Arquà Petrarca

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Petrarca, obra de Stefano Tofanelli y Luigi Gobbato

Petrarca, de Andrea del Castagno

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Muy cerca de Padua, hacia el suroeste, en las faldas de los montes Piccolo y Ventolone, situado en las llamadas colinas Euganeas que son restos de volcanes extintos, se encuentra un pequeño pueblo medieval donde Petrarca (1304-1374) pasó los cinco últimos años de su vida, llamado Arquà. Dice la tradición que encontraron muerto al poeta sobre el libro que estaba leyendo. La hermosa casa se la regaló Francisco I de Carrara, señor de Padua y fervoroso amigo del humanista. En 1868, cuando el Reino Lombardo-Véneto pasó a formar parte de Italia, se le añadió al pueblo el nombre del escritor, como un homenaje a quien había sido su habitante más ilustre. Hoy, Arquà Petrarca tiene algo menos de dos mil habitantes y se conserva en buen estado la casa del escritor, con un hermoso jardín, que puede visitarse. El mobiliario, su silla y mesa, y los frescos en los que se reproducen los encuentros del poeta con Laura, constituyen lo más interesante. En el centro de la localidad, en una plaza situada delante de la iglesia del pueblo, llamada de santa María, al aire libre, se halla el sarcófago donde está enterrado Petrarca, hecho en mármol rojo de Verona. Lleva un epitafio redactado por él mismo, y otro de su yerno, quien se encargó de que fueran incorporados al lugar.

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No lejos, además, hay diversos balnearios que ofrecen baños de lodo y aguas sulfurosas, como los de Abano Terme y Montegrotto Terme, que ya despertaron el interés de Petrarca y lo acercaron a estos lugares. Siendo todo ello de sumo interés para mí, no resulta menos impresionante el paisaje de los alrededores, los campos que rodean el lugar, los viñedos, las calles empedradas y los habituales leones alados venecianos. Petrarca lo describió así: "Bastos bosques de castañas, nueces, hayas, fresnos, y robles cubrían los declives de Arquà, pero eran sobre todo la vid, el olivo y el almendro los que contribuían a crear este sugestivo y típico paisaje". No en vano esta es una región de mansiones solariegas, como la Villa Barbarigo, en Valsanzibio, junto con la tranquilidad que se respira, solo alterada a veces por la visita de algún peregrino que llega en busca de la casa del autor del Canzoniere (copio abajo el fragmento CCCLXIV) para rendirle tributo a quien fue uno de los grandes humanistas que nos encamina hacia el Renacimiento. No en balde, Vittore Branca opinaba que Petrarca, considerado el padre de la lengua italiana, junto a Dante, ocupa en la historia de la poesía y de la cultura de la Europa cristiana y moderna un lugar excepcional, pues, quizá, jamás un escritor haya tenido una influencia tan decisiva ni tan prolongada.

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Casa de Petrarca

Vista exterior de la casa del poeta

Iglesia de Arquà Petrarca

Palacio de Arquà
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Veintiún años me tuvo Amor ardiendo
alegre, y en la pena esperanzado,
para después que el bien me fuese alzado
tenerme otros diez años más gimiendo.

Mi vida, ya cansado, ahora reprendo
por tanto error, que casi ya ha apagado
la luz de la virtud; y en este estado
a Ti, mi Dios, devoto me encomiendo;

contrito de mis mal gastados años
que yo debí emplear en mejor uso
en querer paz y en despreciar engaños.

Señor, que me has tenido aquí recluso,
sálvame, pues, de los eternos daños:
que conozco mi culpa, y no la excuso.

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Plaza de Petrarca, en Padua, con el monumento al poeta y la iglesia de Santa María del Carmen

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* La editorial Skira, de Milán, en el 2003 publicó un librito muy recomendable, al cuidado de Mariella Magliani, titulado La Casa di Francesco Petrarca en Arquà.

* Las fotos que aparecen tras los planos de la casa son de Gemma Pellicer.

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