miércoles, 24 de noviembre de 2010

Para Alfonso Canales

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ALFONSO CANALES Y «LOS FICTICIOS»
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Hay episodios de la historia literaria que nacen y mueren con tanta naturalidad que cuando alguien nos proporciona noticia de ellos parecen más cerca de lo legendario que de la realidad cotidiana en la que surgieron.
A todos aquellos que estén familiarizados con la obra de Juan Perucho les habrán llamado la atención las alusiones, siempre de pasada, a la Academia de los Ficticios, que fundó junto con Carlos Pujol y Pere Gimferrer. Quizá la historia empezó cuando, allá por 1983, Lluís Bassets le propuso al autor de Arde el mar que escribiera para El País unos artículos sobre la actualidad literaria. Que Gimferrer se sintiera más cerca de algunos raros del XVIII y XIX que de sus contemporáneos no debió de extrañarle demasiado a Bassets ni a ninguno de sus lectores. Así se gestó lo que luego sería el libro Los raros.
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A nadie que conociera a Perucho se le ocurriría escribir sobre antiguos autores olvidados sin contar con sus sugerencias y con sus libros, por lo que Gimferrer empezó a frecuentar la casa de la avenida de la República Argentina, a la que —como amigo y vecino— solía acudir también Carlos Pujol. Que los tres coincidieran y que la tertulia se montara no debió de costar demasiado trabajo... Y si sabemos que el incitador fue Gimferrer, parece imposible e inútil la resistencia. Cada dos o tres semanas, desde comienzos de 1983, se reunían a charlar sobre literatura y sobre cine. Ni que decir tiene que la casa de Perucho era el lugar más idóneo: por la preeminencia de la edad, por su magisterio y por su envidiable biblioteca, en la que los libros están al alcance de la mano, siempre en primeras ediciones espléndidamente encuadernadas.
Si las fechas concuerdan con los recuerdos de los protagonistas, el primer tema de conversación fue Pamela, la novela que Perucho acababa de publicar. Un día se ocupaban de Teodor Llorente, fundador de Lo rat penat; otro, de los olvidados poetas que recoge Cossío en su historia de la poesía española de la segunda mitad del XIX, que —en una ocasión— definió Valente como una guía de teléfonos cuyos abonados se llamaban todos Fernández, menos Rosalía de Castro y Bécquer. También charlaron de la Botánica funeraria, de Celestino de Barallat; de Hoyos y Vinent; de la obra de juventud de Fernández Flórez, de sus cuentos fantásticos; de Julio Camba, de Cunqueiro... Perucho les hablaba de viejas historias de la Cochinchina, de los personajes de su novela, del beato Almató, que murió mártir en aquellas lejanas tierras y tiene una calle en Vallcarca. En fin, si se echa un vistazo a los artículos de Perucho o a Los raros, puede uno hacerse idea de por dónde podía ir la conversación.
El cine, las películas que ponían en la televisión, también solía ocupar su atención. Con especial interés recuerdan el ciclo dedicado a Douglas Sirk que presentaba Antonio Drove. Pero lo que más les impresionaba era las apariciones del cineasta de origen danés con unas gafas ahumadas, recitando a Goethe en alemán y monologando sobre cine y estética, con tanta solemnidad como inteligencia.
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Carlos Pujol fue quien dio con ese nombre pintoresco y un poco literario que buscaban, muy adecuado para la charla divagatoria y diletante: los ficticios. Y también fue el autor de la siguiente «Contrerime», fechada en «février 1984»: «À cette heure-là, les Fictifs / —c'est entre chien et loup— / parlent de rien, parlen de tout, / joyeux et méditatifs. // À cette heure-là, le temps n'est rien, / l'univers devient livre, / et chacun dans son coeur s'enivre / d'être académicien. // La chatte, blassée, nous dit: "Pouah!", / avec son air farouche, / ils aiment trop ouvrir la bouche: / L'Académie c'est moi!». Pensó Pujol que, puestos a versificar, había que utilizar una forma rebuscada y humorística..., y si era preciso hacer una broma, en francés sería más chocante. Y así, se acordó de Paul Jean Toulet, un contemporáneo de Proust, que años antes había imitado Gil de Biedma en, por ejemplo, "Happy Hending".
Gimferrer les hizo notar que aquello no era una reunión cualquiera, ni siquiera una tertulia como tantas otras, sino que tenía que ser algo más serio, una academia. ¿Pensaba quizás en algo parecido a la de los nocturnos, en la de los desconfiados, o en el Bilis Club, de Clarín y Ortega y Munilla? Y como en las academias clásicas, se nombró correspondiente en Málaga al poeta y abogado de la curia episcopal Alfonso Canales. En puertas se quedaron Martín de Riquer, maestro de los tres académicos, Juan Ramón Masoliver y Francisco Rico.
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¿Por qué Canales? Pues, por su amistad con Perucho y Gimferrer. Al poeta andaluz, autor de Aminabad y Tres oraciones fúnebres, por recordar sus obras mayores, lo conoció Perucho en 1967, en unas jornadas literarias en Asturias, y se quedó muy impresionado por sus saberes sobre las piedras preciosas. No me parece descabellado, por tanto, pensar que en esta amistad pudiera cifrarse el origen del «tratado de piedras mágicas» que es su Lapidario portátil.
Las relaciones entre estos tres académicos merecerían un artículo aparte. En esos años contribuyeron a la edición en Trieste de Rosa Krüger, la curiosa novela de Sánchez Mazas, con pasajes en aranés. Canales intervino decisivamente en la concesión del Premio Nacional de Literatura a Arde el mar. Pujol le dedicó un libro a Perucho y lo convenció para que volviera a escribir novelas. Gracias a Gimferrer el Gian Lorenzo, de Pujol, pudo editarse en Málaga. Perucho les ha dedicado diversos artículos y, en fin, Gimferrer prologó la poesía completa del autor de Les històries naturals.
En 1987, cuando ya se habían hecho un diploma que los acreditaba como miembros, ocurrió (comenta un escéptico Pujol, que recuerda a Mixeta, la gata que entonces correteaba por allí) lo que es propio de una academia ficticia, que se deshilache en el aire, como las nubes... Pero como nunca llegó a disolverse (recuerda un optimista Gimferrer, que echa de menos la estufa que presidía la sala de reuniones), si queremos podemos volver a empezar mañana...
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P.S. Este artículo apareció publicado en la ed. catalana de El País, el 24 de febrero de 1997. La semana pasada murió el poeta y abogado malagueño Alfonso Canales. Había ganado dos de los máximos galardones literarios que se conceden en España, el Premio Nacional de Literatura. por su libro Aminadab, en 1965, y el Premio de la Crítica, en 1973, por su Réquiem andaluz. Del resto de sus libros, yo me decanto por Port Royal (1956). Fundó con José Antonio Muñoz Rojas, en 1950. la revista Papel azul y la colección de poesía A quien conmigo va, nombre que proviene del romance del Conde Arnaldos. Alfonso Canales fue también uno de los fundadores de la revista Caracola.
Perucho solía evocar siempre a su amigo con gran admiración y cariño. Con motivo de la aparición de este artículo sobre los ficticios, aunque no nos conocíamos personalmente, Alfonso Canales me escribió una carta de agradecimiento, esperando que coincidieramos en alguna ocasión, algo que lamentablemente no se produjo. Dejo, a continuación, uno de sus poemas.
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"El poeta se lamenta de la fugacidad del querer humano"
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¿Adónde va el amor, por más que duela
el corazón a cada estrecho paso;
con qué peso se hunde, en qué fracaso
el beso se anonada y se cancela?

Abrígalo si puedes: va que vuela
su precario calor, al cielo raso.
Mira que con frecuencia se da el caso
de que a la vuelta el velo se desvela.

¿Adónde vamos a parar con tanta
ráfaga que se va por un postigo,
si el cisne se nos muere cuando canta?

¿Qué puede alimentarnos este trigo
que siempre se nos queda en la garganta?
¿Adónde vamos a parar, amigo?
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* En las fotos, de arriba a abajo, aparecen Alfonso Canales, Juan Perucho, Carlos Pujol y Pere Gimferrer.
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4 comentarios:

Unknown dijo...

Qué gran poeta era Canales y qué poco se le conoce. No sabía de su muerte. Gracias por el dato, aunque sea triste.

Miguel A. Zapata dijo...

Perucho... Solo algunos de los títulos de sus obras son ya obras maestras: "Nicéforas y el grifo", "Galería de espejos sin fondo" o "Historias secretas de balnearios".
Hace poco, una catedrática granadina, amiga y paisana, me decía que era yo demasiado joven para haber disfrutado a Perucho (¡¡¡). Me explicaba que es de esos pocos autores que se gozan más cuanto más cerca del otro mundo está el lector. Que cada cual lo interprete como quiera.

Las esquinas del día dijo...

Las 365 prosas de El año sabático (1976)también son muy interesantes. Y tampoco hay olvidar que fue él quien puso en conocimiento de Cela el memorable caso del "cipote de Archidona". La correspondencia que intercambiaron era muy sabrosa. Quizá nunca el onanismo haya prodigado páginas tan chispeantes (o así me lo parecieron en su momento.
Descanse en paz.

Propílogo dijo...

¡Cómo echo de menos aquellas tertulias en las que nunca estuve! (y en las que tendría poco que aportar).
Cuentan en mi casa que a mi abuelo, que escribía de verdad, le decía la gitana en la calle:
"Do va, Gabirel, tan pulcro y fino"
"Voy a la tertulia de Doña Camino"

Saludos
Gabriel