jueves, 18 de octubre de 2012

JUAN JOSÉ FLORES

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El traje del diablo

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Otra vez tengo que hacer algo terrible, Lola, y necesito ese traje, ya sabes cuál. Te lo reservo en este instante, dame preferencia, por los viejos tiempos. Pagaré un anticipo generoso por el alquiler y también por los inevitables  arreglos que tendrás que hacerle. No creo que aún me valga como antes, han pasado muchos años desde la última vez, ya no soy tan joven, y además he engordado, te haces cargo. Así que ponte a la tarea, Lola: descoser y volver a coser. Sácalo de donde lo tengas, del fondo oscuro del guardarropía, donde sin duda lo ocultas y tratas siempre de perderlo entre tantos otros trajes vulgares, para así fingir que nada sabes de él, que en realidad no lo posees, que no es cierto que el diablo en persona te lo dejó una noche, en prenda de lo que no quieres acordarte. Ya ves, yo no creí volver a precisarlo. Todos decimos lo mismo: "Una vez y nada más, Lola", pero luego... De nuevo me urge ese traje, Lola, ¡ay, Lola! Por lo que más quieras, consigue que me sirva de nuevo y yo aparezca impecable ante mi destino. Lo importante es que no me tire de la sisa cuando haga lo que tengo que hacer. No te prometo devolverlo impoluto, bien sabes que eso no es posible. Deberás eliminar luego las huellas de lo que con él se hizo, cuando menos disimularlas: la arruga, el posible desgarro, la mancha inclemente, rastros inevitables y míseros, sombras del infortunio.  Sabes que te pagaré lo que me pidas. ¡Ay, Lola! Esta vez será la última, lo prometo.               
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Gerhard Richter, "Gegenüberstellung, 1" (Confrontación, 1)
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Ha sido un acierto echarme un rato la gabardina por los hombros, para ocultar el traje. Es mejor que no me muestre mucho así vestido, antes de que llegue a mi destino. Sé bien que no valdrían disimulos si me cruzara con algún conocido, que sin duda amagaría el saludo al verme de esta guisa, desviaría la mirada en el instante justo, con buenos reflejos, si se lo permitiera el asombro o el temor; hasta puede que ese testigo involuntario fingiese un súbito cambio de rumbo con el que alejarse de mí a toda prisa. Qué liviano es el traje, parece una segunda piel, tela de gran calidad, estupenda hechura que facilita los movimientos, cualquier movimiento; nada parece imposible con él. Cómo cubre y disfraza la vergüenza original de saberse desnudo; de pronto, desnudo y exiliado. Se diría que hasta se pudiera engañar al ángel de la flamígera espada, y así cruzar sin daño el umbral que custodia, tan admirable y terrible es este traje. Pero no conviene tentar la suerte hasta ese extremo.
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Gerhard Richter, "Gegenüberstellung, 2" (Confrontación, 2)
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Una eternidad me parece el tiempo transcurrido desde que, a precio de oro, alquilé este traje maldito, que tan liviano resulta siempre al vestirlo y luego acaba pesando como un ropón inclemente. Siento ahora que las costuras se deshilachan, que los arreglos que a medida me hicieron se desbaratan a cada paso que doy, a cada gesto. El traje extraña de pronto mi cuerpo y yo desespero por afianzarme en este laberinto de descosidos, incluso de desgarrones, por los que se escapa mi ausencia. Con un afán desmedido he rebuscado en los bolsillos, por ver si algo de lo que ahí olvidaron otros antes que yo pudiera ser una señal, pero todo cuanto he hallado en ellos era mío y sólo mío. En los servicios de un bar he tratado de refrescarme la frente y no he logrado reconocerme en el espejo. Un desconocido vestía el traje atroz que el diablo tejió. En el último instante, me ha asaltado la tentación de despojarme de él antes de tiempo, de lanzarlo al río de aguas oscuras desde este puente solitario, y entregarme desnudo e indefenso a mi destino, vestido de paraíso, pero ya era tarde para eso, demasiado tarde, el tiempo casi se ha cumplido.
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Gerhard Richter, "Gegenüberstellung, 3" (Confrontación, 3)
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Aquí tienes el traje odiado, Lola, te lo devuelvo y abomino de lo que con él hice, lo admito. ¿Por qué no lo destruyes? ¿Qué contrato nefasto te liga con quien lo tejió para que lo custodies con tanta lealtad y esmero? Verás en qué triste estado lo traigo esta vez, peor de lo que pudieras imaginar. Cada vez es peor. Casi como los harapos de un pordiosero te lo entrego, la saya raída de un peregrino, y ya siento la piel fría como un rencor antiguo. Ahora te tocará recomponerlo, Lola. No te envidio: zurcir las huellas del dolor, de la desesperación y la culpa que rasgaron el fino paño, y eliminar después la mugre violenta que dejó un cuerpo al que se le trastocó el claro entendimiento al enfrentarse con su destino. El bulto mezquino y arrebujado de un sudario parecería que te devuelvo. Olvida mi nombre, Lola, una vez más. Cuando pase frente a tu sastrería, también yo fingiré que no te conozco ¿Hasta cuándo, Lola, hasta cuándo? Lo que más me perturba es no recordar para qué quería yo el maldito traje del diablo.
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* Juan José Flores (Barcelona 1955). Es licenciado en Biología por la Universidad de Barcelona. Ha publicado las novelas Como un ángel herido (1997), En el umbral (Edhasa, 2002), Todas las primaveras (2005), El corazón del héroe (2009), estas dos últimas en Alfaguara, así como el libro de cuentos Vida de perro (Menoscuarto, 2007). En la actualidad dirige un taller de narrativa en Barcelona (www.juanjoseflores.net.)
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3 comentarios:

Gemma dijo...

Un relato que subyuga en cada una de sus partes. Incompleto en apariencia, el narrador es capaz de recomponer la desgracia que asoma de forma fragmentada, persuadiéndonos de que basta lo entrevisto. El autor muestra, además, un buen manejo de la elipsis. Un abrazo, Juanjo

AGUS dijo...

Sí, una pieza asombrosa; pues se cifra a partir de la ausencia de la propia historia. Como si de un juego irónico se tratase, en el que se hace partícipe al lector hasta hacerlo cómplice. Y pese a la ausencia, al final, la historia se intuye de una forma rotunda, casi física.

Un placer leer a Juan José, gracias Fernando.

Abrazos.

Araceli Esteves dijo...

Me ha gustado mucho el texto, pero me gusta mucho más si sólo me quedo con la primera parte, la número 1. Es tan rotundo, tan inquietante, deja tanto a la imaginación del lector, que queda resonando mucho más tiempo.