viernes, 26 de marzo de 2010

Las hechuras de un género: el obituario

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En un artículo titulado "Sobre un nuevo género literario", afirma Augusto Monterroso que "el principal problema que el género obituario presenta es el de la improbabilidad de ser originales y no reiterar los mismos juicios respecto de los más diversos difuntos. Después de tres muertos ilustres sobre cuyo fin uno ya ha expresado su desconsuelo, ¿qué queda por decir del cuarto? El género existe: muy bien, ya lo inventamos; pero probablemente no haya habido nunca otro con menos posibilidades y menor futuro" (La palabra mágica, Muchnik, Barcelona, 1985, p. 34).
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Y, sin dejar de ser cierto lo que apunta el escritor guatemalteco, el género -que bien pudiera serlo- admite algunas sorpresas y resquicios. Por ejemplo, la ponderada despedida pública que Rosa Montero le dedicó a su marido, el periodista Pablo Lizcano, en forma simplemente de artículo, como uno más de los que viene publicando en la última página de El País. O la necrológica que escribió Antonio Elorza con motivo de la muerte de la historiadora Marta Bizcarrondo, en el mismo diario citado. La primera novedad es que eran los propios cónyugues quienes las escribían, personas muy conocidas en la vida intelectual y literaria española. Pero si el recuerdo de la escritora estaba lleno de "elegancia y bondad", tal y como lo definió en su momento Elvira Lindo; el del profesor, tras contarnos la trayectoria personal y profesional de su esposa, a la manera tradicional, confesaba: "A lo largo de un tercio de siglo, estuvo casada con el también historiador Antonio Elorza, que no supo hacerla feliz".
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Elvira Lindo, además, en el mismo artículo al que aludíamos antes ("Flores a los muertos", El País, 24 de mayo del 2009), reconocía que le gustaban las necrológicas, aunque prefería las que se ocupan de la vida de los empresarios, aventureros, científicos e inventores. Y, en cambio, afirmaba tener problemas con las de los intelectuales y artistas, cuando estaban "escritas en pan de oro", cargadas de adjetivos, dedicándose a glorificar al muerto. Por su parte, el escritor Eduardo Mendoza, en un artículo llamado "Obituarios" (El País, 18 de septiembre del 2006), nos proporcionaba otra confesión, aunque de signo muy distinto: "Tengo una afición enfermiza: recorrer cada día los obituarios de celebridades en la prensa local y foránea y cotejar los comentarios a su muerte con lo que significó aquello que en su día les hizo merecer hoy un espacio individualizado en la prensa, con o sin foto, según su relevancia".
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Pero quizá la más heterodoxa de todas las que ahora recuerdo sea la que compuso el pintor y escritor Eduardo Arroyo ("Las cuatro barcas", El País, 28 de junio del 2008), con motivo de la muerte del director de escena Klaus Michael Grüber, con quien había colaborado en diversas ocasiones. Por ejemplo, en el montaje español de El arquitecto y el emperador de Asiria, de Fernando Arrabal. El artista comentó que Grüber le había pedido que escribiera su necrológica, que comentara las cuatro postales que había recibido de su hermana, de Rebecca Horn, del actor Bruno Ganz y del escritor Peter Handke. En todas ellas aparecía el agua y en tres, además, se veían barcas. Era la primera necrológica que redactaba Eduardo Arroyo, pero resultó tan peculiar que apareció publicada en Babelia, bajo el marbete de "Opinión".
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¿Existe alguna diferencia entre obituario y necrológica? Para la Academia de la Lengua, lo necrológico es lo "perteneciente o relativo a la necrología"; mientras que la necrología es la "noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo". Obituario, en cambio, es la "sección necrológica de un periódico". O sea, que el artículo es la necrología, mientras que la sección en la que aperece ésta se denomina obituario. Por tanto, mi etiqueta está mal. Habrá que pensar en cambiarla.
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* En la primera foto aparece Klaus Michael Grüber y en la segunda Antonio Elorza.
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6 comentarios:

Luis Manuel Ruiz dijo...

No conocía ese texto de Monterroso, pero coincido plenamente con él en que la necrológica es un género propio, y además con unos rasgos muy específicos. Es interesante la cuestión de si se puede innovar o no: de si caben necrológicas que no acaben por equivaler al panegírico. Por otra parte, la afición de Mendoza (análisis del espacio dedicado al muerto, foto o no) la compartimos muchos: todo un asomo a la eternidad.

Antonio Tello dijo...

Vinculados a las necrológicas están también los epitafios. No hace mucho leí con placer una colección de epitafios/poemas latinos recopilados y traducidos del latín por la poeta y filóloga cántabra Ana Rodríguez de la Robla bajo el título de "La última palabra", (Icaria, 2009). Vale la pena, Fernando.

Pilar Galán dijo...

Un subgénero posible sería el de aquellas necrológicas en las que el escritor se canta a sí mismo a través de los supuestos elogios al muerto. Cómo le gustaban mis poemas, pueden decir, cómo me dijo antes de morir que yo era el mejor. O cómo recuerdo aquella clase que impartí magistralmente, en la que el difunto estaba entre un público tan numeroso, que no pude acercarme a saludarle. Y así hasta que se agote o el autobombo inmisericorde del escritor o la paciencia de los lectores, que acudieron a la sección para leer algo sobre el que ha abandonado este mundo y no sobre aquel que desearían que lo abandonara.
Pilar

Blanca Andreu dijo...

Por no hablar de las elegías

María Marín dijo...

Un poco frívolos todos los comentarios. Lo lamento por la profesora Bizcarrondo y por Antonio Elorza, dos intelectuales muy valiosos. Lástima que este último esté tan obsesionado con el asunto vasco. Su libro sobre Ortega es memorable, ojalá hubiera seguido en esa línea.

Anónimo dijo...

Necrológicas, panegíricos, epitafios varios... Aunque en principio me dan un respeto que me obliga a alejarme de ellos, por otro lado me atrae el lado ingenioso o lúdico de alguno de ellos: "Perdonen que no me levante", "Ya no toso", etc.