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La cueva
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Un perro blanco con machas negras orinaba
junto a la vitrina. Al otro lado del cristal las mercancías eran formas que se
distorsionaban. Abrí la puerta y cuando quise entrar tuve la impresión de que
me tragaría una gran boca oscura.
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Me recibió mi gata.
Sus ojos bizcos me miraron mansos a la vez que arqueaba el lomo. Luces
amarillas, azules y blancas danzaron alrededor mío sin razón aparente. Respiré
profundo. De las paredes se desprendía el familiar olor a incienso y fragancias
de pino. Mi padre atendía a un cliente desde su puesto habitual tras el
mostrador. Hablaban de negocios, creo.
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......
Seguí de largo.
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Tras recorrer el
pasillo flanqueado por viejos baúles inservibles, entré en la cueva. Así
llamaba yo a ese sitio extraño y fascinante que me cautivó desde pequeñita.
Papá guardaba toda suerte de cosas raras allí. Cada vez que entraba me parecía
que los cocodrilos disecados me miraban protestando por su destino inmutable.
El caballito gris de la pata rota se movió saludándome desde su rincón de
telarañas. Una brisa leve que se colaba por la claraboya meció el bacalao que
colgaba con un alambre del bajo techo. Arranqué un pedazo de aquella piel seca
y lo masqué para extraerle sal de piratas.
......
Penetré más aún en la
oscuridad de la cueva. A medida que presentía sombras desplazándose hacia el
fondo, se fueron soltando los miedos que traía amarrados. Vagas sensaciones me
recorrían toda. Me detuve al oír un chirrido.
......
Alambres retorcidos
configuraban amenazantes siluetas que surgían de cajas torpemente almacenadas.
De remotos frascos salían rancios olores de perfumes que no demoraron en
marearme. Algo sinuoso rozó mis pies descalzos y se perdió entre las sombras.
......
Di un paso atrás.
Tropecé. Sentí enrollarse una cascabel en
mis tobillos. Grité echando a
correr. Rodé por el suelo. Me levanté
dando tumbos, el corazón en la
boca. Entonces me recibió una caja
metida en otra que a su vez estaba prensa en otra mayor.......
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Los
enormes ojos de la
gata refulgieron en la oscuridad. Me miraban fijamente. Extendió las patotas
delanteras hasta apoyarlas en el borde de la caja exterior. Se estiraba. Con
toda la calma del mundo se estiraba. Y al hacerlo bajó la cabeza enorme. Me vi
reflejada en aquellos pozos líquidos que me seguían mirando. Abrió
desmesuradamente la boca. Su olor a bacalao me llenó de asco. Vi acercárseme
los punzones blancos de sus colmillos.
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El miedo no me impidió
asirme de un pelo largo de su bigote y empecé a columpiarme con la esperanza de
coger suficiente impulso para poder caer afuera. Cerré los ojos tratando de no
temblar exageradamente ante los ojos bizcos que me seguían perplejos de lado a
lado.
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Al fin me atreví a
soltarme. Caí sobre unos alambres enroscados que de inmediato me ciñeron. Un
maullido atroz me obligó a voltear la cabeza. La suela gris, enorme, se me
venía encima.
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De
pronto se encendió la luz. La cueva se convirtió en un depósito sucio y desordenado como cualquier otro. Mi gata se dio a la fuga.
Me entraron unas ganas muy grandes de
llorar. Y lloré confundida.
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Cuando las manos
fuertes de mi padre empezaron a desenroscar los alambres que me aprisionaban, busqué en su rostro una explicación. Tras
alzarme en peso me colocó en el piso. No dijo una palabra. Sólo hallé en su
mirada la inexpresividad de siempre. Las cosas habían vuelto a la normalidad.
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Así
lo entendí porque un fragmento de espejo me
devolvió una imagen aceptable de mi tamaño cuando estuve en pie. Sin embargo,
me ardían los huesos.
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Sonó la campanita de
la puerta. Llegaba algún cliente. Mi padre
se apresuró a salir de la cueva, que ya no lo era
tanto, mascullando regaños contra mi torpeza.
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Parada frente al largo
espejo rectangular que ocupaba una de las
esquinas al fondo, vi acercarse a la gata a mis espaldas.
Yo era como siempre tres veces más grande que ella y dos veces más chica que el espejo.
Maulló. Me di vuelta para verla
mejor.
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Sus ojillos bizcos
brillaban bajo la luz del foco que pendía del
techo entre ambos. Antes de que se marchara irguiendo impertinentemente la
cola, vi bien claro cómo me guiñaba un ojo.
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2 comentarios:
El grafiti del gato negro que has puesto está en mi pueblo y es del grafitero murciano SAM3. Os recomiendo que busquéis más imágenes suyas en Google porque es magnífico.
Gracias, Basilio, me estaba preguntando quién era el autor del gato. Saludos.
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