Ángel Basanta, FV, Enrique Turpin y Pepe Ponte Far |
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¿Cine o sardina?, le
preguntaba su madre al niño que era entonces Guillermo Cabrera Infante por las noches. Varias décadas después, casi en
las antípodas, nosotros, con casi toda la tarde libre, nos disponíamos a
echarnos la siesta, por la que habíamos estado suspirando desde que llegamos a
Ponferrada. Pero en el momento en que nos disponíamos a subir a las
habitaciones del hotel se nos presentó la tentación en coche, reencarnada en Pepe
Ponte Far. El buen amigo gallego nos anunció que se iba al Valle del Silencio,
a Peñalba de Santiago, donde le habían comentado que había una ermita mozárabe.
¿Queríamos acompañarlo? Ángel, Enrique y yo nos miramos, le dimos de inmediato el
sí y nos encaminamos hacia la Tebaida berciana. El Padre Flórez, autor de España Sagrada, un libro memorable que
empezó a publicarse a mediados del XVIII, comentó que por los muchos
santuarios, monasterios y ermitaños que hubo durante la Edad Media esta zona
podía compararse a una Tebaida. Nosotros nos quedamos en la entrada, en el
pequeño pueblo de Peñalba, con sus casas serranas de piedra en corredor, tejados
de pizarra y madera en los balcones.
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Dejamos el coche en la
entrada, lucía un espléndido sol de invierno, entramos en el pueblo y cuando íbamos
acercándonos a la iglesia empezamos a oír un canto. De inmediato nos introdujimos
en el pequeñísimo recinto y al fondo, sentadas, había dos personas, una mujer y
un ciego, ella cantaba y tocaba el arpa y él hacía la segunda voz. Qué
entonaban no lo sé a ciencia cierta, pero parecía un miserere, como aquellos
que se oyen en las leyendas de Bécquer. En silencio, de la forma más discreta
posible tomamos asiento y nos quedamos a oír el cántico. Unos pocos peregrinos
más arropaban a los cantores y cuando cesó la delicada y hermosa melodía
abandonaron el recinto sin que pudiéramos saber quiénes eran ni qué música era
aquella. Cuando empezamos a reponernos de la emoción, la guardesa nos comentó que
con la misma discreción con que habían llegado, habían abandonado la ermita
tras dejar impregnada en los muros su canción. Apenas le prestamos atención al
pobre San Genadio, fundador de esta iglesia y obispo de Astorga en el siglo X,
que está enterrado allí, ni tampoco a los retablos de la Virgen de la Guiana,
del siglo XIII, San Pedro y San Benito. Luego recorrimos el pueblo, nos hicimos
unas fotos, disfrutamos del aire puro y del sol e hicimos cábalas sobre cuánto
tiempo podríamos permanecer en el lugar y haciendo qué.
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En su imprescindible Guía espiritual de Castilla, cuenta José
Jiménez Lozano que el prodigio de esta pequeña iglesia estriba en un rasgo
genial del constructor, pues utilizó la doble ventana árabe de dos arquillos
partida en una columna y encajada en un alfiz, como la que hay en San Miguel de
la Escalada, y la convirtió en la puerta del cenobio.
El viaje de ida lo hice
dormido, pero a la vuelta anduve con los ojos bien abiertos y puede disfrutar
del espléndido paisaje de estos montes Aquilanos donde anidan las águilas, del
curso del río Oza que nos acompañó parte del camino, y de los pequeños canales
que llevaban el agua a las explotaciones mineras del oro, en los que en otra
época los priscilianistas le rindieron culto a Serapis, como cuenta el sabio
don José. Parece ser que la puerta la construyó un cordobés que trabajaba en
Castañeda. Para nosotros, aquella tarde fue también Puerta de la Alegría.
¿Siesta o excursión? Como Caín
escogimos cine y también acertamos.
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* Las fotos son de Enrique Turpin, José A. Ponte Far y de un motorista que andaba desprevenido por allí.....
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* Las fotos son de Enrique Turpin, José A. Ponte Far y de un motorista que andaba desprevenido por allí.....
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3 comentarios:
Qué envidia de fotos y qué delicia de crónicas.
No sabes lo que me alegro, Fernando, de haber sido el responsable de este increíble viaje. Por lo que todos hemos disfrutado y por el placer de leer este texto magnífico que has escrito.
Un abrazo.
Pepe Ponte
Pepe, los dioses del Pindo nos favorecían. Un abrazo.
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