jueves, 8 de julio de 2010

De artistas, artesanos y otras hierbas

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En una sociedad en la que todos nos consideramos artistas, da gusto encontrar a alguien, como Adolfo Domínguez, que sólo se considera costurero. Vivimos en un mundo en el que a nadie le gusta que lo llamen artesano. Parece ser que nada rebaja tanto como esa palabra. Quizá porque supone el conocimiento de un oficio, su práctica discreta, sin alharacas, sin necesidad de mantenerse eternamente joven ni la obligación de hacer el ganso. Así, los peluqueros, los cocineros, los dibujantes de cómics (ahora novelistas gráficos), los dj, los escribidores y poetastros, cualquier rascatripas o cantante más o menos gritón, y los sastres, claro, todos se sienten artistas. Como todo aquel que ha publicado alguna vez un libro se considera inmediatamente escritor. Y no contentos, hemos dado un paso adelante: antes de nosotros no hubo nada, somos el punto de partida de una nueva era... ¡Sólo faltaría! Dibujar tebeos o pinchar discos queda antiguo, no mola. La modestia, la discreción, el sentido de la realidad y del ridículo, no parecen ser signos de nuestra época, y mucho menos aún el sentido común y la sensatez. Todos queremos medrar, sea como sea, jeta no nos falta. Con 40 años nos consideramos todavía jóvenes y los que se acercan a los 70 quieren ser los más jóvenes de todos, y para demostrarlo, nada mejor que divulgar la última bobería que se le ha ocurrido a alguien en Nueva York, Berlín o Londres. Cualquier impostura vale y puede ser justificada, con tal de parecer que no nos quedamos atrás, porque todo nos da ya igual a todos; qué más da, nos decimos, a cínicos nadie nos gana, ni a modernos.
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Así las cosas, quizás el verdadero reto consista en ser capaces de ver un poco más allá de la leve agitación que produce la espuma de los días. Lo experimental como excusa para todo tipo de gracietas, como una manera de abrirse paso y de llamar la atención de los que apenas conocen la materia. Todos queremos ser Damien Hirst. En fin, quizá haya llegado el momento de volver a aspirar a ser sólo buenos artesanos, a aprender a tener paciencia, a volver a pensar que nadie se hace artista en cinco minutos, ni siquiera siendo joven (de esos que rondan los 40 tacos). Y, luego, ya veremos a ver qué pasa. ¡Ojalá!
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15 comentarios:

Acida dijo...

cuanta razon tienes!!

la verdad que ma he hecho gracia tu texto si sera verdad eso

de mama quiero ser artista y salir en las revistas...


falta humildad... un saludo

Juan Carlos Chirinos dijo...

Se ha olvidado eso, que ya no sé quién lo dijo, de que el arte es una larga paciencia o, como se dice en Venezuela, de manera más popular y certera, 'paciencia y salivita'.
Muy interesante esa idea de que nuestra sociedad es una "sociedad de artistas", es decir, de gente que se tiene por creativa y 'original' per se, sin ningún tipo de proceso de formación -o de dominio de un oficio o técnica-. Es como si la "techné" aquella famosa de los griegos hubiera desaparecido en beneficio de una "poeisis" transfigurada en esa noción, a veces tan necia, de "experimentalismo".
Pero, al final, se ve que los que "tienen oficio", los que hacen lo que tienen que hacer sin tanta pose, como Domínguez, son los que dicen con humildad: yo solo coso; o yo solo escribo; o yo solo bailo; o yo solo cocino.
Hay que denunciar siempre a los papanatas que se niegan a asumir sus 40+ años, y van de jóvenes, como si eso les diera el pasaporte a la creatividad pura. Déjense de tonterías; hasta Mick Jagger envejece, amigos.

Anónimo dijo...

Esta entrada me ha evocado el día en que se me ocurrió decir en la Facultad de Traducción que traducir era un oficio artesanal (de carpintero o, como mucho, ebanista); casi me saltan al cuello los artistas de la clase, instalados arriba y abajo de la tarima... Y eso que ya quisiéramos muchos poder ser buenos ebanistas; no veo el insulto por ninguna parte...
Saludos

Susana Camps, carpintera de guías de viajes

Anita Dinamita dijo...

No entiendo por qué nadie quiere que le llamen artesano, hacer arte tranquilamente, dedicarte solo a eso, con tus manos, sin hacer otra cosa.
Tiene que ser maravilloso... ojalá yo pudiera.
Y comparto eso de que todo el mundo quiere sentirse joven, me aterra ver eso, yo quiero envejecer, quiero vivir y quiero morir cuando llegue mi hora, hoy o dentro de unos años, si puede ser llena de arrugas y con ese olor de que a la carne le queda poco y no está buena para ser comida.
Gracias por tus reflexiones!
Un abrazo

Juan Manuel González Lianes dijo...

Siempre he considerado que hacer literatura es como construir una casa. ¿Qué buen albañil no conoce los materiales, la materia prima que debe trabajar, los riesgos que corre, el tiempo que le es necesario para que se vaya asentando lo ya hecho? Un escritor no es más que un artesano de la palabra. Y tal evidencia, sin embargo, se la considera insultante. ¿No será acaso que el lenguaje se ha hecho excesivamente perverso, y lo sencillo envilece? Me comentaba mi mujer que en un documento había hallado, referido a un ama de casa, la siguiente etiqueta: la de ejecutiva doméstica. ¿Qué más se puede pedir? Yo, a este paso, acabaré siendo ingeniero de materia gris adolescente, y no profesor.
Aunque, puesto a pensar, tal vez acepte el nuevo título, por mi propia salud mental más que nada.

Víctor dijo...

Pues mira que arte sano (en dos palabras) suena muy terapéutico... Un saludo, Fernando.

Elvira dijo...

Cuánta razón llevas.

Claudia Sánchez dijo...

¡Muy interesante la reflexión!
A veces creo que de 20 años a esta parte el tiempo debió cambiar su medida. Ya no alcanza para nadie. Todo acaba pronto. Se vive rápido. La mayoría de las cosas son efímeras. Nadie piensa en lo perdurable porque para eso hace falta calidad, y para lograrlo, mucha paciencia y trabajo... y no hay tiempo! Por eso la mediocridad impera por doquier. Todo es descartable, intercambiable, acomodable. Pero ojo, que mucha culpa tiene el cerdo, pero más quien le da de comer.
¡Saludos!

marinero dijo...

Sobre este tema, creo ilustrativa la opinión del poeta inglés W. H. Auden, quien afirmaba que una diferencia entre el artista y el artesano es que el primero, una vez en posesión de la destreza técnica del oficio, sabe (al menos, de un modo razonablemente aproximado) cómo será el producto -el cesto, el tejido, la vasija- una vez se termine. En cambio, el artista no sabe cómo será el suyo antes de hacerlo; es decir, su trabajo tiene una parte esencial que ni aproximadamente puede darle resuelta dicha destreza de oficio, sino que -en la medida en que esto puede decirse de lo humano- es creación pura, generada en el propio proceso creativo y de ningún modo previsible antes de él.
UNA PARTE, repito. Esto es, dentro del artista que de veras lo sea ha de haber un artesano, tan competente como el que más: es la base, el cimiento de su trabajo. Pero es sólo el cimiento; sobre él hay que construir la casa.
En resumen, un artista tiene que ser un artesano de veras competente -sin eso no pasará de ser un aficionado-, pero tiene también que ser algo más.
Hace bien Adolfo Domínguez en esa actitud suya, pragmática y humilde: es recomendable para todo el mundo, incluso para el artista. Pero, además, el más impresionante vestido del mundo pertenece a otro universo distinto de aquel donde están situados la Divina Comedia, la Pasión según San Mateo de Bach o Las Meninas; estos últimos alcanzan profundidades de imaginación, emoción e inteligencia que al primero le están vedadas. Son creaciones, en un sentido en que jamás podrá serlo la más admirable de las artesanías; aunque eso no quita para que, en efecto, puedan estas últimas, en su propio plano, ser de veras admirables

Pablo Gonz dijo...

Yo no distingo entre artesano y artista.
PABLO GONZ

sociedaddediletantes.blogspot.com.es dijo...

Muchos van de humildes y no lo son en absoluto, artistas o artesanos.
Precisamente del artesano Adolfo Domínguez habría que preguntarse por qué lleva a realizar sus artesanías a Asia, y no aquí, y desde hace muchos años: deslocalización, se le llama a esto.

Recientemente tuvo una salida pública propia de "empresario" de lo más ultramontano (insolidario).

Frente a eso, su humilde posicionamiento no tiene ninguna importancia.

Otros hay, trabajando en silencio y sin alharacas, que cuando tienen que aprender un oficio nuevo para realizar sus obras, supuestamente artísticas o artesanales, lo aprenden sin alharacas ni salir en la prensa.

Juan Carlos Márquez dijo...

También suele llamarse hoy en día profesión a lo que son oficios, como si los oficios tuvieran menos categoría. El de escritor, por ejemplo, es un oficio.

Óscar L. Mencía dijo...

Definitivamente, somos geniales. Sin más que añadir.

Juan C. dijo...

Mientras el arte ha sido lo que, durante siglos, se ha considerado arte, el artista se tenía por eso, por un mero artesano. No ha sido hasta el romanticismo cuando ha surgido esta especie de manía por la genialidad personal, el artista como ente superior a la masa, como héroe transgresor.
Ahora ya somos todos artistas.
Nos salen unos buenos macarrones y nos invade un orgullo parecido.

No puedo estar más de acuerdo con lo que escribes.

Un saludo.

Belnu dijo...

Esa es una de las cosas que me gustó de Joan Bordas, que siempre se define como jardinero, aunque sea un sabio de lo arbóreo, haya trabajado con los mejores en Europa, los ingenieros agrónomos le respeten, los arquitectos paisajistas también y haga su trabajo con tanta pasión.