miércoles, 13 de junio de 2012

`Del enebro´ y los hermanos Grimm

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Para Montserrat Amores
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Si los Grimm solo hubieran escrito un cuento, el titulado “Del enebro”, también formarían parte de la historia literaria. Ahora se cumplen doscientos de la publicación de sus Cuentos para la infancia y el hogar (1812), donde aparece recogido junto a “Hansel y Gretel”, “Caperucita roja”, “La bella durmiente” o “Pulgarcito”, por lo que la editorial Jekyll & Jill, de Zaragoza, lo ha celebrado con una hermosa edición bilingüe del relato, traducido por Jessica Aliaga Lavrijsen. Pocos libros he visto tratados con más amor y cuidado, pues tanto las ilustraciones como el prólogo del escritor Francisco Ferrer Lerín hacen suyo el texto, enriqueciéndolo desde su propio estilo y personalidad artística. Pero la exquisitez de la edición puede apreciarse en la belleza de sus detalles: así en la cuidada traducción del bajo alemán (Plattdeutsch) o en los múltiples rasgos presentes de la lengua oral en el texto, pero que fueron perdiéndose en sucesivas reediciones, a veces edulcoradas; la traducción, en el prólogo, de unos versos del Spill o Llibre de les dones, novela de finales de comienzos del XV, de Jaume Roig, encargada ex profeso al poeta y ensayista Antoni Marí; la sutileza y elegancia de las ilustraciones de la chilena Alejandra Acosta que juega con el blanco, el negro y el rojo, en unos dibujos y collages que nos proporcionan una lectura paralela y complementaria del texto; el punto de libro y la exquisita sorpresa final...
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Pero siendo todo ello extraordinario, de apenas nada valdría si no estuviera al servicio de un cuento que se sigue leyendo hoy como si se tratara de nuestro contemporáneo, cosa que desde luego es. “Hace ya mucho tiempo, como unos dos mil años…”, comienza diciendo el relato. Lo que se narra es la historia de una mujer que no conseguía tener el hijo que tanto deseaba. Un día, mientras bordaba se pinchó un dedo, cayeron unas gotas de sangre en la nieve, y tuvo el presentimiento de que se había quedado embarazada. La madre moriría al dar a luz a un niño blanco como la nieve y colorado como la sangre.
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El marido decide enterrarla bajo el enebro que hay frente a su casa y tiempo después se casa con otra mujer, con la que tiene una hija. La madrastra está tan obsesionada por defender los intereses de su descendiente que terminará por decapitar a su hijastro, ¡con la tapa de un arcón! Al morir, la hermana recoge los huesos y los entierra bajo el mismo enebro donde yace la madre del chico. El cuento no resulta menos evocador que simbólico. Así, de la bruma que rodea como una premonición al árbol nace súbitamente un fuego y, de éste, un pájaro de finas plumas, rojas y verdes, ligero como un espíritu, el cual emprenderá un viaje exculpatorio que redima a la familia de su sufrimiento, o al menos a quienes lamentaron la muerte del niño. El bellísimo canto del pájaro conseguirá, en su camino de redención, que le regalen una serie de prendas: tal es el papel que juegan en el cuento la cadena de oro, los zapatos rojos y la piedra de molino, objetos con los que, tras regresar el niño/pájaro a la casa familiar, obsequia a su padre y a su hermana, respectivamente, y castiga a la malvada madrastra, echándole encima la pesada piedra de molino.
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Ilustración de Alejandra Acosta
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Este es el argumento toscamente resumido por mí. Lo fascinante del cuento estriba en cómo se compagina el realismo y lo fantástico, junto a lo poético y lo simbólico (por ejemplo, el simbolismo del 3) e incluso lo macabro con lo humano, sin olvidarse de la naturaleza, los árboles y los animales, barajando los distintos elementos para crear belleza y espanto. El papel que desempeña el enebro, bajo el cual se hallan enterrados madre e hijo, o el canto del pájaro en la escena final (como ocurre con la canción cubana en Corazón tan blanco, de Javier Marías); cuya letra es repetida una y otra vez, como un leit motiv, para que todos sepamos qué ha ocurrido realmente, resultan elementos clave. Pero también el modo en que se explica la injusta conducta de la madrastra, dado que –se nos dice- está inspirada por el maligno, quien la tienta una y otra vez, sin que ella logre resistirse. O tras la decapitación del chico, la escenificación del niño sentado con la cabeza en su sitio, tratando de disimular el tajo con un pañuelo, para inculpar de ello a su hijita; o la escena en la que el padre se lo come estofado, degustando la carne, sin sospechar que se trata de su propio vástago, o el pájaro volando con la piedra de molino alrededor del cuello, forman parte de la mejor literatura de horror, y debieron de impresionar e influir profundamente en un pintor como Max Ernst.     
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El final feliz, con la muerte de la madrastra, la resurrección del niño, redimido al fin su espíritu inocente, en una escena alegre que anticipa el futuro bienestar junto a su padre y hermana, quizá sea la contribución mayor a las convenciones burguesas de la época. Como todos los niños, leí a los Grimm durante mi infancia, pero habiéndome sorprendido entonces, ha sido ya de mayor cuando más he disfrutado con sus relatos. Muy cerca de mi casa, en Berlín, en el cementerio de San Matías, se hallan enterrados los Grimm, lo que ha contribuido a redoblar mi interés por su obra.
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Sí, hace unos dos mil años ocurrían cosas maravillosas como las que los Grimm nos cuentan, pero lo extraordinario y misterioso es que todavía hoy, doscientos años después de aparecer su recopilación de cuentos, estas historias nos sigan fascinando de igual modo.

* Hasta el 24 de junio puede visitarse en Valladolid, en la Casa Revilla, una exposición sobre los `Cuentos de los hermanos Grimm´.        
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace años que leí estos cuentos, pero no sabes qué ganas me han entrado de releerlos.
Gracias

Pilar