sábado, 20 de junio de 2009

La vuelta al mundo en 80 días: principio y final

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Hace unos días volví a ver la versión cinematográfica de La vuelta al mundo en 80 días, dirigida por Michael Anderson en 1956 (en España se estrenó en 1957), e interpretada por ese extraño trío que componían el hierático David Niven; Cantinflas (por fortuna, algo más contenido de lo que era habitual en él), como Passepartout o Picaporte, quien a menudo le saca las castañas del fuego a su señor, pero además lo llama joven (bueno, a él y todo el mundo); y una casi desconocida, por jovencita, Shirley MacLaine, como la princesa Aouda. En esta ocasión, sin embargo, la estrella absoluta era el productor Michael Todd, el inventor del sistema Todd-AO y del término cameo (en inglés, significa camafeo), quien durante el rodaje mantuvo amores con la joven Elizabeth Taylor, con la que acabaría casándose. No en vano la película está plagada de breves intervenciones de célebres artistas, desde el dramaturgo Noël Coward y el torero Luis Miguel Dominguín (emparejado entonces con Ava Gardner), a actores como Marlene Dietrich, Buster Keaton, Fernandel, Trevor Howard, John Gielgud, Frank Sinatra (quien ni siquiera dice una palabra, sólo toca el piano de espaldas y en una ocasión se da la vuelta y sonríe a la cámara), Charles Boyer, Peter Lorre, George Raft, John Carradine y Charles Coburn, entre otros muchos.
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Pero no pretendo comentar la película, ganadora de cinco óscar, ni siquiera llamar la atención sobre la singular música de Victor Young, un collage de sonidos variopintos y pegadizos, sino sólo ponderar su curioso prólogo y su espectacular final, los créditos. Un conjunto me parece que casi inigualble -no me atrevo a ir más lejos del casi, por falta de mayores conocimientos sobre la materia- en la historia del cine. El prólogo, de unos ocho minutos, se añadió al final y costo medio millón de dólares. En él, un narrador cuenta la historia con imágenes del Viaje a la luna, del pionero Georges Méliès. Mientras que los larguísimos créditos finales, ¿alguien sabe cuánto duran?, forman parte de la estética pop, que entonces empezaba a hacer estragos.
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Hoy, decía, lo más curioso de esta película, que no ha envejecido bien del todo, basada libremente en la conocida novela de Julio Verne, en la que se cuenta la historia de una apuesta, de un fanático de la puntualidad y jugador empedernido, el caballero Phileas Fogg, a quien la justicia persigue equivocadamente, para hacer más meritoria aún su aventura, si cabe, aunque concluya en boda; lo que menos ha envejecido, quería decir, es su arranque y su espectacular desenlace (¿se consideran los créditos paratextos?), como en la mejor literatura, cuando en la mayoría de las películas estos momentos son casi siempre convencionales. Y para concluir, sólo me queda recordar que Cabrera Infante la consideraba una obra maestra.
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* En la foto Elizabeth Taylor y Michael Todd.
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4 comentarios:

Pedro Herrero dijo...

Yo tampoco soy un experto en el tema, pero los créditos de las películas me merecen tanto respeto como las películas en sí. En algunos casos han servido para resumir en pocos minutos el contenido de la acción. Pienso, por ejemplo, en las películas de Blake Edwards sobre la Pantera Rosa, o de Stanley Kramer (El mundo está loco, loco, loco). Otras veces adelantaban parte de la sensualidad que el espectador hallaría más tarde (es el caso de las cabeceras de las películas de James Bond). En todos esos casos, la personalidad de los créditos ha ido ligada a la importancia de la banda sonora.

Para mí fue toda una revolución descubrir los créditos de Monty Pyton en “Los caballeros de la mesa cuadrada”. Nunca antes había empezado a reir sólo con ver (y escuchar) los créditos de una película.

Pero últimamente, el tema de los créditos, al menos para mí como espectador, ha ido perdiendo su atractivo. Ahora se funden en el contenido de la película. Llevas ya varios minutos de metraje y entonces, en la parte inferior de la pantalla, te enteras de que el productor es fulano de tal. Debe ser más barato hacer las cosas de esa manera. Supongo que la partida más grande de los presupuestos, en las películas modernas, se la llevan los efectos especiales.

Gracias, Fernando, por evocar aquella romántica Vuelta al mundo en 80 días.

Toni dijo...

Los créditos, imagino que ya lo sabes, son del gran Saul Bass. Estoy de acuerdo contigo es una lástima que no se les preste mayor atención, en buena parte por desconocimiento.

El cine clásico americano tendía a explicar de forma, unas veces más explícita otras mucho mas críptica, el tema central de la película en los llamadas "imágenes iniciales". En estas imágenes estaban contenidos (normalmente meras sugerencias) los elementos básicos del filme: el tema, el tono y el tiempo. Estas imágenes normalmente duraban hasta lo que en guión se denomina el "incidente inductor".

No es de extrañar que Hitchcock trabajara habitualmente con Saul Bass (Vértigo, Psicósis...) integrando los créditos en esas imágenes iniciales, haciendo que, cómo tu dices, los paratextos formaran parte del texto.

Un abrazo.

Citopensis dijo...

Creo ver cierta tendencia actual a utilizar los títulos de crédito como algo más que simples "letras" iniciando la película (al aparecer se logra el silencio en la sala). Parecen querer aportar una información (visual+sonora) que no sólo facilita el paso a la mentira del cine si no también su posterior abandono.

Por ejemplo, aunque la película sea demasiado "densa", los títulos de la adaptación del cómic "Watchmen" resultan magníficos.

Un saludo.

(PD: en las películas de Pixar los títulos de crédito siempre suelen ser dignos de mención...)

Joaquín Parellada dijo...

Gracias a tu comentario, Fernando, me lo he pasado en grande volviendo a ver esta película (aunque lo correcto sería decir viéndola por primera vez, pues no recordaba nada). Esos paratextos (o paravideos) son, en efecto, geniales. En fin, me ha hecho gracia ver la plaza mayor de Chinchón en la corrida de toros. Un abrazo.
Joaquín