo...

El primero me parece simplemente maravilloso. Me ha recordado a mi infancia, cuando decíamos que fulanito o menganito no tenían casa de Javi o de Marta, sino de Sergio o de Sonia, vamos, que su nombre no les pegaba a su cara. De segundo me gusta que no se anda con remilgos y utiliza el humor negro más crudo sin pensar en lo políticamente correcto, y eso es de agradecer en una época en la que sienta mal a muchos incluso lo que se escribe desde la ficción, donde todo planteamiento es posible. Abrazos.

AGUS dijo...

Me gustaron mucho ambos. El primero es una sinfonía de identidades a través de las que se diluye, sin orden ni concierto, toda una vida. Un ejercicio técnico, estático, resuelto con una gran frase final.

El segundo me parece sublime. Me subyuga ese instante en el que el personaje le da tiempo a su mujer para que borre las huellas de su crimen atroz. Creo que la genialidad de la pieza reside en esa actitud de inanición que desplaza del primer plano narrativo al propio crimen, por muy horrendo que éste sea.

Un placer leer a Ginés. Gracias Fernando.

Rosana Alonso dijo...

Suscribo los comentarios de Susana, Pedro y Manu (no me gusta repetir innecesariamente...) y añado una pizquita: creo que Ginés en sus microrrelatos sabe plasmar muy bien eso que en los talleres mencionan a menudo: el extrañamiento.

En el segundo mi lectura ha sido parecida a la de Pedro, como si lo narrado fuera toda una metáfora de ciertas situaciones que se dan en algunas familias, crímenes sin crímen.
Enhorabuena y un abrazo a los dos

Jordi Masó dijo...

Extraordinario y memorable el primero, al nivel de esa otra joya de Ginés titulada "El equilibrio del mundo". Del segundo me gusta el planteamiento, aunque esperaba un giro más sutil en el desenlace. ¡Un placer leerlos aquí!

Lola Sanabria dijo...

El primero. Un canto a la versatilidad del ser humano. En un mundo donde lo singular provoca desasosiego, la mentira del protagonista sobre un futuro en el que todos se llamarán igual, pone los pelos de punta.

El segundo. Enfrentarse a un hecho tan atroz que haga temblar los cimientos de la cordura y que acabe con una rutina amable, es un reto al que el protagonista no está dispuesto a enfrentarse. El disimulo, algo cotidiano en muchas familias, se cumple aquí a rajatabla.

Me gustaron mucho.

Abrazos agradecidos a anfitrión y visitante.

Jesus Esnaola dijo...

Tuve la suerte de asistir al pre-estreno de estos dos micros sensacionales. Hay una coincidencia en el tema de la identidad, de el etrañamiento de uno mismo, el primero en su pluralidad, el segundo en la constricción del nuevo orden.

Un placer leerlos tras haberlos escuchado.

Un abrazo, Ginés

Miguelángel Flores dijo...

Me encantan. A todo lo extraño, lo irracional le das lógica. Es esa manera exagerada de escribir la que tanto me gusta, como te dije. Esas realidades que no existen pero parece que pudieran hacerlo. Nadie se cambia cuatro veces el nombre a lo largo de su vida, ni nadie ve matar a sus hijos y se calla porque también tiene cosas que callar, y sigue cenando como si nada hubiera pasado. Y en cambio, haces que uno lo vea de lo más normal mientras dura la lectura. Y cuando acabas de leer, es cuando realmente te maravillas.
Un abrazo, Ginés.

Anita Dinamita dijo...

Suscribo un montón de comentarios.
Especialmente me gusta que cree unas situaciones normales y vaya dando forma a un elemento anormal, que finalmente aceptamos. Y después de la lectura se queda el poso de la reflexión: en uno de la identidad, en otro de lo que se guarda debajo del armario en las familias y sigue oliendo mal, aunque nunca hablemos de ello.
Gracias a Fernando y a Ginés por la lectura!

Ginés S. Cutillas dijo...

Muchos amigos veo yo aquí. Muchas gracias por vuestros comentarios. Animan a seguir.

Un abrazo a todos, un abrazo Fernando.

Miguel A. Zapata dijo...

Pues otro más, Ginés. Estupendos textos, afilados y bien construidos. ¿Para cuándo la siguiente entrega en librerías? Abrazos.

Ginés S. Cutillas dijo...

Querido hermano Zapata:
Estoy cerrando un libro de relatos y preparando otro de micros. El de micros ya tiene editor, el otro a ver dónde lo coloco. Espero verte pronto por Madrid.

Abrazos.

Isabel González González dijo...

Geniales ambos, Ginés.
El primero es amable y divertido, aunque con un punto de amargura en el fondo.
El segundo es fabuloso. Exagerado, sí. Macabro, sí. Acojonante, sí. Me recuerda a Cheever. A esas historias de hombres acomodados que en absoluto se sienten cómodos, pero que se esfuerzan por estarlo. Se esfuerzan hasta el límite. Como tu protagonista.
Queremos más.

Ginés S. Cutillas dijo...

Gracias Isabel. Nosotros también queremos más tuyos.
¿Cómo va el curso de microrrelatos? A ver si te animas a venir a Barcelona a hacer una lectura.

Besos