Todo el mundo quiere a Eme
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Si Eme no existiera habría que inventarlo. Nadie sabe de
dónde ha salido ni cuánto hace que anda limpiando la suciedad y el mal rollo de
este barrio. Siempre tiene a punto una sonrisa espléndida y unos muy buenos
días, como si en lugar de ir de un lado para otro sacando brillo de donde no lo
hay tuviese una misión secreta que se afana en cumplir día tras día, un
propósito más allá del bien y del mal que le tiene enormemente satisfecho.
Eme observa y saluda a todos como si cada uno de nosotros
fuese algo extraordinario, como esforzándose en mostrar un lado amable que no
consigue ocultar del todo su auténtica naturaleza. No es ni joven ni viejo, ni
alto ni bajo, ni guapo ni feo, lo único destacable en él es una pequeña joroba.
Por lo demás Eme es normal, corriente, olvidable. Lo suyo le ha costado.
También es muy escrupuloso con sus escasas posesiones: una
bata impecable, unos cuantos trapos y un carrito de basurero del que asoma el
mango de la escoba, que por cierto nunca saca la cabeza de su escondite. Nadie se
explica cómo están las calles tan relucientes si a Eme nunca se le ha visto
barrer.
Al final del día, Eme sigue teniendo a punto una sonrisa y
un hasta mañana que suena algo más siniestro de lo que debería ser un mañana. Tal
vez sea por el cansancio, o porque Eme ya está harto de interpretar a un agradable
barrendero invisible. Por eso cada noche, cuando acaba su turno, está deseando
hacer su otro trabajo, el de verdad, que consiste básicamente en ser él mismo:
primero se quita la bata y la cuelga en una percha dentro de su taquilla. Luego
inspira con fuerza y sacude la joroba para desplegar las dos enormes alas
negras agazapadas en lo alto de su espalda. Tira del mango de madera que
sobresale del carrito y empuña con firmeza su guadaña, que no tarda en alcanzar
el triple del tamaño que tenía cuando era escoba. Eme completa la
transformación envolviéndose en una capa que hace sólo un instante era un
montón de trapos, emprende el vuelo y desaparece. Si alguien pudiese verle ahora
no se iba a olvidar de él en la puta vida.
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5 comentarios:
El contraste entre ese tono naíf de los tres primeros párrafos y la carga devastadora que construye de forma ascendente el último párrafo es brutal. El último párrafo es brutal. La última frase es brutal.
Desde luego, un microrrelato que no deja indiferente. Al contrario: muerde. Piraña, piraña, esta pieza. Enhorabuena, Loli.
Abrazos a invitada y anfitrión.
De cuántas maneras y formas sabe el ser humano practicar el autoengaño mirando para otro lado.
Me encantó, un abrazo desde Argentina
Amalia
Muy visual la metamorfosis, y muy bien puesta la penúltima palabra. Un abrazo de piraña
Todo narración corta necesita de una escritura limpia. Sustantiva. Esta necesidad aumenta en dirección opuesta a la extensión del relato. La escritura de Loli Rivas cumple con este requisito esencial y eso hace que "Eme", por ejemplo, sea tan demoledor.
Este micros es uno de los que más me ha gustado de Loli Rivas.
Saludos
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