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Puesto que logramos salir del laberinto, quedémonos un rato más en la Villa Pisani, un conjunto impresionante, con la vivienda, los jardines y el estanque como espina dorsal, construido en 1735 para celebrar el nombramiento como dux de la cercana Venecia de Alvise Pisani. En una de las salas, ocupada por 120 retratos, se le rinde homenaje a todos los dux de Venecia. Los Pisani se habían enriquecido como comerciantes, banqueros y militares, y acabaron arruinándose por deudas de juego. Desde comienzos del XVI las familias nobles venecianas eligieron este lugar, junto al río Brenta, para edificar sus villas de veraneo, destinadas, además, al cultivo agrícola. Quizá la más celebre de todas ellas sea la Malcontenta, villa Fóscari de Mira, obra de Palladio. El veraneo, que contó Goldoni en una trilogía, solía hacerse en dos etapas: la primera comenzaba el 12 de junio, en las vísperas de la fiesta de San Antonio, patrón de Padua, y concluía a finales de julio; la segunda, transcurría entre primeros de octubre y finales de noviembre.
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Entre las muchas obras de arte que guarda la Villa Pisani de Stra, quizá la de más valor sea el fresco del salón de baile, "El triunfo de la familia Pisani", obra de Tiepolo. En una de sus partes aparece la Sabiduría leyendo un libro. Pero el lugar está cargado de historia porque Napoleón (se conserva su alcoba) la compró en 1807 y se la regaló a su hijastro, Eugène Beuaharnais, entonces virrey de Italia. En 1815 se instalaron en la Villa los cortesanos de nuestro Carlos IV, desterrados; y en 1822, con motivo de la reunión de los miembros de la Santa Alianza en Verona, ocupó las dependencias el zar Alejandro. Pero su mayor momento de gloria debió de ser en 1934 cuando se encontraron aquí, por primera vez, Mussollini y Hitler. Me imagino que dada la megalomanía de ambos personajes, convertirían el lugar en un auténtico escenario teatral.
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Entre las muchas obras de arte que guarda la Villa Pisani de Stra, quizá la de más valor sea el fresco del salón de baile, "El triunfo de la familia Pisani", obra de Tiepolo. En una de sus partes aparece la Sabiduría leyendo un libro. Pero el lugar está cargado de historia porque Napoleón (se conserva su alcoba) la compró en 1807 y se la regaló a su hijastro, Eugène Beuaharnais, entonces virrey de Italia. En 1815 se instalaron en la Villa los cortesanos de nuestro Carlos IV, desterrados; y en 1822, con motivo de la reunión de los miembros de la Santa Alianza en Verona, ocupó las dependencias el zar Alejandro. Pero su mayor momento de gloria debió de ser en 1934 cuando se encontraron aquí, por primera vez, Mussollini y Hitler. Me imagino que dada la megalomanía de ambos personajes, convertirían el lugar en un auténtico escenario teatral.
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Hoy, merece la pena escudriñar con paciencia sus salones (entre ellos la Sala de los Paneles Chinos), los muebles estilo Imperio o los veladores de estilo veneciano (los guéridon), los frescos, porcelanas, cuadros, la bañera de piedra de Istria pulimentada, empotrada en el suelo, el aguamanil lacado de color verde y las arañas de cristal de Bohemia. Y observar las vistas del río Brenta, que lo circunda, y las del parque, para luego recorrerlo tranquilamente, mejor hacia el atardecer, deteniéndonos en as diversas dependencias que lo componen: las viviendas de los jardineros, el invernadero, el denominado Coffee House, la heladera y el cenador. Además del laberinto, quizás el otro lugar que conserve mayor encanto sea la orangeri, la zona de cultivo de naranjos y limoneros en grandes macetas, las llamadas plantas de frutos de oro, pero cada uno de los rincones del parque, decorado con estatuas que representan a dioses y ninfas de la antigüedad, algunas casi ocultas entre las ramas, e incluso las caballerizas, situadas al fondo, merece un demorado paseo.
.......Hoy, merece la pena escudriñar con paciencia sus salones (entre ellos la Sala de los Paneles Chinos), los muebles estilo Imperio o los veladores de estilo veneciano (los guéridon), los frescos, porcelanas, cuadros, la bañera de piedra de Istria pulimentada, empotrada en el suelo, el aguamanil lacado de color verde y las arañas de cristal de Bohemia. Y observar las vistas del río Brenta, que lo circunda, y las del parque, para luego recorrerlo tranquilamente, mejor hacia el atardecer, deteniéndonos en as diversas dependencias que lo componen: las viviendas de los jardineros, el invernadero, el denominado Coffee House, la heladera y el cenador. Además del laberinto, quizás el otro lugar que conserve mayor encanto sea la orangeri, la zona de cultivo de naranjos y limoneros en grandes macetas, las llamadas plantas de frutos de oro, pero cada uno de los rincones del parque, decorado con estatuas que representan a dioses y ninfas de la antigüedad, algunas casi ocultas entre las ramas, e incluso las caballerizas, situadas al fondo, merece un demorado paseo.
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*Las fotos son de Gemma Pellicer.
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