jueves, 30 de agosto de 2012

Los viajes de Pedro Herrero

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VIAJAR, POR FIN, VIAJAR
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“¡Salir, por fin, salir”, proclama el poeta Jorge Guillén, en su libro Cántico, celebrando algo tan elemental como la breve carrera de un nadador sobre la arena de la playa hasta entrar en contacto con las olas. Un gesto inmediato, siempre iniciático, ante el cual el ser humano debería estar agradecido y dispuesto a repetirlo una y mil veces. Como el acto de viajar, ya sea a un país remoto o a una ciudad cercana y, sin embargo, desconocida. Me avergüenza admitir que todavía hay barrios de Barcelona en los que apenas he puesto el pie. Sé que existen, debo haberlos atravesado en coche o en autobús un montón de veces. Pero perderme en ellos una mañana, callejear con indolencia descubriendo el encanto de sus rincones aún me depara sorpresas.
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Otro poeta, Joan Margarit, titula así uno de sus poemas: “No llencis les cartes d’amor” ("No tires las cartas de amor)", en el que sostiene que ese tipo de correspondencia íntima, y acaso banal, puede convertirse con el paso del tiempo en la última literatura que seremos capaces de apreciar. Me gustaría pensar que el recuerdo de nuestros viajes también nos acompañará, si tenemos la suerte de llegar a viejos. Cuando nada de nuestro entorno nos apetezca, es posible que sigamos ocupando mentalmente aquella butaca de ventanilla que nos aproximaba a un paisaje idílico, recién descubierto. La pureza de esos recuerdos no dependerá de que nuestro viaje fuese en primera clase o en clase turista, ni de si se trató de una expedición de 15 días o de una escapada de fin de semana.
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Viajar, cerrar la propia casa, tomar como un intruso una nueva habitación de hotel, adueñarse del espacio. En esos casos, lo primero que hago es descorrer las cortinas y contemplar la vista que acaso será mía durante horas, echar un vistazo al baño y otro, algo más meticuloso, al interior del mueble bar. Es un ritual previo indispensable, antes de deshacer la maleta. Una vez, en Bilbao, al abrir la ventana del baño vi a una mujer duchándose en el edificio de enfrente. Se duchaba a oscuras, seguramente para eludir miradas indiscretas, pero no renunciaba a tener su ventana abierta a la brisa nocturna. No recuerdo qué otras cosas hice aquella noche, pero no tuvieron la menor importancia después de aquella fulgurante aparición.
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Viajar, dejarse llevar, caer en el exceso. Ceder -siquiera una vez en la vida- a la tentación de un buffet libre en el desayuno. Comprobar que el auténtico significado de la expresión “desayuno continental” es meterse un continente entero entre pecho y espalda. También meter la pata, constatar la propia torpeza ante el cambio de hábitos, sufrir en carnes los efectos de la desubicación. En un hotel de Liverpool, el camarero me fulminó con la mirada porque yo había movido sin querer los cubiertos de la mesa inmaculada. No dijo nada, pero vino derecho hacia mí, me rodeó por detrás y volvió a colocarlos correctamente. Otro camarero, esta vez en el madrileño café Gijón, puso cara de Buster Keaton cuando pedí un bikini para saciar mi apetito (los catalanes no usamos la palabra sandwich). Esta escena, no obstante, tuvo su punto agradable de ternura castiza. En cambio, al camarero inglés le habría clavado con gusto el cuchillo de pescado (el primero por la derecha) allá donde más duele.
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Viajar, gozar, coleccionar instantes. Guardar el rastro de nuestros pasos, la bitácora de los acontecimientos. Tengo en casa una caja llena de mapas de ciudades, billetes de avión, facturas de hotel, notas de restaurantes, tarjetas de metro, tickets de aparcamiento, entradas a museos, recibos, resguardos, posavasos. Ojear todo ese material, tan lejos de su lugar en el tiempo, permite revivir aromas, convocar alientos, estados de ánimo, desafiar a la memoria. Es una invitación a sentir de nuevo el vértigo de la experiencia.
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Viajar, huir hacia delante, fundir origen y destino en un mismo punto sensorial. Decía Groucho Marx: “No quiero una casa muy sofisticada. Únicamente una casita pequeña que pueda llamar mi hogar, un lugar al que poder llamar para decirle a mi mujer que no iré a cenar esta noche”. Yo creo que si tenemos un hogar, la mitad de nuestra felicidad está plenamente consolidada. La otra mitad dependerá del número de veces que inventemos excusas para abandonarlo y salir, viajar, salir por fin de viaje.
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* Las fotos son de la playa de Calafat; una vista aérea de los Alpes; el Hotel Crowne Plaza de Viena y el tren Barcelona-Burgos. La cuarta es un autorretrato. Todas son del autor, salvo la primera y la quinta, realizadas por su hijo Jaume.
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* Os recuerdo que podéis mandarme vuestras crónicas de viajes. Publicaré encantado aquellas que me gusten..
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14 comentarios:

Anónimo dijo...

He disfrutado mucho leyendo estos viajes.
Gracias a los dos por compartirlos
Pilar

AGUS dijo...

Toda una estética del viajar que comparto, y que se aleja de algunos cánones actuales que miden la categoría del viaje sólo en la distancia, en la mera longitud del trayecto. También coincido en que éste no empieza ni termina en los conceptos de ida y vuelta, y que existe siempre un antes, unos preliminares - que muchas veces incluso resultan más excitantes que el propio viaje en sí - y un después, como tan bien explica Pedro, que se cifra en un ticket, en un resguardo, en un folleto, en un mapa, en una nota en una libreta o en una fotografía. Una antología de enseres que nos instan a volver una y otra vez allí. Y por supuesto el durante, ese "adueñarse" de un espacio ajeno, impropio, y que casi siempre lleva implícito la duda, el recelo – también el temor - de saber si uno algún día volverá, o tal vez esa sea la única, la última vez.

Un placer leer a Pedro.
Gracias, Fernando.

Abrazos.

Paz Monserrat Revillo dijo...

Una reflexion muy certera sobre el viaje y sus alrededores.

Lola Sanabria dijo...

Esta exaltación del viaje me ha llevado más lejos que cualquier avión, tren, coche, o barco. Ha sido como ir subida en un pegaso y recorrer el mapa de los múltiples lugares a donde podría ir.

Me ha gustado mucho, Pedro.

Abrazos nostálgicos.

Antonio Tello dijo...

El viaje como metáfora de liberación de lo cotidiano, como realización de la sorpresa. Interesante.

Gemma dijo...

En tu caso -o al menos la lectura de la crónica me deja esa impresión- parece como si no importara tanto salir de viaje con la promesa de volver a casa, cuanto regresar al hogar para salir de nuevo lo antes posible, a lo Groucho Marx.
La ironía es un ingrediente muy habitual en tus escritos que nos encanta.
Abrazos

Pedro Herrero dijo...

Es que sois la leche, de verdad. Muchas gracias por vuestros comentarios. Le dije a Fernando que no tenía una crónica, propiamente dicha, que enviarle. Los recortes me tienen prácticamente encerrado en casa, y además paso por un momento delicado a nivel creativo. No obstante, mañana me voy una semana a un pueblo marinero de la costa ampurdanesa. Me llevo vuestro afecto sincero. Un abrazo a todas y a todos, así como al patrón de la Nave.

Fernando Valls dijo...

Bueno, pues ahora que Pedro ha recobrado la inspiración habrá que pedirle que nos haga otra crónica de la estancia en ese pueblo marinero del Ampurdán.
Gracias a todos por vuestros comentarios.

Javier Ximens dijo...

Da gusto leerte, Pedro. Me ha gustado esa idea de almacenar los rastros de los viajes. Supongo que será, en el futuro, como encontrar el viejo baúl con los tebeos de la niñez, o en tu caso los justificantes de Ulises Herrero.

Beatriz AA dijo...

Lo malo (o lo bueno) de llegar tarde (¿tarde?) es que alguien ha subrayado ya lo que pensaba decir, y esa es Gemma, asi que Pedro, no me queda más que desearte una feliz estancia ampurdanesa. Un abrazo.

elf dijo...

Disfruté mucho esta entrada a su blog. Me gustó especialmente su explicación de un desayuno continental."es meterse un continente entero entre pecho y espalda." Y sobre "sufrir en carnes los efectos de la desubicación." le cuento que cuando estuve en Madrid (2011), le pedí al mozo/camarero una Coca-Cola de dieta ( así le decimos acá) el me dijo que sólo tenían Coca-cola light.

puri.menaya dijo...

Hay que viajar, sí, viajar para respirar, para sentirse libre, para sentirse un extraño. Para guardar esos tickets de restaurante o de museos y recuperar el viaje de nuevo cuando los volvemos a ver. Para hacer fotos, para... Para volver al hogar, dulce hogar. Buen viaje, Pedro!

El viaje de tus sueños dijo...

A mi también me encanta viaja!!!

Paloma Hidalgo dijo...

Viajando así, con los ojos primero, se llega muy lejos Pedro. Me ha gustado mucho.

Un abrazo