domingo, 2 de enero de 2011

Auguri!

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La Nochevieja en Roma no parece ser muy distinta de la española, aunque en Italia lo tradicional sea comer pata de cerdo rellena y cortada en lonchas, con lentejas (como nos recordaba Freia) que dicen que traen buena suerte. Nosotros no pudimos cumplir con estos ritos, pero fuimos a un recital de ópera en la Iglesia di San Paolo entro le Mura (para esto de nombrar, no hay quien les haga la competencia a los italianos), con la iglesia a rebosar y con algunos espectadores más pendientes de sus móviles y de grabar la actuación que de verla. Por cosas como estas, no hace mucho que nos reíamos de los japoneses. En esta ocasión, los adictos a la tecnología, más que al directo, no eran japoneses. Arrancaron con la barcarola de Offenbach y acabaron con el cuarteto “Bella figlia dell´amore”, de Rigoletto, sin olvidarse de Mozart, Bizet, Rossini, Verdi, Puccini, etc. A mí me hubiera gustado oír algún aria de El murciélago, pero no me hicieron el gusto. En fin, los músicos y los cantantes me parecieron bastante mejores que los de hace un par de días, pero desde la última fila donde nos colocaron no resultaba fácil apreciarlo.
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Lo mejor de la noche fue el reencuentro con Veronica, una vieja y querida amiga italiana, filóloga, que ahora anda peleándose con la Crónica de Ramón Muntaner. ¿Es fácil cenar en Roma durante la Nochevieja? Yendo con Veronica, sí. Por lo que habíamos visto a lo largo del día, había varias posibilidades: menús establecidos, con precio fijo, nunca por debajo de los 60 euros; comer a la carta con un suplemento del 30% por ser la noche que era; y cenar a la carta, si no al precio habitual, sí a otro precio razonable. En la Via del Boschetto nos llamó la atención La Taverna dei Monti. Monti es el nombre del barrio. Bueno, pues cenamos estupendamente bien, sin estar amontonados y sin apenas tener que esperar. Y todo ello por los buenos oficios de Veronica, y al razonable precio de 95 euros. Para tres personas no está nada mal. Tomé berenjena a la Parmesana, compartida con los demás; un trozo considerable de pez espada a la plancha y un milhojas. Y todo ello regado con un Marino, un buen vino blanco italiano. Con el fragor de la conversación, hacía mucho que no nos veíamos y teníamos que ponernos al día, estaban a punto de darnos las 12 cuando pagamos y nos íbamos. Pero como éramos los últimos clientes del local, los empleados, una mezcla curiosa de italianos e indonesios, nos invitaron a celebrar con ellos la llegada del año nuevo. No tenían uvas, pero nos ofrecieron champagne, una variante local, y pandoro (un gemelo del panettone pero sin pasas ni frutas confitadas). Así, con la televisión encendida, mientras daban las 12 nos fuimos intercambiando apretones de manos, besos e infinitos auguri! y bon anno! Me parece que todos nos quedamos un poco abrumados por la amabilidad y la generosidad de estas gentes a las que de nada conocíamos. ......
Al salir, en la calle, nos encontramos con los habituales petardos, fuegos de artificio, gritos, felicitaciones de gentes que veíamos por primera y última vez en nuestra vida… Así, de esta guisa nos plantamos en la Plaza de España, junto a la Trinità dei Monti, que seguía llena de gente y de botellas de champán que casi alfombraban el suelo, mientras los jóvenes italianos se enganchaban a su móvil para desearle a la mamma auguri!
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De allí n0s fuimos a la Via Veneto, calle que como anuncia una placa, Fellini convirtió en el teatro de la dolce vita, donde nos tomamos una copa, un gin tonic, para más señas, al aire libre, como unos machotes. Y así se acabó lo que puede contarse de la noche, entre más petardos, músicas estridentes que salían de salas de baile, en cuyas puertas esperaban, no sabemos qué, numerosas bellinas sobre zapatos de aguja que producían un cierto vértigo, junto a jóvenes disfrazados de pijos, si es que no era su piel habitual, que puede ser que sí, dada la zona de la ciudad. Seres de la noche, de esos que deben pasar el día acicalándose o haciendo ejercicio en el gimnasio para estar en perfecto estado de revista cuando sale la luna, pero que parecían haber adquirido una transparencia en la piel que daba un poquito de miedo. Y mientras nosotros nos encaminábamos hacia la plaza Salustio, las calles seguían llenas de gentes alegres, cargadas de bebidas, como ocurre la Nochevieja en casi todos los lugares del mundo.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.

1 comentario:

basiliopc dijo...

Es una experiencia curiosa pasar la Nochevieja fuera de tu país.
El año pasado la pasé en Estambul y lo que más me sorprendió de cómo la celebraban era precisamente que no la celebraban. A ver, la gente sí salía a la calle como una noche especial y había riadas de jóvenes por Istiklal Cadessi (la calle principal de la ciudad), pero en el momento justo del cambio de año no pasó nada: ni uvas, ni cuenta atrás, ni fuegos artificiales, ni besos, ni nada. Sólo un par de españoles tomándose 12 pasas de la suerte.