sábado, 29 de marzo de 2014

Javier Tomeo echa el telón

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Al morir en el 2013, el escritor aragonés afincado en Barcelona dejó dos obras inéditas: una novela y un libro de textos breves que acaban de publicarse: El hombre bicolor (Anagrama) y El fin de los dinosaurios (Páginas de Espuma). La novela tiene su origen remoto en uno de sus Cuentos perversos (2002) y puede leerse como una ingeniosa variante del motivo de la llegada a un lugar de un justiciero, juez o inspector. Así ocurre en obras tan distintas como El cántaro roto, de Von Kleist, o Llama un inspector, de J. B. Priestley. Aquí Tomeo se vale de un recaudador de impuestos modesto, quien se presenta en la pequeña ciudad gótica de Boronburg, en el reino de Burgundia, en algún momento incierto del siglo XIX, tras haber sido abandonado por sus casi 2.000 habitantes y solo quedar unos pocos y misteriosos vestigios de vida.
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En esta ocasión, sin embargo, ni el juez se revelará culpable, ni un inspector terminará por descubrir la corrupción de una familia acomodada. Antes bien, en la estela de un peculiar Kafka condimentado por Tomeo, el autor se vale del mecanismo del viaje iniciático para contarnos las cuitas y trastornos de otro singular personaje gordito y ridículo, con sus fantasías, carencias, ingenuidades y obsesiones a cuestas, al que le resulta cada vez más difícil ver las cosas como son, distinguir lo real de lo imaginado. En definitiva, asistimos aquí a la transformación mental de su narrador protagonista, quien acaba comprendiendo –en un tropezón filosófico baturro- “que dos y dos no siempre son cuatro”.
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El fin de los dinosaurios, por su parte, resulta un libro irregular, compuesto por materiales diversos, próximos al bestiario y el microrrelato. Con buen criterio, el editor cierra el libro con “Cocodrilo” por lo que tiene de guiño humorístico, de despedida; pero no debería haberse prescindido del título que Tomeo le dio: Literatura de precisión. Mini y microrrelatos, que podría haber quedado como subtítulo descriptivo. La solución que se ha adoptado no parece afortunada, pues en el terreno de la narrativa brevísima es preciso huir de cuanto suene a dinosaurio, por requetemanido... Se nos advierte, además, que ocho de estas piezas mantienen vinculaciones con otras anteriores, aunque al fin y a la postre sean muchas más, y el procedimiento que utilice Tomeo esté más cerca del corta y pega que de un proceso laborioso de reescritura. Por ejemplo, “La piel de los pepinos”, “El linaje del albaricoque”, “Las virtudes de la col”, “Pepinos y pepinillos”, “Habas con jamón” y “Calabaceras” son versiones reducidas, y poco logradas, de textos que aparecen mejor desarrollados en Los reyes del huerto (1994); mientras que la idea de “Lluvia adversa” (llueve de arriba abajo para que nos mojemos nosotros y no ellos, se afirma), aparece ya en El gallitigre (1990) y en El hombre bicolor,  al tiempo que “El león enamorado” proviene de la novela de 1990, “El corazón del caracol” es casi idéntico a una pieza del Bestiario (1988), y “Ocho por nueve” resulta muy semejante a “Aversión por los números” (Córdoba,  25 de enero del 2001).      
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Basándonos en lo estrictamente literario, el libro ofrece una recopilación bastante trillada de varios registros y motivos recurrentes de Tomeo (su habitual interlocutor Ramón, el calor asfixiante, los objetos animados, el gallitigre y otros monstruos, el fracaso amoroso, la soledad, la identidad y los personajes mediatizados por su nombre, los ficus o la obsesión por el simbolismo de los colores…), compuesta por textos en los que prima el diálogo sobre lo narrativo y donde se exalta lo fabulístico e imaginativo frente a lo geométrico y racional.
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Destacaría, en suma, las siguientes piezas: “Lo blanco y lo negro” (en ella denuncia que hay lectores que más que las letras, solo parecen leer el fondo, el blanco de los libros), “El jilguero tuerto” (aquí cuenta que hay días que hace tanto calor que hasta los jilgueros de trapo caen muertos), “Patíbulo” (para el protagonista la decapitación es un mero trámite, puesto que tras quedarse sin cabeza regresa a su casa), “Cuatro colores” (en el que unas mujeres de gris discuten sobre el aborto y sus vestidos acaban cambiando de color), “Drácula” (donde reinterpreta la leyenda, pues el personaje consigue sobrevivir a la luz del amanecer), “Manzanas y peras” (en que las frutas se preguntan sobre su origen e identidad), “La sombra insensata” (pues se independiza en busca de su propio destino) o “Paisajes”, que podría leerse como una poética. Solo por ellas merece la pena esta edición. Los textos menos afortunados, en cambio, resultan estáticos, sin movimiento ni evolución, al limitarse a presentar una situación sin trascenderla, y carecer de ambigüedad o misterio, por no hablar de que en más de una ocasión cae en el chiste manido.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 29 de marzo del 2014.
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3 comentarios:

Irreverentes (& more) dijo...

La valoración que haces de estas obras, y en concreto de "El tiempo de los dinosaurios" me parece valiente (por el momento) y acertada.
Incluso los editores independientes, con toda su aura de honestidad, caen en estas tentaciones de ensayar un último negocio con el difunto conspicuo. Y en este caso la edición de Páginas de Espuma no parece ayudar en nada a la valoración que merece la obra de Tomeo en su conjunto. La sensación general es que estos textos no fueron debidamente acabados por su autor en vida. O ya no estaba para perfilar mucho con el arte de otros tiempos.

el hombre vivo dijo...

Interesante artículo. Ya lo leí en El País. Lo que me llama la atención (y hasta me enfada) es que compré y voy leyendo (poco a poco), el volumen de Cuentos completos, que también publicó Páginas de Espuma... ¿¡Y ahora me salen con otro libro más de cuentos?! ¿En qué quedamos: son o no son completos?
Por otro lado, si me tengo que quedar con algo de Tomeo me quedo con El mayordomo miope, pero sobre todo con El discutido testamento de Gastón de Puyparlier, que es una novela fantástica y que recomiendo a todos mis amigos (imagino que la conocerás). Lo malo es que sigue sin ser reeditada y yo la tuve que conseguir años ha a través de un librería de viejo.

Fernando Valls dijo...

José, cuando aparecieron los llamados cuentos completos, que no lo eran, no existía este nuevo libros, cuyas piezas en su mayoría, como digo en la reseña, provienen de libros anteriores. Mis novelas preferidas, en cambio, son: `El castillo de la carta cifrada´, `Amado monstruo´, `El gallitigre´ y `El crimen del cine Oriente´. Y entre los libros de microrrelatos las `Historias mínimas´. Los señores de Páginas de Espuma no han conseguido distinguir nunca el cuento del microrrelato.
Saludos.