jueves, 13 de septiembre de 2012

Ana Alonso

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MIDELT
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¿Alguno de ustedes ha visitado Midelt? Midelt es una ciudad pequeña situada en el Atlas Oriental de Marruecos, a la que las guías turísticas apenas dedican unas líneas, o definen como “ciudad sin interés turístico alguno”. Por una serie de casualidades, hace dos primaveras fui a parar allí.
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Todo empezó cuando me puse de acuerdo con una amiga para recorrer Marruecos en coche, las dos solas. Mi familia puso el grito en el cielo. Me fueron expuestos con todo lujo de detalles los riesgos a los que me exponía, pero tenía curiosidad por conocer algo del mundo de las mujeres marroquíes y, por experiencias anteriores, sabía que era imposible si había algún hombre entre los viajeros.
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Una mañana de abril mi amiga y yo cruzamos la frontera por Ceuta y emprendimos el camino  en dirección al sur. Pasados varios días, estando en Fez, decidimos hacer de un tirón el trayecto hasta Tifnit para contactar allí con los guías que organizan excursiones al desierto.
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Salimos temprano con la idea de pasar por los montes de cedros gigantes del Atlas Medio, para lo que hay que desviarse algo de la ruta principal. Tengo que decir que yo iba de copiloto y que mi sentido de la orientación nunca ha sido brillante. De hecho, cada vez que llego a un cruce, si tengo que girar a la derecha, una fuerza oculta me hace girar a la izquierda y viceversa.  Mis hijos, sabedores de esta peculiaridad mía, insistieron en la conveniencia de instalar un GPS, pero no les hice caso, acabas mirando más la pantalla que el paisaje. Pusimos, eso sí, una pequeña brújula en el salpicadero del coche.
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Transcurridas un par de horas y muchas vueltas por caminos difícilmente accesibles, en medio de espectaculares bosques pero sin identificar ni un cedro ni un alma,  recordé la existencia de la brújula que, para mi sorpresa, dirigía la aguja al Norte. Me armé de valor y admití en voz alta que nos habíamos perdido. Consultados varios planos pudimos situarnos y, después de comprender que si retrocedíamos sería peor, conseguimos llegar a otra vía que, dando una larga vuelta, también conducía a Tifnit.
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Más adelante el paisaje bruscamente cambió de montañoso a un inmenso pedregal enmarcado por el Atlas Medio, que acabábamos de dejar atrás, y las cumbres nevadas del Alto Atlas que corrían paralelas a la carretera. El sol ya estaba bajo y teníamos que buscar un sitio para dormir. Por fin, a eso de la mediatarde llegamos a Midelt.
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Accedimos por la calle principal, una hilera de casas destartaladas a un lado y otro de la carretera,  hasta encontrar un hotel abierto, bastante cutre, del que seríamos las únicas huéspedes y del que juraron (en falso) que tenía calefacción. Mientras un empleado nos ayudaba a descargar el equipaje, se inició el ritual de preguntas, de dónde eres, de España, ¡ah!, Barcelona (no sé por qué nunca dicen Madrid, o Valencia); no, Barcelona no; de qué sitio, y mi amiga, bastante harta, intentó zanjar el tema y con sonrisa malévola contestó: “de Cantabria”. Fue como un grito de guerra. Resultó que todas las familias de Midelt tenían un hijo, un hermano, un primo que trabaja en Santander, y todo el mundo sabía qué es Cantabria. La noticia corrió por todo Midelt.
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Tras la inevitable visita a la tienda de alfombras pedimos una prórroga para descansar y pasear un rato. Aparte de la fea calle principal, Midelt tiene barrios periféricos muy bonitos, separados por campos surcados por canales de riego y riachuelos y unidos por caminos poco poblados.
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Visitamos primero la kasba, en muy buen estado porque había sido objeto de restauración reciente por la UNESCO, aunque lo más interesante es que estaba habitada y en sus callejuelas jugaban niños, a través de las puertas se veía ropa tendida, y desde las ventanas se esparcía un fuerte olor a especias. Después dimos un largo paseo siguiendo el curso de un riachuelo en el que las mujeres lavaban la ropa y la colgaban a secar en las ramas de los árboles, mientras los hombres trabajaban sus trocitos de tierra, sacho en mano, o rezaban, y los burros nos miraban con cara de pocos amigos.
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El camino nos condujo a unas casas de adobe en las que un grupo de mujeres charlaba mientras cuidaban a los niños. Nos pidieron que les hiciéramos unas fotos y, después de muchas risas al ver sus imágenes en la pantalla de la cámara, nos invitaron  a compartir su cena: té dulce, galletas caseras y pan mojado en aceite de argán. Las casas eran muy sencillas, con camastros a modo de sillones alrededor de una estufa, y la televisión en el sitio principal, que encendieron como muestra de cortesía. Nosotros lo agradecimos atendiendo con mucho interés un noticiario en árabe. Tampoco faltaba un cable que colgaba de una habitación a otra y terminaba en un cargador de móvil comunitario. Pese a entendernos en el idioma universal de los gestos, que por cierto da mucho más de sí de lo que uno piensa, se empeñaron en intercambiar nuestros números de móvil.
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Regresamos al hotel casi de noche. Allí nos esperaba un sinfín de invitaciones de madres, abuelas, hermanas, para cenar o tomar el té. Como no podíamos atenderlas todas, saludamos a los que pudimos, y aceptamos tomar un té en la de nuestro amigo de Cantabria-Santander. Dijo que su casa estaba muy cerca pero nos hizo caminar, con un frío que cortaba la piel, al menos durante media hora, por caminitos de tierra que bordeaban los cultivos, sin apenas luz, a punto de rompernos la crisma.
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Llegamos a otro barrio de calles asfaltadas y casas amplias y modernas, algunas  a mitad de construcción. Nuestro amigo explicó que eran de los emigrantes, que año a año las iban terminando con sus ahorros, para cuando se jubilaran. Por fin llegamos a su casa. Nos recibió su madre, acompañada de varios hijos e hijas y un nutrido grupo de familiares. En un salón muy recargado que se veía que solo se usaba para las visitas, como antiguamente en algunas casas de España, y tras un rato de conversación la madre nos informó que tenía otra hija, Nadia, casada con un belga, que vivía en Francia pero que casualmente estaba ahora en el Valle del Dadès, donde regentaba con su marido un hotel que abría dos veces al año. Nos dio una tarjeta para su hija y encarecidas recomendaciones de que fuéramos a visitarla.
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Cuando por fin pudimos marcharnos, al borde del agotamiento, nuestro amigo se ofreció a conseguirnos un taxi: paró el primer coche que pasó por la calle y negoció que por 10 rupias nos dejara en el hotel, dónde aún nos esperaba otro rato de tertulia, esta vez solo con hombres dado lo avanzado de la hora, y donde  nos calentamos con los rescoldos del calor humano, porque lo de la calefacción había sido un timo.
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A la mañana siguiente y tras una despedida triunfal, salimos, esta vez de verdad, hacia el desierto. Quién nos iba a decir que Midelt, con su, al parecer, escaso interés turístico, nos iba a ofrecer una vida social tan  intensa.
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Días después, camino de Marraquech, paramos en el hotel de Nadia. Resultó ser un sitio maravilloso que no puedo dejar sin recomendar, “Chez Pierre” (además nos hicieron un precio especial gracias a las amistades de Midelt). Esa noche, sentadas en un comedor magnífico, la luna iluminando los desfiladeros, la vajilla impecable, Nadia encantadora, el menú exquisito, rollos de hojaldre a la menta, codornices confitadas y tartaleta de manzana, y un Rioja que sacamos del maletero del coche  (no te venden alcohol, pero te dejan que lleves tu botella), bromeamos sobre qué peligrosas aventuras tendríamos que inventar para contentar las expectativas de nuestros amigos y familiares.
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* Ana Alonso F. Aceytuno se presenta a sí misma: "Tengo 63 años. Nací en Las Palmas. Soy patóloga. Mi vida profesional ha transcurrido entre Barcelona, Canadá y Las Palmas, donde trabajo actualmente, excepto el periodo comprendido entre 1983 y 1989, en el que ocupé algunos cargos de gestión sanitaria en Canarias y Andalucía. Carezco de curriculum literario. De forma esporádica he escrito unos pocos relatos en los programas radiofónicos de Millás, sobre todo en la primera etapa, y en algunos blogs de aficionados (Ventanianos y La página de los cuentos), y he participado en dos cursos cortos a distancia de microrrelatos en La Escuela de Escritores. Eso es todo. Viajo cuando puedo y me gusta tomar notas para, al regreso, esribir pequeñas crónicas que sirvan de recuerdo. Esta forma parte de uno de esos viajes".
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12 comentarios:

Andreuk dijo...

Con crónicas de viaje como está sobre Midelt se despierta el espirítu viajero ansioso por recorrer caminos y retratar historias.

Me ha gustado mucho esta entrada. Felicitaciones.

manolo dijo...

Buenas fotos.
Y un buen Reportaje, de ese Viaje, que admiro, esa valentía y decisión, al hacerlo en coche, por esos parajes, la verdad, no muy seguros, refiriéndome a los caminos sin asfaltar, en muchas ocasiones, a los alojamientos, etc.

Me ha gustado la narración, por la que he aprendido, de aquella zona y la forma tan amena de contarla.

Saludos, manolo
marinosinbarco.blogspot.com

Beatriz AA dijo...

Qué viaje tan sensacional, atrevido como los que se hacían antes, puro como auténtica posibilidad de vivir otro mundo.

Lo del rioja no pega, Ana, no vale eso de sacarse una botella del maletero.

Las fotos muy buenas.

Hacía siglos que no te leía. Me alegro de volver a saludarte

Bea

Paloma Hidalgo dijo...

Después de haber leído tu crónica, tengo unas ganas enormes de "perderme" por esos parajes.

Saludos.

Ana Alonso dijo...

Gracias, Andrea, un beso. Manolo, no es valor, en los países en que la hospitalidad es sagrada, sobre todo en el área rural, te sientes más seguro que en tu barrio. Bea, me alegro de saludarte. Ya ves, puro, puro, poco queda hoy día, hasta en los sitios más perdidos hay móviles y TV y en los maleteros cajas de Rioja. Un abrazo muy fuerte. Paloma, "piérdete". Merece la pena. Saludos.

Lola Sanabria dijo...

Ana, querida, un gustazo encontrarte por aquí. Esta crónica, al igual que otras, las tengo bien guardadas en mi PC. Todo un lujo, porque eres una excelente relatista.

Besos a montones.

Ana Alonso dijo...

Gracias, Lola, tú sí que eres un lujo. Un fuerte abrazo.

jmrwinthuysen dijo...

Un gran encanto el de ese modo fluido, atento, cariñoso y sin darse importancia de viajar. Un placer leer el texto.
Juan Martínez de las Rivas

Ana Alonso dijo...

Gracias, Juan, me alegro de que te haya gustado. Un abrazo, Ana

Ana Alonso dijo...

Perdona, Juan, soy yo otra vez. Se me olvidó comentarte que estoy deseando leer tu novela, Fuga lenta (supongo que eres el autor), y publicada nada menos que por Acantilado, mi editorial preferida.

Rosana Alonso dijo...

Una de las entradas sobre viajes que más me ha gustado. Texto e imágenes.

Enhorabuena Ana


Saludos per tutti

Ana Alonso dijo...

Muchas gracias, Rosana, por tu comentario. Un abrazo