UNA GIGANTESCA MINIATURA
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Yo era un
poeta de provincias que escribía versos herméticos. Me interesaba el surrealismo de Vicente Aleixandre, pero
también la poesía de T.S. Elliot, Paul Celan, Rilke, José Ángel Valente,
Antonio Gamoneda… Me sentía alejado de la “poesía de la experiencia” y del
prosaísmo que, a mi entender, arrastraba aquella corriente poética. Mis versos
eran cada día más oscuros y ya tenía las yemas de los dedos encallecidas de
contar endecasílabos. Gracias a una benemérita beca del Ministerio de Cultura
el libro de poemas se editó en una catacumba. Una vez editado, que entre mis
manos sufría una imparable hemorragia de erratas, me dije: “Adiós a las almas”.
La necesidad expresiva me empujó a brincar a la prosa. La tarea se me antojaba
hercúlea: ¿cómo se pasa de muñidor de versos a narrador de historias? En 1993
tuve una intuición: escribiría un libro de cuentos brevísimos. Recordé las
prosas poéticas de Charles Baudelaire, los relatos de Poe, Julio Cortázar,
Borges y Rulfo y, sobre todo, un libro que hasta hoy me acompaña: Confabulario personal, de Juan José
Arreola, al que había redimido de las estanterías de baratillo de un VIPS. Mis
primeras referencias fueron lecturas eclécticas, convencido de que en España el
género apenas se había cultivado. En mi ignorancia, no tenía noticia de los
primeros libros de José María Merino, Luis Mateo Díez o Pedro Ugarte. Con la
insensatez del que cree descubrir el Mediterráneo escribí mi primer libro de
microrrelatos, a los que denominaba “cuentos brevísimos”, pues el género andaba
huérfano de etiqueta. Cierto editor me hizo sentir humorista gráfico al
denominarlos “viñetas”. Noticias de la
frontera recibió un premio en Jaén y se
editó, con más pena que gloria, en 1994, aunque a decir verdad uno de los
microrrelatos apareció en una antología editada en Tusquets por el Círculo Cultural Faroni: Quince líneas. Relatos hiperbreves. Algo
se estaba moviendo en las capas tectónicas de un género raro y marginal. La
sombra de Arreola planea en mi primer libro, y junto a Poe, Rulfo, Cortázar o
Borges, hay influjos de pasajes bíblicos, manuales de esoterismo y cierta
vocación de malditismo doméstico. A qué negarlo. Todo autor venera y traiciona
su propia tradición literaria. Lo cierto es que aquella primera incursión en el
género la hice a carcajadas. Mis compañeros de piso pensaron que,
definitivamente, me había vuelto loco: escribí aquellos textos preso de una
alegría psicótica. Las lecturas y autores mencionados me dieron la clave de un
género que se adaptaba a mis condiciones de desertor de la poesía: brevedad,
concisión, lirismo, evocación, sugerencia, y por si fuera poco aprendí a contar
historias. Durante los años posteriores escribí semblanzas literarias, un libro
de encargo, artículos de prensa, así como relatos y novelas, la mayoría de los
cuales, por fortuna, quedaron bajo el maleficio de lo inédito. Tras publicar La línea Plimsoll, gracias a un generoso
premio de novela, me sentía exhausto. Ulises quería regresar a Ítaca. Releí de
nuevo a Juan José Arreola. Advertí que el género, a la par que las bitácoras
literarias, crecía como una plaga bíblica, de modo que no me fue difícil
ponerme al día y me lancé a escribir Cuentos
del jíbaro, bajo la advocación de Arreola y la influencia de escritores
españoles de relatos (Quim Monzó, Sergi Pàmies, Juan José Millás, José Jiménez
Lozano, Juan Eduardo Zúñiga…) puesto que, tras el salto a la narrativa debí
proceder de manera inversa al modo como escribí el primer libro de
microrrelatos: en lugar de buscar el final con rapidez de corredor de cien
metros podaba textos extensos hasta reducirlos a su mínima expresión. Ahora
camino por otros andurriales narrativos (¿podría leerse Diario del hombre pálido como una sucesión de microrrelatos
encadenados?) pero sé que tarde o temprano volveré al lugar del crimen,
invocaré al espíritu de Arreola y él no faltará a la cita. Hoy sé también que
el día en que deje de aprender de los poetas estaré acabado como escritor.
Confieso que ignoro si en verdad escribo microrrelatos. Abundan los cánones,
las preceptivas, las escuelas de escritores, pero yo silbo. Quizás el
microrrelato se convierta en el soneto de la narrativa, aunque sí tengo muy
claro que me siento libre y alegre cuando practico la reducción de textos. Si
se me permite ser un poco agorero temo que el microrrelato muera de éxito. Vas
por el campo, pegas una patada a una piedra y salta un microrrelatista. Me
cuentan que a cierto concurso, recientemente convocado, se presentaron 14.254
originales procedentes de 89 países. Entiendo que las lecturas de los grandes
del género, así como el estudio riguroso del mismo son tareas imprescindibles a
fin de que el microrrelato no se convierta en aforismo, apotegma, ingenio
lírico o simple chistecillo tipográfico. En mi cocina de platos minimalistas me
impongo una regla severa, a imitación de los grandes del género: que el
microrrelato cuente una historia. Pues si lo bueno es breve dos veces bueno,
también lo es la afirmación contraria: lo breve, si malo, dos veces malo.
Aspiro a la cuadratura del círculo: escribir una gigantesca miniatura.
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3 comentarios:
Me gusta mucho el camino descrito por el autor y, sobre todo, esa paráfrasis final sobre la máxima de Gracián con la que tan de acuerdo estoy. Seguimos disfrutando de las rutas creativas de los autores seleccionados, Fernando, muchas gracias a ambos
Enorme escritor, Juan Gracia Armendáriz. Aún no me he recuperado enteramente del temblor que me produjo "Diario del hombre pálido", uno de mis diarios favoritos, junto a "La tentación del fracaso", de Julio Ramón Ribeyro, con el que tantas similitudes guarda.
Me ha gustado mucho la microlectura, que esta vez aúna las referencias y el recorrido vital. Reconozco de nuevo a la poesía de fondo, y sigo tirándome de la oreja por la carencia de lecturas, incluída la de Gracia Armendáriz, a quien leo en el periódico, pero todavía no en miocrorrelato. Lo solvento esta semana, y espero que me firme un libro la próxima vez que me cruce con él enfrente del trabajo.
Por otro lado, no creo que el microrrelato vaya a morir de éxito. Será durísimo publicar, eso sí; porque esa aparente facilidad de creación no se da en otros géneros. Así, el lector y el editor pondrán el listón alto, para no tener que leer cualquier cosa, pero habrá un listón; creo, espero.
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