.....
"De mi carne"
"De mi carne"
......
Un hijo es un despropósito de medidas, una víscera derramada. Cuando nació Lucas, yo prodigué desde su primer llanto una algarabía de padre nuevo y hombre novísimo. Marta, sin embargo, alumbró pronto un carácter sombrío y una preocupación de noches sobresaltadas, de antena al tanto de cualquier hipido desde la cuna o llanto en la noche. Escrutaba ella el rostro de Lucas como se observa el milagro imposible de una santa, con un temor de náufrago ante la ola definitiva, alertada por el más mínimo frunce de la cara o la tosecita que quizá sólo ella pudiera oír. Lucas, rama de tomillo para Marta, temiendo cualquier aire que quiebra tallos y pulsos y su incapacidad para evitar malestares, para enjugar lloros. Marta volcando sus horas y su ansia en una cuna amenazada por mil peligros.
Quiso un azar preñado de meninges enfermas y ambulancias devastar una noche la frágil anatomía de Lucas, apagando en un funeral ínfimo y un ataúd más pequeño otras dos existencias que regresaban vacías a la casa ya huérfana de balbuceos y biberones. Cuatro meses es poca cosa para el currículum de la paternidad; demasiado para pretender el olvido o la calma. Cerré mis horas a la vida como se cierra un armario devorado por la carcoma.
Marta fue distinta. Marta cayó en una abulia lenta y un abandono que la postraban primero en un sillón, desgastando pupilas contra la pared, con su cara de nada, ni triste ni viva ni muerta. Marta, después, recogiéndose sobre sí, ovillada en el sofá, placentaria y ausente, lejos de mis palabras y mi desesperación. Marta que poco a poco renuncia a la ensalada o el bistec y sólo admite la tibieza de unos tragos de leche o un puré acuoso. Marta que cada día experimenta una reducción de proporciones, un acortamiento de su perfil adulto, en su cara un progresivo tacto de seda sonrosada que desmiente el pasado de arrugas y afirma una tersura asombrosa de un día para otro, la pérdida progresiva del pelo en su pubis, sus axilas, en su cabecita de esfera tierna y menguante. Marta que deja de hablar y comienza el balbuceo de un lenguaje ya olvidado de sonidos casi musicales, lactantes, limpios.
Marta, sí, que ahora, en este preciso momento, cabe dulcemente en el hueco de mis manos, que ya la depositan con delicadeza en la cuna antes desposeída, arropada ella de pañales y ligeras sábanas de tul, moviendo dichosa y despreocupada sus pequeñas extremidades mientras le preparo el biberón de la tarde y observo en su boca plena de babas y encías una felicidad que no pudo alcanzar nunca, una extraña condición de madre satisfecha, al fin volcada (tazón que vuelve a llenarse) en el papel que se le negó antes de la marcha de Lucas, y que sólo la muerte, generosa, ha tenido la deferencia de regalarle.
....... Un hijo es un despropósito de medidas, una víscera derramada. Cuando nació Lucas, yo prodigué desde su primer llanto una algarabía de padre nuevo y hombre novísimo. Marta, sin embargo, alumbró pronto un carácter sombrío y una preocupación de noches sobresaltadas, de antena al tanto de cualquier hipido desde la cuna o llanto en la noche. Escrutaba ella el rostro de Lucas como se observa el milagro imposible de una santa, con un temor de náufrago ante la ola definitiva, alertada por el más mínimo frunce de la cara o la tosecita que quizá sólo ella pudiera oír. Lucas, rama de tomillo para Marta, temiendo cualquier aire que quiebra tallos y pulsos y su incapacidad para evitar malestares, para enjugar lloros. Marta volcando sus horas y su ansia en una cuna amenazada por mil peligros.
Quiso un azar preñado de meninges enfermas y ambulancias devastar una noche la frágil anatomía de Lucas, apagando en un funeral ínfimo y un ataúd más pequeño otras dos existencias que regresaban vacías a la casa ya huérfana de balbuceos y biberones. Cuatro meses es poca cosa para el currículum de la paternidad; demasiado para pretender el olvido o la calma. Cerré mis horas a la vida como se cierra un armario devorado por la carcoma.
Marta fue distinta. Marta cayó en una abulia lenta y un abandono que la postraban primero en un sillón, desgastando pupilas contra la pared, con su cara de nada, ni triste ni viva ni muerta. Marta, después, recogiéndose sobre sí, ovillada en el sofá, placentaria y ausente, lejos de mis palabras y mi desesperación. Marta que poco a poco renuncia a la ensalada o el bistec y sólo admite la tibieza de unos tragos de leche o un puré acuoso. Marta que cada día experimenta una reducción de proporciones, un acortamiento de su perfil adulto, en su cara un progresivo tacto de seda sonrosada que desmiente el pasado de arrugas y afirma una tersura asombrosa de un día para otro, la pérdida progresiva del pelo en su pubis, sus axilas, en su cabecita de esfera tierna y menguante. Marta que deja de hablar y comienza el balbuceo de un lenguaje ya olvidado de sonidos casi musicales, lactantes, limpios.
Marta, sí, que ahora, en este preciso momento, cabe dulcemente en el hueco de mis manos, que ya la depositan con delicadeza en la cuna antes desposeída, arropada ella de pañales y ligeras sábanas de tul, moviendo dichosa y despreocupada sus pequeñas extremidades mientras le preparo el biberón de la tarde y observo en su boca plena de babas y encías una felicidad que no pudo alcanzar nunca, una extraña condición de madre satisfecha, al fin volcada (tazón que vuelve a llenarse) en el papel que se le negó antes de la marcha de Lucas, y que sólo la muerte, generosa, ha tenido la deferencia de regalarle.
........
* El cuadro es de Paul Klee.
........
12 comentarios:
Estremecedor.
Por ahí, no sé; en Pamplona se dice rediós. Voy a obviar, a duras penas, la sensación general de mierda de vida que deja el relato, para fijarme en los cimientos de una prosa bestial: víscera derramada, funeral ínfimo, currículum de paternidad. Y desgastando pupilas, ésa es la buena.
Mucha envidia de prosa que te lleva resbalando, pero golpeando con la cabeza en cada escalón.
Envidiable.
Gracias.
Gabriel
Terrible la historia. Trágica hasta cotas inimaginables hasta los tres cuartos del relato. Después se produce un movimiento, hasta cierto punto atenuante, que me recuerda a partes iguales a dos piezas cinematográficas, una muy conocida y otra no tanto: El curioso caso de Benjamin Button y La ruta natural, que es un cortometraje español fabuloso que ganó no sé qué premio.
Y del estilo: me encanta ese lirismo desgarrador que recorre la pieza y que hace reverberar el drama sin exagerarlo.
Magnífico relato (no sé si micro o no; por la estructura, el estilo y el avance me parece que se encuentra en un terreno medio fronterizo). No sé qué opinas Fernando, tú sabes más de esto.
Un saludo.
Iván, creo que la historia que cuenta necesita ese desarrollo y tiene la intensidad y concisión propias del microrrelato. Saludos.
Seguramente mi opinión no tenga interés, pero estoy notando que en los micro va entrando lo morboso. Y me pregunto si algunos nos impresionan por su estilo literario, su ingenio, su tema o por el horror creciente de lo que nos cuentan.
Elena dice "estremecedor". Claro, pero habría que analizar la razón de ese estremecimiento.
Horrorizar al lector ¿no será un buen truco?
Un estilo mordaz y poético a partes iguales.
En los micros importa casi más el cómo se cuenta que lo que se cuenta, de ahí supongo esta tendencia a recrear temas de contenido extremo...
Abrazos
Yo me recreo en su prosa, en el aliento poético de las frases, en el ritmo. Y me llama la atención(para bien), tanto en este texto como en el anterior que unos temas que en otras manos hubieran sonado tópicos y hasta manidos en esta adquieran una luz nueva, una mirada diferente.
Un relato magistral, cuidado en fondo y forma, con un quiebro argumental marcado por el cambio de tiempo verbal y una involución fantástica y (para mí) esperanzadora.
La esfericidad en un microrrelato es difícil de conseguir, de ahí su genialidad.
Enhorabuena, MAZ
Impresiona la idea de que, tras una desgracia tan brutal, se cierren las puertas a la vida como se cierran las puertas de un armario invadido por la carcoma. También la descripción de la ausencia del mundo que va inundado el rostro de la mujer. Y, por supuesto, el proceso de transformación de ella, el trueque macabro que se opera entre estos personajes como una última, desesperada, oportunidad macabra.
A mí modestamente me parece demasiada dosis de horror al principio, con un segundo párrafo quizá precipitado. Sin embargo la prosa es muy potente y puede con cualquier duda del lector, lo conquista frase a frase y deja huella.
Susana Camps
Leer a Zapata es disfrutar de una prosa tan rica, tan bien hilvanada y llena de matices, que es imposible no lanzarse de cabeza a la relectura. Felicidades al autor.Y a ti, Fernando, por la elección.
A diferencia de lo que opina Susana, creo que la dosis de horror que aparece al principio del relato es la adecuada.
Prepara al lector para lo que sin duda se va a ir encontrando mientras avanza la lectura.
Publicar un comentario