miércoles, 16 de enero de 2013

ROSA YÁÑEZ

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Echar de menos
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La abuela está revolviendo la casa de nuevo. No parece nerviosa, sólo obstinada en su búsqueda.  Saca todas las cosas de los cajones y las coloca de nuevo con cuidado. Mira tras los libros y va apartándolos por grupos y colocándolos de nuevo; en ocasiones aprovecha y limpia el polvo oculto en la parte de atrás. Se pone a escudriñar también en los armarios, entre la ropa, y viene bien porque encuentra ese jersey que se pierde o el calcetín que había dejado un gemelo solitario en el cajón. Incluso mira entre mis papeles, pero ya no le riño porque me he cansado y sé que no serviría de nada. Cuando la veo rebuscar en el cajón de mi ropa interior me preocupo un poco, pero enseguida continúa su inspección por otro lado.
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Cuando a la abuela le da por registrar la casa, se pasa unos días concentrada en ello y es mejor dejarla. Luego se le pasa y se vuelve a su butaca, a mecerse con esa apariencia tranquila mientras mira a través del balcón abierto, aprovechando algún rayo de sol y con los dedos enredados en una labor de punto que nunca se sabe si avanza hacia algo concreto pero que siempre la acompaña. No sabemos qué busca la abuela, ni hay forma de que ella lo explique porque hace mucho que no habla y apenas asiente o niega con la cabeza para responder a las preguntas cotidianas -¿quiere usted cenar? ¿le traigo una manta?- A mí lo que me inquieta de sus búsquedas es que mamá me dijo que las lleva haciendo toda la vida y que no son cosas de la vejez como yo había creído. Y me preocupa, sobre todo, el arrebato que siento a veces de ponerme a buscar con ella.

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Verdadera magia
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El público contuvo la respiración cuando el brazo se hundió hasta el codo dentro de la chistera. Los veinte centímetros de altura de ésta y la mesa de metacrilato no dejaban lugar a dudas: aquello era magia. Él, el mago, se sorprendía también pero el oficio le ayudaba a aparentar cierta indiferencia mientras su mano se sumergía más y más en el novedoso vacío dentro del sombrero. El conejo blanco no aparecía por ningún lado.
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Bajó más el brazo y el público se mantuvo expectante. Dentro hacía frío pero no tocaba nada. Inclinado totalmente sobre la chistera, hundido hasta el hombro y apoyándose con la otra mano para no terminar de caer en aquel absurdo abismo, seguía intentando resolver el número sacando, no ya el conejo, sino cualquier cosa que diera fin a aquella accidentada actuación.
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Por fin notó algo al otro lado, caliente y algo sudada, otra mano que entrelazó los dedos con los suyos. Casi fue un consuelo. Sólo pudo identificar que era una mano bastante grande y que tiraba con demasiada fuerza hacia el otro lado.
 
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Desierto
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Resulta sencillo imaginarle hundiendo un pie tras otro en la arena hirviente, exhausto, inclinado hacia las dunas como una caña reseca por el sol a punto de quebrarse. Resulta fácil figurarse sus labios cuarteados, reventados a falta de agua y a golpe de mordisco, su piel enrojecida y sus ojos desesperados. ..
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Si te lo sugiero verás que es plausible imaginar que sus pies van desnudos uno tras otro avanzando sobre el calor, creando hondonadas y necesitando ser rescatados con sumo esfuerzo de la arena que los envuelve atrapándolos a cada paso y comprenderás que no hay por qué dudar de la aparición de una concha semienterrada cerca de uno de los efímeros cráteres de sus huellas. Él continúa caminando sin comprender bien o quizá sin percatarse del cambio. Luego, las conchas aparecen en mayor número, blancas, rosadas, amarillas, enteras y rotas, de esas onduladas y de las pulidas también, pequeñas piedras, algún trozo de alga, pero parpadea con intensidad y desaparecen. Se detiene un instante, intenta erguirse y el viento azota los jirones de ropa contra su piel quemada, pero en medio de aquel atroz silencio le parece oír un lejano murmullo de vaivén, un arrullo antiguo. Y al reanudar su camino siente que ahora se dirige al centro de una inmensa caracola. Un par de pasos y las conchas aparecen de nuevo ante sus ojos.
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Debes imaginar ahora un sutil aroma salado que empieza a venir en el aire y que hace creíble que las sombras de las gaviotas se marquen contra el suelo. Giran en torno a su propia sombra como polillas en una luz, alejándose para volver siempre. Pero ya no tiene fuerzas para levantar la vista. No sólo se han agotado sus reservas de lucha sino que él también imagina: visualiza en su mente el vuelo de esas gaviotas y cómo ágiles, ligeras, fugaces van dibujando en el cielo como el dedo de un niño, y le parecen tan hermosas, tan blancas, tan libres que le duele la certeza de que un sólo parpadeo borrará ese espejismo y le dejará de nuevo irremediablemente solo en este infierno de arena.
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Ahora tienes que hacer un esfuerzo y ver sus rodillas vencidas, su cuerpo abandonado en el suelo y los últimos soplos de aire escapando de entre las llagas de sus labios. Una mano extendida un poco más allá de la otra, como si hubiera querido alcanzar algo en el último momento. El viento agitando los jirones de su camisa pero sin que haya ahora dolor alguno, el silencio cerrándose sobre la escena como el agua alrededor de una piedra que cae.
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Y ahora verás conmigo, tienes que verla, una lengua de agua que llega hasta los dedos adelantados, que lame la arena de entre ellos y que desplaza la mano un poco con un barrido dulce que la arrastra como a cualquier madero extraviado, como cualquier literario resto de naufragio, como a cualquiera de esas cosas que uno sabe que sólo pueden pertenecer al mar.

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* Rosa Yáñez (Sevilla, 1979) es Ingeniero Informático de profesión y trabaja como investigadora y docente en la Universidad de Sevilla. Su acercamiento al microrrelato, según confiesa, viene desde la poesía, pues ha publicado un cuaderno de poemas titulado El pergamino que contiene su nombre y el libro, autopublicado, Esto no es un libro de poesía. Mantiene el blog: http://rositafraguel.blogspot.com. Estas piezas son inéditas.
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23 comentarios:

Propílogo dijo...

Qué bestia. Qué buenos.
Creo que no es nada fácil escribir microrrelatos tan profundamente descriptivos sin quitarle la gracia al lenguaje, sin atentar a la brevedad. Veo un fascinante equilibrio entre las imágenes provocadas por lo sugerido y el peso de un escribir disfrutado, con matices, sin forzar el recorte.
Cada vez me gustan más estos textos en los que no hay una búsqueda ciega del requiebro y de la sorpresa, donde lo que se disfruta es el viaje, más que la curva y el derrape al final.
En fin, felicidades a Rosa y gracias, Fernando.
Saludos
Gabriel

Rosita Fraguel dijo...

Fernando, estoy flotando de felicidad. Gracias por embarcarme en la nave, es un honor y un INMENSO placer.

Gabriel, gracias por tus generosas palabras. Es una gran satisfacción que hayas disfrutado del viaje ;)

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Poco se puede decir -que aporte algo- después del comentario de Gabriel. Comentario que, por cierto, suscribo en cada una de sus palabras.

Lo que me sorprende es que no conociera a Rosa. Ahora -¡gracias, Fernando- podré enmendar el fallo y resarcirme visitando su rincón.

Un abrazo,

Rosana Alonso dijo...

Suscribo lo que, dice Gabriel Creo que es un equilibrio difícil en microrrelato y en relato en general ser lírico sin resultar barroco o que el texto pueda pulso narrativo, Rosa lo consigue., Y yo, que soy poco lírica, la admiro por ello.
Bienvenida a La Nave y gracias al Capitán por permitirnos leerla.

vita dijo...

Cuenta una historia y una quiere saber qué va a pasar. Finalmente es a una a quien le pasa algo porque estos cuentos, que contienen tanto, son más que historias. Para mí son escritura en acción.

Rosita Fraguel dijo...

Gracias Pedro, uno de los regalos que me llevo de este embarque es que me leáis. Es un maravilloso regalo.

Y a Rosana, te reitero las gracias también aquí porque sin tu empujoncito no me habría atrevido a enviar los micros. Gracias de nuevo.

Jes Lavado dijo...

Gracias, señor Valls, por presentarnos a Rosa. De lo mejorcito que he leído últimamente. Un auténtico hallazgo. La seguiré de ahora en adelante.
Saludos.

Rosita Fraguel dijo...

Vita, mi querida Esther, gracias no sólo por tus palabras sino por ser mi maestra y llevarme de la mano tanto tiempo.

Jes Lavado, tremendo oír (leer) eso de "de lo mejorcito".

Yo soy una fraggle muy pequeña para tanta emoción. Gracias a todos

Manuel Rebollar Barro dijo...

Coincido con la mayoría de los comentarios, una maravillosa sorpresa este descubrimiento, sobre todo por ese uso del lenguaje y ese disfrutar del cómo tanto como del qué.

Rosa, has ganado un lector.

Saludos a los dos

Isolda Wagner dijo...

Me han encantado estas tres historias. Prmíteme solo un detalle (cambiaría el título del primero, no sé, será por el infinitivo, pero merece algo mejor) Son muy buenos, descriptivos y te meten en la piel de los protagonistas.
Enhorabuena por tres veces y tres besos.

Paloma Hidalgo dijo...

Llego tarde para decirte algo original, en los comentarios anteriores te dicen lo que tengo que decirte. así que, felicidades por escribir como escribes y por haber llegado hasta aquí.

Saludos.

Citopensis dijo...

Gracias por la presentación Fernando.
"Echar de menos" me resulta excelente.

Un saludo, Alberto.

Paz Monserrat Revillo dijo...

Impactantes los tres textos.En especial el del desierto, cuyo último párrafo me ha dejado flotando en una especie de líquido amniótico literario del que no quiero salir. ¡Felicidades Rosa!

Pedro Herrero dijo...

"Echar de menos" funciona como un juego de manos. Consigue situar al lector tras un personaje escurridizo, a la espera de averiguar la finalidad de su extraño comportamiento, para sacar de una chistera imaginaria la connivencia del propio narrador, que se suma a una búsqueda convertida en razón de ser y transmitida por vía familiar.

Curiosa y novedosa vuelta de tuerca en "Verdadera magia", dando entrada al asombro del propio protagonista, a la incertidumbre de atravesar la frontera del truco para entrar en un registro que recuerda un poco aquella secuencia de la película Brazil, en la que el empleado de una empresa estatal debe disputar su trozo de mesa con el ocupante del despacho contiguo.

Magnífica muestra, la de Rosa, a quien apenas conozco de compartir un proyecto literario en ciernes. Encantado de verla por aquí en una visita que espero se repita.

Rosita Fraguel dijo...

Vuelvo a vuestros comentarios tras una tarde agotadora. Gracias a todos por vuestras generosas palabras y vuestra complicidad lectora :)

Julia U. dijo...

Poco tengo ya que decir. Sí, me gusta tu escritura transparente aunque el final sorprende siempre: transparencia en la palabra, en su colorido. Escueta y ni mucho ni poco: lo necessario.
Tu poesía tiene que ser muy buena.

Julia U. dijo...

Perdón por volver.
Isolda, no. Echar de menos es el título perfecto. El infinitivo eterniza la situación anímica que se va contagiando a un ser más joven. Si la palabra matafísico no le molesta a nadie, creo que le da a la búsqueda de toda una vida, de la vida de todos, una dimensión eso, metafísica.

Susana Camps dijo...

Me alegra mucho entrar aquí y descubrir a alguien cuyo nombre ya me sonaba, pero a quien no había podido leer.
Es una muestra excelente, un lenguaje por el que da gusto deslizarse "durante" y en el que da gusto recrearse "después", porque deja esa sensación de buena literatura que pocos textos alcanzan.
Enhorabuena, Rosa, y gracias, Fernando. Abrazos

manuespada dijo...

Me ha gustado mucho la manera "distinta" de narrar de Rosa, no se parece a nadie, tiene una voz muy diferenciada, y eso ya es un mérito. Me ha gustado la historia del mago especialmente.

Isolda Wagner dijo...

Agradezco vuestros argumentos respecto al título. Especialmente a Julia. Muchas gracias. Enhorabuena, repito.

Rosita Fraguel dijo...

Yo entendía las reticencias de Isolda con el título y menos mal que Julia lo ha explicado tan bien: quería que la búsqueda contuviera esa ambigüedad, esa ansiedad buscando algo que no se sabe qué es y que seguro que muchos sentís ;)

Gracias a Susana, Julia, Manuel, a todos. Me lo voy a acabar creyendo y voy a resultar un fraguel muy insoportable :)

Salva Dugo dijo...

A veces uno de tus micros es tan denso que hay que releerlo para saborearlo.Enhorabuena Rosa.

Rosita Fraguel dijo...

Gracias Salva. Si consigo que al lector le apetezca pararse para saborear, me daré por satisfecha ;)