"Elegía"
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Laurent Fignon (1960-2010)
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Algunos campeones parecen surgir de la nada.
Descienden sobre la tierra como el águila de los montes
o como el rudo tejón dispuestos a conquistarlo todo:
la niebla de las cumbres, la lluvia de los descensos,
los peligrosos barrizales, los kilómetros del llano.
Laurent Fignon, como antes Coppi, Ocaña o Charly Gaul,
apareció de golpe con una pedalada insaciable,
con esa arrogancia juvenil que es desparpajo y desafío.
Era uno de los jóvenes pupilos del bretón Bernard Hinault,
al que llamaban el intratable señor de los bosques. El leñador.
Fignon apenas tenía 23 años. Surgió, demarró y tomó distancia:
voló hacia el Alpe d’Huez y La Plagne ante el estupor general,
voló hacia París a tumba abierta en plena insurrección:
aprovechó una caída de Pascal Simon y todas las escaramuzas
de Ángel Arroyo y de otro debutante: Perico Delgado.
Exhibió un talento innato y un gran sentido de la aventura.
Se convirtió en el campeón más joven desde hacía exactamente
medio siglo: desde que en 1933 venciese Georges Speicher.
Volvió a ganar en 1984 en otra carrera incontestable
y su jefe de filas no se lo podía creer. ¿Adónde va ese loco
con sus gafas empañadas y el cabello de oro deslucido?
¿Por qué me abandona en el fango, por qué me burla
en cualquier calzada, cómo se atreve a humillar al campeón?,
se preguntaba el ‘Caimán’ que a todo aspiraba, como Merckx.
Fignon estuvo a punto de vencer en 1989: perdió ante el
y escupió al mundo su ira, su inesperado desdén de derrotado.
Aquella estuvo a punto de ser su resurrección, tras años de
Laurent Fignon fue joven e inconsciente y un ciclista romántico,
un ‘profesor’ de la ruta que amaba los gatos de Baudelaire.
La muerte lo sorprendió demasiado joven mientras ensalzaba
las gestas de otros y se aferraba al ciclismo para seguir soñando.
Poco antes de cerrar los ojos miró hacia las colinas del mediodía
y, con una voz aflautada, murmuró: “Maldigo mi enfermedad”.
Cedía para siempre el maillot amarillo que más codició.
Vivir.
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* Antón Castro (Santa Mariña de Lañas-Arteixo, La Coruña, 1959) es escritor y periodista, y reside en Zaragoza. Ha publicado más de una veintena de libros de narrativa y poesía, de entrevistas, biografías, ensayos, de miscelánea. Uno de sus favoritos es Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados (Gobierno de Aragón, 1992). Es autor de siete libros de relatos: Mitologías. Los pasajeros del estío (Olifante, 1990), El testamento de de amor de Patricio Julve (Destino, 1995, 2000), Vida e morte das baleas (Espiral Maior, 1997), Los seres imposibles (Destino 1998), Golpes de mar (Destino, 2006) y Fotografías veladas (Xordica, 2008). Y de una novela: El álbum del solitario (Destino, 1999). En 2010 publicó el libro de poemas Vivir del aire (Olifante). Desde mayo del 2006 dirige y presenta el programa cultural "Borradores", en Aragón Televisión. Coordina el suplemento Artes & Letras, de Heraldo de Aragón.
* Este texto inédito forma parte de El paseo en bicicleta, libro de Antón Castro, de próxima aparición. El volumen se compone de cuentos cortos, de atmósfera poética, y poemas en verso y prosa sobre la bicicleta, la memoria y algunas historias vinculadas con el ciclismo.
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6 comentarios:
Y además de todo lo que dices, Fernando, que da muestras de su entrega a la literatura, Antón posee prendas que no abundan en estos días: amabilidad y generosidad. Un abrazo para Antón y otro para ti.
Amabilidad, generosidad. Y talento. Tengo por comprobado que el talento es mucho más generoso que la falta de él.
Saludos.
Vaya, precisamente ayer en el FNAC de Barcelona compré “El libro del voyeur”, firmado por Pablo Gallo, en Ediciones del Viento, que presenta una serie de poemas y microrrelatos eróticos de varios autores, ilustrados con dibujos de Crumb, Escher, Goya y Durero. Antón Castro aparece en esa selección con “El fotógrafo y la modelo”. Os recomiendo su lectura. En cuanto al resto del libro, en el que también figura Andrés Neuman y Ángel Olgoso, entre un montón de gente acreditada, es igualmente para mojar pan.
Fe de erratas: las ilustraciones del libro citado son todas de Pablo Gallo, y no de los autores que le han servido de inspiración. Ya me extrañaba a mí, pero he sido víctima (aparte de mi ignorancia) del vicio de dejar el prólogo del libro para el final. También es cierto que, como reseñador de libros, tengo menos futuro que un pingüino en Mozambique. Mis disculpas al autor.
Que final tan tremendo (el lírico de Antón y el real de Fignon), me ha gustado mucho esta elegía.
Excelente texto con una destreza y especial tacto hacia un entrañable triunfador derrotado en cuya vulnerabilidad nos sentimos todos más humanos. Intentaré leer más de Antón Castro. Si escribe todo así, si que cabe considerarle un 'mirlo blanco'.
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