viernes, 15 de abril de 2011

EDUARDO BERTI

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Estas greguerías y el prólogo que damos a continuación forman parte de un libro titulado Ramonerías, Textos de Cartón, Córdoba (Argentina), 2011. El volumen consta de 38 páginas y se ha hecho una tirada de 50 ejemplares.

¿Ramonerías?

Los textos que conforman este libro son un homenaje a Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y ante todo a sus famosas greguerías, pequeñas revelaciones literarias (“burbujas”, dijo alguien) que según su autor eran el resultado de una mezcla de humor y metáfora poética. De la Serna fue un escritor de lo breve. Publicó novelas hechas de fragmentos. Publicó libros de cuentos, como El doctor inverosímil, que no son sino una suma de textos breves en torno a un mismo personaje. Y escribió miles de greguerías como:.

La ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte.
La medialuna pone la noche entre paréntesis.
Los perros nos enseñan la lengua como si nos hubiesen tomado por el médico.
En el río pasan ahogados todos los espejos del mundo.
A cada disparo recula el cañón como asustado por lo que acaba de hacer.
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Lo que hace Gómez de la Serna con sus greguerías es despojar al aforismo de todo afán didáctico o moralizante (afán que, por ejemplo, hallamos en los pensamientos de Pascal) para echar una mirada perpleja y singular sobre las cosas, algo que los formalistas rusos no habrían vacilado en denominar “extrañamiento”. No se trata de lo que algunos entienden por “mirada adánica” (la mirada virgen de un Adán que ve las cosas por primera vez), sino más bien de una óptica que va más allá de las percepciones cristalizadas y que encuentra sobre todo correspondencias o analogías asombrosas entre objetos que eran a priori independientes o entre un objeto y determinada actividad humana. De allí que muchas veces en las greguerías las cosas adquieran vida: el cañón está como asustado por lo que acaba de hacer. Ramón, como se llamaba a sí mismo y como le decían los españoles al mismo tiempo que estaba Juan Ramón (Jiménez), se reivindicó como el inventor de la “greguería”, aunque es innegable que tuvo por lo menos dos claros antecedentes, el francés Jules Renard y el alemán George C. Lichtenberg, y que si uno se pone a indagar termina hallando “ramonismos” tanto en los haikus japoneses como incluso en las viejas cartas de Cyrano de Bergerac donde se lee, por citar un caso, que “la hierba es el pelo de la tierra”. Tampoco le faltaron discípulos y compañeros de ruta: desde los “areolitos” de Carlos Edmundo de Ory (“El viento es Dios que pasa bailando”) hasta los “ambages” de César Fernández Moreno (“Las orejas ponen a la nariz entre paréntesis”), por citar apenas dos nombres. Este libro aspira, con ambiciosa modestia, a ser parte de esa familia. Fue escrito lentamente, a lo largo de muchos años, y no parece terminar aquí porque estas “ramonerías” pertenecen a una serie mayor. Una selección semejante había sido ya publicada en Francia (Les Petits Miroirs, versión bilingüe de Meet Editions), pero esta es su primera edición argentina y me gusta que sea a través de Textos de Cartón, proyecto al que le deseo lo mejor en estos tiempos en que “ser de cartón” equivale cada vez menos a la noción de rigidez y cada vez más al sano dinamismo de lo reciclable.
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Algunas Ramonerías..... ......

El barómetro es un termómetro con título de nobleza.
Los que no van al médico son impacientes.
La espuma es la cerveza emborrachada de sí misma.
Un sonámbulo: un paseador de sueños.
Los carozos creen en la reencarnación.
Las cabezas de los fósforos sí que tienen ideas fogosas.
Los garabatos que hacemos mientras hablamos por teléfono son la taquigrafía de lo que no decimos.
Un molino es un reloj donde el tiempo pasa volando.
Los bizcos sólo miran a los ojos a quienes tienen entre ceja y ceja.
El moño es una corbata envuelta para regalo.
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* Eduardo Berti (Buenos Aires, Argentina, 1964) es escritor, traductor, editor, guionista y periodista cultural. Entre sus libros se cuentan las novelas Agua (Tusquets, 1997), La mujer de Wakefield (Tusquets, 1999), Todos los Funes (Anagrama, 2004) y La sombra del púgil ( Norma/La otra orilla, 2008), los volúmenes de cuentos, Los pájaros (1994), La vida imposible (Emecé, 2002) y Lo inolvidable (Páginas de Espuma, 2010) y el libro de prosas y aforismos Los pequeños espejos (Meet, 2006). Algunos de ellos fueron traducidos al francés, inglés, japonés, coreano y portugués. Es autor además de diversas antologías, como Galaxia Borges (Adriana Hidalgo), junto con Edgardo Cozarinsky; Los cuentos más breves del mundo (Páginas de Espuma); Historias encontradas (Eterna Cadencia) y Fantasmas (Adriana Hidalgo). Ha traducido libros, entre otros, de Nathaniel Hawthorne y Jane Austen. En el 2008 fundó la editorial La Compañía, donde hace las veces de director literario: www.editoriallacompania.com

* La foto del autor es de Mariel Ballester.
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5 comentarios:

Jesus Esnaola dijo...

Me gustan mucho las greguerías de don Ramón. Isabel Mellado llamó "Huesos" a la tercera y última parte de su libro, puede que más por motivos de coherencia con el libro en su conjunto que porque prefiera esa denominación a otras. Ahora Eduardo Berti, "Lo inconfesable" me entusiasmo, publica estas "Ramonerías" que se hacen más apetecibles aún por la dificultad de obtenerlas. Lo llamemos como lo llamemos es un género que me encanta, sobre todo, por el poder estimulador e inspirador que suelen tener sobre mí. Cuando se consiguen hacer bien, claro.

Un abrazo para los dos.

Julia U dijo...

Son relajantes.

David Pérez Vega dijo...

Hola Fernando:

Yo de Berti he leído su novela "Todos los Funes": una curiosa búsqueda metaliteraria de los Funes de la literatura argentina. El más curioso me pareció el que aparece en "Cuentos de amor, de locura y de muerte" de Quiroga.

Ayer, precimamente me acordé de Berti y de ese libro de los Funes, porque estoy leyendo los "cuentos completos" de Fogwill y aparece otro Funes en un cuento. No recuerdo si Berti contabilizó a ese Funes o no.

saludos
David

Isabel González González dijo...

¿Por qué me gusta tanto el de la corbata?

Miguel A. Zapata dijo...

Fantástico Berti (y sus cuentos) y fantástico nuestro Ramón, algunas de cuyas mejores novelas son una diadema de greguerías, sin que ello vaya en detrimento de la unidad de la obra (pienso en "El incongruente", "El doctor inverosímil", "Museo de reproducciones" o "Cinelandia").