jueves, 7 de junio de 2012

MANUEL MOYA, 1

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DE CONSPIRACIONES (III)
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CONSPIRACIÓN SUPRAUNIVERSAL
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...........a Tomás Sánchez Santiago
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A pesar de la lucecita verde que aparecía en el correo de mi ordenador, ayer prácticamente no pude pasarme por aquí, querido Tomás. Cuando muy de mañana traté de ganar la silla, vi que mi hijo -el más pequeño- otra vez se me había adelantado y ya estaba en mi puesto, bajándose -repito sus palabras-, “una película de alucinar, de ésas que a ti tanto te gustan, vaya, de las de volverte loco”. Yo tengo mi propia teoría sobre el asunto. Verás. Sé con toda garantía que mis hijos forman parte de una compleja fuerza de ocupación suprauniversal que, lejos de ocupar el territorio, se conforma con tomar aparatos estratégicos como televisores, ordenatas, teléfonos, impresoras, frigoríficos, duchas..., es decir, todo cuanto funcione por cable o esté conectado con dios sabe qué. Creo que mis hijos no son más que alienígenas que han usurpado la personalidad de mis verdaderos hijos, porque cuando les hablo, parecen no escucharme o si lo hacen es para pedirme -bueno, pedirme no es la palabra exacta- veinte euros para irse de marcha o vaya usted a saber qué, pero yo sé que ese dinero lo emplean en comprar armas y preparar la invasión. Tengo pruebas de que reciben instrucciones por estos mismos cables para tratar de volverme tarumba y he optado por hacerles creer que han conseguido su propósito, y me muestro dócil, obsecuente, generoso, como si no estuviera al tanto de que lo suyo forma parte de una conspiración suprauniversal, pero querido amigo, entre nosotros, durante los últimos meses he ido acumulando explosivos en el sótano. No sé lo que harás tú, pero yo, antes de rendirme, estoy dispuesto a llevarme por delante a estos malditos alienígenas hijos de la Gran Puta.
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QUÉ VA A SER DE NOSOTROS
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Confundido, vuelvo a la habitación y busco por todas partes. No puedo entender qué es lo que quiere de mí. Mi mujer me observa pero prefiere quedarse en la puerta, con el corazón en vilo. Dónde estás, pregunto. Grito, dónde coño estás. Nada. El lamento sigue y sigue como si saliera del suelo. No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, suplica mi mujer a mis espaldas, por dios, Javier, no lo hagas. Ya ha pasado otras veces: tengo doce años, acabo de descargar la escopeta sobre mi hermano y estoy llorando, no puedo parar de llorar. Pero mi mujer me grita que vuelva, que por dios no lo haga, que tenemos dos hijas, que qué va a ser de nosotros.
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* Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) es poeta, narrador, crítico literario, editor y traductor. Ha publicado diversos libros de poesía, con los que ha obtenido premios como el Fray Luis de León; un libro de cuentos, La sombra del caimán (2006), y las novelas La mano en el fuego (2006), La tierra negra (2009) y Majarón (2009). Su traducción del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, ha venido a sumarse a la ed. de la Poesía completa de Alberto Caeiro (2009).
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* El cuadro es de Matthew Day Jackson y la foto del autor, de Daniel Mordzinski.
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5 comentarios:

elf dijo...

¿Dónde comparamos las armas y los explosivos, seguro que habla de mis hijos...

AGUS dijo...

Me parece excepcional el manejo del tiempo en el segundo texto, a través del recuerdo y de su exploración física, como si éste fuera un agujero de gusano.

Abrazos.

Jesus Esnaola dijo...

Estoy muy de acuerdo con Agus. El primero es muy divertido, me encanta la inclusión de la ducha entre los aparatos con cable, pero el segundo es demoledor en esa convivencia temporal.

Un placer

Rosana Alonso dijo...

Qué dos textos más diferente, que brutal el paso del primero al segundo, pero si releo el segundo bajo el humor me parece inquietante y knockout el final.

Lola Sanabria dijo...

Me gusta ese padre que ve a sus hijos como alienígenas invasores, una metáfora del comportamiento de bastantes de los niños chupasangres de papás. Y con ese toque, como pimienta en el guiso, de humor negro.

El segundo es fuerte y duro como acero de cuchilla. Estremece.

Abrazos triples.