El sabor del infierno
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De marginal, rara, política y literariamente
incorrecta se ha tachado la obra de Montero Glez. No se engañen sin embargo: el
autor puede elogiar sin pudor las novelas de Fernando Sánchez Dragó y María Dueñas, pero
es un lector empedernido que conoce tanto los clásicos norteamericanos como los
españoles, con Baroja, el Valle-Inclán expresionista, su principal referencia, e
Ignacio Aldecoa a la cabeza.
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Este nuevo libro (Polvo en los labios, Lengua de trapo, Madrid, 2o12) recoge once cuentos y un microrrelato, de los cuales cinco son inéditos. Dentro del territorio de la narrativa breve tampoco ha evitado la heterodoxia al reconocer que sus piezas no son más que un campo de prueba para las novelas. Y, en efecto, así es, ya que del cuento solo tienen la dimensión y el final sorpresivo, el cual, por repetido, acaba convirtiéndose en un mecanismo previsible. Por lo demás, la retórica y hechuras de estos relatos son más propias del género novela.
Este nuevo libro (Polvo en los labios, Lengua de trapo, Madrid, 2o12) recoge once cuentos y un microrrelato, de los cuales cinco son inéditos. Dentro del territorio de la narrativa breve tampoco ha evitado la heterodoxia al reconocer que sus piezas no son más que un campo de prueba para las novelas. Y, en efecto, así es, ya que del cuento solo tienen la dimensión y el final sorpresivo, el cual, por repetido, acaba convirtiéndose en un mecanismo previsible. Por lo demás, la retórica y hechuras de estos relatos son más propias del género novela.
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Para quien no conozca la obra de Montero Glez, este libro
resulta adecuado si busca adentrarse en su mundo literario, con sus virtudes y algunos
de sus defectos. Entre las primeras resalta la utilización del lenguaje, a
menudo lírico, aunque otras veces sea todo lo bronco que requiere la historia, y
un buen oído para captar las jergas y el habla popular. Destaca, además, tanto
su alejamiento de senderos trillados como la creatividad verbal, que no solo
afecta al léxico sino también a la capacidad para generar metáforas e imágenes
sorprendentes. Y, sin embargo, en alguna ocasión se echa de menos un mayor cuidado
por la estructura, por que los personajes no acaben convertidos en simples
muñecotes que el autor maneja a su antojo. La literatura, en efecto, tiene
mucho de juego, pero nunca debería carecer de pensamiento y emociones, de
profundidad y tensión en suma.
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Lo mejor de sus cuentos es lo que hay en ellos de humor y
lirismo, aunque a menudo el tono sea descarnado y el desenmascaramiento de los
deseos humanos pase por el sexo, el dinero y la muerte. Sin olvidar las
vinculaciones que establece con motivos del cine y la literatura, con el mundo
de la música, sobre todo del jazz y el flamenco.
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Todos los cuentos están narrados en primera persona, a
veces por un individuo que podría confundirse con el autor y que se vale de las
muletillas habituales del relato oral. Los más logrados son “El secreto de la
Garbo”, “Barrio de las Injurias” y sobre todo el que le proporciona título al
conjunto. En cambio, me parecen menos afortunados “La mascota”, “Rubia de
rabia” y “El vestido de la Chata”.
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La acción de estas historias sucede a comienzos del siglo
XX o en el presente, y se sitúan habitualmente en Madrid o en la provincia de
Cádiz, donde ha transcurrido la vida del autor. Los personajes, se trate de
seres imaginarios o históricos a los que a veces animaliza, suelen ser putas,
anarquistas, policías, lesbianas, traficantes, tipos rijosos, chisperos, o bien
seres amorales. Y no solo no los juzga, sino que en alguna ocasión a pesar de
sus acciones poco encomiables, los califica de desamparados inocentes.
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Disfruto con las obras de Montero Glez, pero creo que le
vendría bien una crítica menos complaciente (las más atinadas se las debemos a Ricardo
Senabre) y un editor que le ayudara a administrar mejor su indiscutible talento
narrativo, pulir las burradas
innecesarias con las que tropezamos en sus narraciones, pura sal gorda, lo que
no supone la domesticación de un estilo que solo adquiere sentido si permanece
salvaje, tal cual es.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 4 de mayo del 2013.
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4 comentarios:
No he leído al autor, pero tomo nota.
Un abrazo.
Le deseo una buena trayectoria con este libro a Montero Glez, al cual le guardo un especial cariño desde que lo conocí en un concurso donde él actuaba de juez.
Tomo nota del título.
Abrazos.
No he leído aún nada de Montero González, pero después de leer esta crónica sigo en la duda. Mi única "relación" con él fue su actuación en un concurso de microrrelatos hiperbrevísimos y tampoco puedo quejarme.
Leí este libro hace unos meses y ya no recuerdo los títulos, pero me dejó esa sensación de que junto a relatos interesantes había otros textos bastante endebles. Me gustó mucho, sin reserva ninguna, su novela corta Pistola y cuchillo, y quiero leer en cuanto tenga ocasión Sed de champán. Me alegra leer una crítica en la que se señalan las virtudes y los defectos concretos de la obra que se reseña.
Saludos.
Antonio Báez
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