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Le Corbusier
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Far Calls, Coming Far!
Toru Takemitsu
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“Ya no recuerdo bien
[...]: todo eso está
enterrado en mi
memoria, irrecuperable”.
Jorge Semprún
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“He repasado mis cintas
de recuerdos... ”.
Aviador Dro
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Metió los
datos para el satélite profiriendo la numeración memorizada; el coche empezó su
ruta y él se dispuso a leer un libro hecho en papel. Buscó una antigua
grabación del siglo XX y comenzó a oír una 'suite' de Bach para violonchelo
solo interpretada por Anner Bylsma; durante un instante, reflexionó sobre el
tiempo y la muerte, oyendo al músico y al compositor desaparecidos tantos
cientos de años atrás. Al poco tiempo la ciudad se extendía ante sus sentidos,
elevada la carretera sobre una planicie que era el asiento de la urbe.
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“La ciudad
es hermosa vista desde arriba”, discurrió. A su lado vio el reflejo vibrátil
de un aerocoche, a punto de despegar; él prefería su viejo modelo adaptado...
aunque querría haber oído el sonido real de un motor de explosión, misterio
sobre el que tanto se había escrito. Arropado en la molicie del aire
climatizado y la música, penetró en la ciudad geométrica como un electrón en su
probabilística. Las trayectorias de los viajeros parecían trazadas con tiralíneas,
todos en sus vehículos, unos rodantes, otros elevados sobre varios niveles
dependiendo de los destinos y las distancias. En algunas zonas del laberinto,
la altura de los edificios oscurecía las calles por lo que el lucerío
anunciante y el del interior de la nave en marcha brillaban como en un
atardecer; de repente, tomar una perpendicular llenaba todo de claridad solar y
el día parecía otra vez dominante.
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Llegó al
Núcleo Central, un edificio enorme de forma cúbica techado con una claraboya y
repleto de galerías de cristal por las que penetraba el sol en todas las formas
posibles desde la aurora, pasando por el cenit y acabando en el arrebol de la
sonochada. El coche paró en el centro del cubo, que dedicaba toda la planta
baja a aparcamientos. Sus pasos sonaban reverberados al buscar la entrada;
accedió a un elevador y alcanzó unas oficinas extremadamente silenciosas. No
tuvo que preguntar nada; el sistema le reconoció. Como otras veces, fue a la Sala de Consultas y ocupó una
habitación cuadrada tal el edificio; la pared lateral era una gran hoja de
vidrio inteligente que permitía ver las calles pero que cambiaba según la
fuerza de la claridad y el calor exteriores. Al entrar, el visor detectó la
información y se encendió: allí estaba todo, dispuesto. Como especialista en
retrotecnologías, su labor de pesquisa en los albores de la imagen y el sonido
le proporcionaba satisfacción y un sueldo suficiente para vivir muy bien. Él
mismo había desarrollado convertidores que le permitían acceder casi a cualquier
tipo de archivo; sus jornadas de búsqueda entre los trillones de antiguos
'holobytes' apenas deparaban secuencias vulgares, escenas cotidianas que la
gente compraba para poner como hilo visual en las paredes de las viviendas,
muchos conseguían lo mismo y ése era el grueso del negocio. Sin embargo, a
comienzos del siglo XXI apareció la red MEMORANDA, en la que algunas personas
volcaban imágenes de sus vidas enteras; siglos de Historia han convertido el
contenido de las antiguas redes en depósitos inextricables y caóticos,
ilegibles por lo obsoleto de sus lenguajes; encontrar un archivo de MEMORANDA
íntegro, de alguien de la primera fase que pudiera haberlo usado desde una edad
pronta, puesto que habían caído en desuso a partir de una época de prohibición,
eso sólo ocurría cada mucho y tras un extraordinario trabajo; pero era
rentable, las gentes del Poder gustan de esos vídeos larguísimos de escenas
enristradas, que son el testimonio real de una vida del siglo XXI. Por eso, a
punto de descodificar su hallazgo del día anterior, estaba un poco impaciente.
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Se hizo la Vista Previa. Un
aluvión de instantáneas, extractos de las imágenes en movimiento almacenadas,
quedaron suspendidas en el aire delante suyo. Bastaba alargar la mano para
recuperar la narración en algún punto. Era un caso especial; supo enseguida que
estaba ante algo distinto. Arriba, a la izquierda, una adolescente muy joven
miraba sonriente a la cámara en lo que debía de ser su presentación. Pero,
conforme iba avanzando por el índice en el sentido de la lectura, vio que
aquella mujer había dejado en su cuenta de MEMORANDA restos de su vida completa. Se preguntó
extrañado quién podía querer hacer eso, y se respondió vagamente aludiendo a
mentalidades diferentes. Inmediatamente señaló a lo que quiso creer... y era un
vídeo de la chica apareándose con alguien, y debía haber más. Existían
especialistas en pornografía de todos los siglos pasados, pero tener una
historia personal, completa, real, incluyendo las relaciones sexuales
naturales, podía adquirir un enorme valor en el mercado.
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Miró de
reojo hacia atrás; no debía justificarse ante nadie, pero el primer plano de la
vagina de la mujer penetrada una y otra vez, el sonido del golpeteo y los
gemidos, consiguieron descomponerlo. Puso la mano y paró la escena. Se sentía
culpable. De refilón había observado en la Vista Previa una
imagen abajo, a la derecha; le costó reconocerla, era también ella, estaba
totalmente cambiada, vieja, en una cama, los ojos muy abiertos en aquella
suerte de fotograma parado. Puso allí el índice y al agrandarse la pantalla y
el movimiento vio a una anciana intentando respirar, ahogándose aterrorizada,
hundiéndose en la entrega, ralentizando sus reacciones hasta que cesó y se dejó
caer inerte sobre la almohada. La miró, con el pecho apretado de compasión, y
al finalizar todo volvió automáticamente la Vista Previa. Tenía
otra vez delante a la muchacha sonriente, a la mujer follando, la visión de su
agonía y el resto de su vida a su alcance...
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Había algo
terrible en esa posibilidad. Poseía la vida de una persona: sus deseos, sus
ansias y su muerte; eso era todo cuanto de ella quedaba, de alguna manera
cientos de años después volvía al mundo de nuevo... Alzó la mano al azar: la
mujer, madura ya, parecía recién levantada, la cámara fija terminaba por ser
como un dios; “Como el vacío por el que transcurren las cosas. Y eso es dios”,
pensaba el espectador, “El sentido en el que somos algo”. Parecía aturdida,
triste, se asomó a la ventana, se acercó al aparato de música y comenzó a sonar
la misma sarabanda de Bach que venía oyendo él en su aeronave; ella volvió a la
ventana y con el lamento del violonchelo de fondo —¿podía ser Bylsma
también?— se quedó observando el exterior, quizá una lluvia, unas nubes, el
tráfico o las gentes... El hombre no pudo seguir mirando; se levantó y fue
hasta el cristal cuadrado que se había aclarado progresivamente al ocultarse el
sol tras un vasto cúmulo gris; no obstante no se había nublado toda la vista,
el brillo áureo del día se derramaba por los límites del nubarrón dejando parte
de la ciudad bajo su poder y otra con los automatismos lumínicos iniciándose.
La zona oscurecida se fue llenando de destellos móviles que hacían sus
recorridos rectilíneos con perfección de láser; el parpadeo de los autos
elevados formaba un contrapunto iridiscente que, a ojos del observador, parecía
guardar proporciones matemáticas; la geometría de la ciudad para tres millones
de habitantes, sus edificios cuadrangulares grandes como montes contrahechos,
le apabullaba de orden.
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Hacía
varios días que soñaba con números y con agua. Al final de la avenida, que le
parecía un río con su curso lamiendo las tierras hasta no sé qué mar, había un
gigantesco rascacielos, y la mitad superior estaba encendida y la inferior
fulgía por el sol. Se dio la vuelta y apagó el Buscador; cortó el archivo de
MEMORANDA y lo guardó encriptado. Al salir de la habitación reparó en el ojo de
cámara situado sobre el dintel de la puerta.
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.........* La serie entera pertenece a Gerhard Richter y se titula Wald (Selva), 1990.
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