jueves, 4 de marzo de 2010

Terremoto y tsunami en Chile, 1, por Virginia Vidal

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Los habitantes de Chile dormimos a las tres y treinta y cuatro de la mañana del sábado 27 de febrero cuando el feroz terremoto nos despierta.
Siento que la tierra brinca, corcovea. Un ruido como ronquido surge de lo profundo y todo lo penetra. Se mezcla con la quebrazón de cristales, loza, vidrios y los crujidos de paredes y maderas. La sonajera se funde con el ruido del terremoto.
Se abren grietas, caen cornisas.
Encogida en la más absoluta soledad, sin atreverme a salir de la cama, sin más contacto con el mundo que una radio a pilas, me voy enterando de lo sucedido.
Una zona de más de mil kilómetros de longitud, la más poblada de Chile, es asolada por un terremoto grado 8,8 escala Richter, cincuenta veces más fuerte que el de Haití.
Ni agua ni gas ni teléfono ni celular ni internet ni luz eléctrica. Con el terremoto se nos acabó la modernidad. Como si teléfonos y celulares fueran de palo.
Como el teléfono no funciona, tampoco el celular, no puedo saber de los hijos. Pese a la oscuridad, el instinto conmina a no encender velas ni por nada, porque puede ser el comienzo de un incendio.
Al tratar de entender el alcance del terremoto, los informantes no trepidan en inventar eufemismos para dar cuenta de la tragedia y ponen de moda palabrejas como “momentos complejos” y “situación complicada” donde han caído edificios y hay personas atrapadas, heridos y muertos aplastados por los escombros.
No sé si es mi corazón o el latido de la tierra ese movimiento intermitente que corresponde a réplicas intermitentes, cada cinco y diez minutos.
La armada no ha dado la señal de alarma de Tsunami, pero la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia) habla de fuertes marejadas y maremoto.
Se recoge el mar para embestir después arrasando playas y pueblitos costeros.
El mar entra por los ríos, sala fuentes de agua dulce.
La isla Juan Fernández, donde no hubo terremoto, es asolada por el tsunami y barrida por ola de veinticinco metros.
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La armada nacional no dio señal del tsunami. Más tarde, el almirante Edmundo González reconoció que no habían informado claramente a Michelle Bachelet, la presidente de la república.
Martina Maturana, una niña de doce años, al abrir una ventana de su casa en la isla Juan Fernández ve venir la ola y toca la campana de alarma anunciando el desencadenamiento del tsunami. Angustiada, impulsa a sus padres para que huyan.
Luego, un concejal de la misma isla Juan Fernández informa al gobierno que se ha producido el tsunami.
La costa es asolada por las inmensas olas y desaparecen pueblos completos.
El tsunami ha devastado la zona costera y sumergido sus hermosos balnearios: Pichilemu, Bucalemu, Iloca, Chanco, Constitución, Dichato, Tomé, Lirquén, Llico, Tirúa.
La ciudad costera de Constitución desapareció. Gran cantidad de muertos. Esa noche, la última de las vacaciones, la colectividad celebraba una fiesta para despedirse del verano.
Daños en muelles y sitios de atraque en los puertos.
Caletas pesqueras y pueblos desaparecidos con sus casas y hoteles.
Paralizado por graves daños el aeropuerto internacional.
La ciudad de Santiago sin metro ni movilización colectiva.
Se producen incendios. Los bomberos, que en Chile son voluntarios, se esmeran en apagarlos y, sobre todo, trabajan con esmero para sacar de las ruinas a los heridos. Ellos mismos declaran que carecen de herramientas fundamentales. Los de Concepción, piden Por favor: “quien tenga un litro de gasolina disponible lo lleve hasta ellos para hacer funcionar los motores”.
Declarada zona de catástrofe la mayor parte del territorio nacional, la más poblada, desde la quinta a la novena región. Se trata del ochenta por ciento del territorio. Vale decir, desde Valparaíso a Puerto Montt.
Carreteras en varios tramos destruidas; capas de asfalto se equilibran sobre huecos profundos. Imposible el tráfico de vehículos.
Veintinueve hospitales inhabilitados y once totalmente dañados. Se instalan cuatro hospitales de campaña en Talca, Curicó, Concepción, Chillán.
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Queda en evidencia que no se respetaron las normas que exige la construcción asísmica y se ha desplomado recién inaugurada una torre de catorce pisos y edificios de departamentos levantados no hace más de cinco años, así como recientes obras de vialidad.
Se puede deducir que nuestro patrimonio histórico colonial se ha desmoronado por completo (iglesias y construcciones en adobe).
Del Museo de Bellas Artes, demolidas sus escaleras, frontis y frisos. Más noticias de campanarios e iglesias derrumbadas.
Quinientas mil viviendas tumbadas y convertidas en escombros. Un millón quinientas mil viviendas dañadas; muchas tendrán que ser demolidas por completo porque son irreparables.
El inicio del año escolar fijado para el 3 de marzo se posterga hasta el 8, pero no se sabe si habrá de prolongarse la postergación. Muchas escuelas se derrumbaron por completo, otras están seriamente dañadas; por sobre todo, abundan los vidrios rotos.
En las poblaciones, los vecinos acuden a ver a los ancianos, a los inválidos, a las personas solas. Procuran ayudarlos llevándoles agua.
Madres desesperadas van a mercados y almacenes en busca de leche, bebidas y pañales para sus niños. Vecinos acuden con agua y se preocupan de conocer el estado de los más desvalidos.
La conducta solidaria contrasta con los saqueos de grupos del lumpen que desmantelan supermercados, farmacias y casas abandonadas. No trepidan en incendiar un supermercado.
Algunos ponen mucho énfasis en el saqueo del lumpen y en la imperiosa necesidad de defender la propiedad privada, hasta conminan a las fuerzas armadas para que actúen, pero no se dice nada de la población con recursos que vacía los estantes de los supermercados llevándose toda la mercadería posible para acapararla, al punto de no dejar ni un paquete de harina (por ejemplo, en el supermercado “Jumbo” de Macul con Grecia han vaciado los anaqueles). Ciertos comerciantes no trepidan en duplicar o triplicar el precio del kilo de pan y otros artículos de primera necesidad.
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Se habilitan albergues para los que han perdido sus casas. En la capital se ayuda a los trabajadores peruanos (son cerca de dos mil) para que dejen sus casas dañadas donde hasta ahora han vivido hacinados: la parroquia de la colectividad italiana les procura alojamiento.
Desesperación de las familias para tener noticias de sus deudos que viven en la zona más convulsionada.
La gente se apronta para dormir a la intemperie; muchos se dirigen a los cerros del lugar. En las ciudades se van a plazas y parques o a los bandejones centrales de las avenidas. Los que pueden se refugian en carpas. Otros duermen en sus vehículos.
Es grave la falla de las comunicaciones. Aún no se tiene idea cabal de la magnitud y extensión del terremoto.
En la mañana del domingo unos viandantes ven a René Cortázar, ministro de transportes y comunicaciones, ejercitándose y corriendo en el parque cercano a su casa para mantener su buen estado físico.
La mayor parte de nuestro precioso patrimonio histórico ha sido devastado. Terminó de caer al suelo lo prevaleciente de las construcciones en adobes, no van a quedar vestigios del Chile colonial. Esto me hace sufrir, soy miembro del Consejo de Monumentos Nacionales y sé cuánto esmero ha habido en preservar nuestro patrimonio (Continuará). VIRGINIA VIDAL
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* Virginia Vidal es periodista y escritora chilena.
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5 comentarios:

Isabel Mª dijo...

Estremecedor ponerse en la piel de los chilenos supervivientes en estos momentos. Silencio por los que no lo consiguieron. Indignación, por los errores cometidos. Impotencia. Pena.

Gonzalo Villar Bordones dijo...

así están las cosas, severas y aplastantes.

Isabel dijo...

Escalofriante. ¡Qué impotencia ante el grito de la tierra!

Y hay quien se permite seguir estando en forma... como si no hubiera pasado nada, sólo atento a su costumbre. ¿...?

Pedro Herrero dijo...

Un terremoto lo sacude todo, salvo la conciencia de algunas personas. Confiemos en que la ayuda internacional esté a la altura de las circunstancias.

Edu dijo...

Es estremecedor. Cuando todo está bien, cuando las cosas marchan de acuerdo a los "planes", todo se derrumba. Así está la tierra, así estamos nosotros. Ahora buscar la valentía para enfrentarse al futuro y llorar por los muertos, y recordar esto como lección para no cometer errores futuros. Nuestro planeta es impredecible, por eso tenemos que respetarlo. las lagrimas brotaban al leer la situación de esa gente; ¡valor! ahora hay que pensar y construir el futuro.