domingo, 10 de febrero de 2013

Sobre `Los que duermen´, de Juan Gómez Bárcena

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TULIPANES ENTRE ALFILERES
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En este heterogéneo primer libro de cuentos (Los que duermen, Salto de página, Madrid, 2012), de un autor nacido en Santander, en 1984, conviven narraciones realistas y fantásticas, aunque predominan estas últimas. Se trata, más en concreto, de aquella veta que entre nosotros arrancó con Borges, pero que luego ha tenido en España cultivadores tan notables como José María Merino o Ángel Olgoso.   
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En la mayoría de estos relatos, fábulas y leyendas sirven para transitar por algunos de los motivos habituales de lo fantástico: el trastocamiento del tiempo y el espacio; el intercambio de vidas, como ocurre en “El vendedor de betunes”, relato en el que Aquiles, al final de su existencia, tras abandonar la milicia regresa a Troya y se entera del desenlace de la guerra; o el fracaso de aquel otro sueño del hombre que consiste en resucitar en el futuro (“2373”).
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Todos ellos son mecanismos agradecidos durante la lectura, aunque ya algo trillados, por lo que su fortuna depende siempre del tratamiento que le proporcione el autor. A veces, Gómez Bárcena se arriesga y sale airoso, pero otras se muestra demasiado mimético de un escritor tan fatigado como Borges (escribe en  “El regreso”: `Soy la víctima y soy el verdugo, soy la espada…´). En alguna ocasión no consigue llevar a buen puerto una idea feliz, como sucede en “Los que duermen”; retuerce demasiado la historia, con un exceso de soluciones alternativas (“La leyenda del rey Aktasar”); o bien dilata el desenlace mediante un recurso artificioso (los dos “Cuaderno de bitácora”).
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Diversas alusiones conectan unos relatos con otros, aunque siempre se trate de piezas independientes, y en varios de ellos aparece una reflexión sobre el uso del lenguaje. Destacaría del conjunto “Fábula del tiempo”, y dos cuentos realistas: “Hitler regala una ciudad a los judíos” y “Las buenas intenciones”. En el primero, la joven reina Bandica viaja al pasado en busca del esposo fallecido, para observar el transcurrir de su existencia, su propia misteriosa desaparición, como si de una vida ajena se tratara. En la segunda pieza, se relatan las cuitas del comandante del campo de prisioneros de Theresienstadt a quien han ordenado embellecerlo, los tulipanes cogidos con alfileres podrían servir como metáfora de la transformación, para superar una inspección de la Cruz Roja en 1944, junto con las reflexiones de un par de prisioneros que participan en el simulacro. Para estos últimos, la farsa resulta más real que la vida cotidiana que llevaban en el campo. Mientras que en la tercera, una mujer que cuida de su anciana madre, enferma de alzheimer, pero que también sufre sus propios padecimientos, acaba confundiendo los recuerdos con la ficción, de tantas vidas como ha inventado para su progenitora, a quien repite que quiere, pero a la que martiriza. En estas tres narraciones se nos presentan otras tantas formas de simulacros, aunque de muy distinta entidad y catadura moral.    
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Este es un libro brillante, aunque irregular, en el que las lecturas del autor, quizá no bien asentadas del todo, acaso pesan demasiado. Y sin embargo, el conjunto se salda con un balance positivo, pues sus piezas más relevantes, sobre todo, nos dejan la grata impresión de que Juan Gómez Bárcena es un narrador ambicioso con el que habrá que seguir contando en el futuro. 
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* Esta reseña apareció publicada en el diario El País, el 9 de febrero del 2013.
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