En la jungla de las ciudades
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Con cinco novelas en su haber, Isaac Rosa ha apostado siempre
por una narrativa crítica que pusiera de manifiesto los conflictos de la
realidad social, también presente en sus artículos; a favor de una literatura
que propiciara el compromiso del escritor, sumándose conscientemente a una
estética que proviene de la segunda mitad del XIX europeo, de la novela de entreguerras
y de la narrativa social en el franquismo.
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Esta nueva obra, La habitación oscura (Seix Barral, Barcelona, 2013), constituye un relato crítico sobre los avatares de su propia
generación. Así, se ocupa de los efectos de la crisis económica en un grupo de
jóvenes en tránsito hacia la madurez, compuesto por doce personas, seis hombres
y seis mujeres, quienes se creyeron inmortales mientras su cuenta corriente
crecía y se dedicaban a gozar de la existencia sin otras expectativas ni
inquietudes. Se trata, pues, de una novela moral que apela a la solidaridad de
clase, a la unión frente a los poderosos y a los posibles medios para
combatirlos, y que invita a la acción. Pero también muestra la desunión y la
escasa conciencia social entre aquellos que suelen padecer los abusos del
poder. Novela coral, a veces aparece narrada en una segunda persona que tiende
a lo indefinido aunque predomine la primera del plural; otras, alterna voces
masculinas y femeninas cuya identidad ignoramos aun cuando pertenezcan al círculo
protagonista, asumiendo una perspectiva semejante. La acción transcurre a lo
largo de quince años del presente siglo, aunque nunca se precise fecha alguna
ni tampoco se aduzca referencias históricas, quizá porque los males no son, en
esencia, del todo nuevos, ni vayan a desaparecer siquiera. Pero sí se muestra
las aspiraciones, deseos y desengaños, el trabajo y la vida privada de los
personajes. En suma, qué eran, qué querían ser y en qué acabaron
convirtiéndose.
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La novela arranca con una
potente metáfora en la que quizá se demora en exceso, formada por una
habitación oscura, insonorizada y protegida de la luz en la cual se encuentran
los personajes para mantener relaciones sexuales, sin saber con quién. La trama
casi los reduce, pues, a ese espacio simbólico, encerrados con un solo juguete como aquellos personajes de Marsé:
“mientras follábamos el mundo se desmoronaba” (p. 158), se repite a la manera
de una letanía. Allí situados el lector puede observarlos como si fueran
cobayas, más primarios que civilizados, sometidas a un experimento.
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Durante los primeros capítulos se presenta la peculiar habitación
y se van contando de forma fragmentaria las razones de los personajes, algunos
aspectos significativos de su existencia relativos al trabajo y a las
relaciones familiares y sentimentales. Pero en el cuarto capítulo aparece
Silvia, la mayor del grupo, y la historia cambia de rumbo. Ella se complementa
con Jesús, quien tras haber sido un fiel peón del poder empresarial pasa a convertirse
en su acérrimo enemigo, mostrándonos las tripas del sistema al sacar a la luz
lo oculto. Ambos podrían ser nuestros Manning, Assange y Swonden caseros. A
medida que se acerque el desenlace, diversas traiciones, engaños, abusos y
delaciones habrán ido transformándolos. Sabremos lo que fueron, pero no en qué
se convirtieron, a excepción de Silvia y Jesús, quienes alcanzan un mayor
protagonismo mientras el resto acaba diluyéndose en el grupo. El mundo cambia y
ellos, también. La vida no siempre es tal como la esperábamos, ni su amor por
la independencia, la libertad y el compromiso se revelará, al fin, tan sincero.
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Los lectores más fácilmente contentadizos encontrarán en
la novela pasajes eróticos y disfrutarán, asimismo, de la presencia de cámaras,
ordenadores y otros aparatos mecánicos, tan del gusto acrítico del día. El
desenlace resulta desesperanzador pues apenas nadie sale impune de las acciones
emprendidas, ya sean más o menos nobles, y porque, con sus actividades
clandestinas, solo consiguen rozar a los poderosos. Así las cosas, tras algunas
fricciones entre ellos, lo que lleva al lector a preguntarse si el fin
justifica los medios, los más luchadores serán delatados por sus propios
compañeros.
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Novela de dilemas morales,
no resulta precisamente complaciente con sus protagonistas, quienes bajo la lente
del microscopio se revelan responsables de su fracaso, sobre todo por su
frivolidad, falta de sustancia y numerosas claudicaciones. Claro que el Estado
y las empresas, con sus artilugios y trampas, tras cebarlos con zanahorias,
convirtiéndolos en colaboradores eficaces de un sistema que los atrapa, acaban
cazándolos como a conejos.
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En las últimas décadas no
han faltado novelas generacionales, ni tampoco narraciones críticas, aunque no
siempre alcanzaran la complejidad estructural e ideológica, la ambición
necesaria. Tras aparecer en un mismo año En
la orilla, de Rafael Chirbes, y esta que nos ocupa, me parece que resulta
gratuito hablar de crisis del género, pues ambas, por lo pronto, constituyen una
buena prueba de que la ficción literaria sigue siendo un instrumento tan válido
como preciso para interpretar y comprender la realidad menos complaciente.
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* Esta reseña se publicó el 14 de septiembre del 2013 en el suplemento Babelia del diario El País.
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* Esta reseña se publicó el 14 de septiembre del 2013 en el suplemento Babelia del diario El País.
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1 comentario:
La había leído ya en Babelia y me ha gustado revisarla aquí. Con esta reseña sabe una de verdad qué es lo que va a encontrar si decide leer el libro. Y no es algo frecuente.
Saludos!!
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