Acabo de ver en el Radialsystem, de Berlín, el espectáculo de danza-teatro Zweiland (Doble país), de la compañía de Sasha Waltz, en el que actúan siete versátiles bailarines, actores y músicos, quienes han participado a su vez en la coreografía, como es habitual en este grupo. Sasha Waltz cultiva la denominada non-danse, cuyo manifiesto podría ser la pieza Insideout (2003), que siento no conocer. Según la francesa Dominique Frétard, viene a ser como estar en la danza y en la no-danza, y en las dos al mismo tiempo. La coreógrafa alemana para componer sus espectáculos suele partir de la realidad que observa a su alrededor, de su entorno social, cultural y político. Así, en Zweiland muestra una Alemania ya unida tras la caída del muro, a través de diversos conflictos entre parejas de varias clases, con sus egoísmos y diversidad sexual, incluyendo el travestismo social y de género. La obra está llena de humor, pues arranca con la aparición de un ser con dos cabezas, cuatro piernas y otras tantas manos, símbolo del conflicto de las dos realidades existentes bajo una misma cultura, que alguien consigue separar en dos partes, y remite a la vida cotidiana en la antigua Alemania del este. Así, las distintas escenas parecen ocurrir, de forma alternativa, en una calle berlinesa, frente al muro o bien en un quiosco desmontable, cuyas piezas se van armando y desarmando según los avatares que se suceden a lo largo de la representación. Y todo ello, a partir de una coreografía en la que predomina el lenguaje corporal, sustentado en cierto surrealismo poético, con ribetes de Chagall, y amenizado por una música interpretada en vivo por los bailarines, que incluye canciones del siglo XIII, pero también otras de nuestros días, una propuesta que apela a la nostalgia y a la identidad, como la mejor manera de repensar la historia reciente. El espectáculo fue elaborado por la artista en 1997 para fomentar entre sus conciudadanos la reflexión en torno a la historia de la Alemania reunificada. Verla hoy, trece años después de su estreno, se me antoja el mejor modo de hacer recuento, y sobre todo de comprobar, mediante los recursos todavía vigentes del humor y la melancolía de la música, si los conflictos de ayer fueron por fin resueltos o siguen todavía pendientes.
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