Para Montserrat Amores
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Si los Grimm
solo hubieran escrito un cuento, el titulado “Del enebro”, también formarían
parte de la historia literaria. Ahora se cumplen doscientos de la publicación
de sus Cuentos para la infancia y el
hogar (1812), donde aparece recogido junto a “Hansel y Gretel”, “Caperucita
roja”, “La bella durmiente” o “Pulgarcito”, por lo que la editorial Jekyll
& Jill, de Zaragoza, lo ha celebrado con una hermosa edición bilingüe del
relato, traducido por Jessica Aliaga Lavrijsen. Pocos libros he visto tratados
con más amor y cuidado, pues tanto las ilustraciones como el prólogo del escritor
Francisco Ferrer Lerín hacen suyo el texto, enriqueciéndolo desde su propio
estilo y personalidad artística. Pero la exquisitez de la edición puede
apreciarse en la belleza de sus detalles: así en la cuidada traducción del bajo
alemán (Plattdeutsch) o en los
múltiples rasgos presentes de la lengua oral en el texto, pero que fueron
perdiéndose en sucesivas reediciones, a veces edulcoradas; la traducción, en el
prólogo, de unos versos del Spill o Llibre de les dones, novela de finales
de comienzos del XV, de Jaume Roig, encargada ex profeso al poeta y ensayista
Antoni Marí; la sutileza y elegancia de las ilustraciones de la chilena Alejandra
Acosta que juega con el blanco, el negro y el rojo, en unos dibujos y collages que nos proporcionan una
lectura paralela y complementaria del texto; el punto de libro y la exquisita
sorpresa final...
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Pero siendo todo ello extraordinario, de apenas nada valdría
si no estuviera al servicio de un cuento que se sigue leyendo hoy como si se
tratara de nuestro contemporáneo, cosa que desde luego es. “Hace ya mucho tiempo,
como unos dos mil años…”, comienza diciendo el relato. Lo que se narra es la
historia de una mujer que no conseguía tener el hijo que tanto deseaba. Un día,
mientras bordaba se pinchó un dedo, cayeron unas gotas de sangre en la nieve, y
tuvo el presentimiento de que se había quedado embarazada. La madre moriría al
dar a luz a un niño blanco como la nieve y colorado como la sangre.
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El marido decide enterrarla bajo el enebro que hay frente a
su casa y tiempo después se casa con otra mujer, con la que tiene una hija. La
madrastra está tan obsesionada por defender los intereses de su descendiente que
terminará por decapitar a su hijastro, ¡con la tapa de un arcón! Al morir, la
hermana recoge los huesos y los entierra bajo el mismo enebro donde yace la
madre del chico. El cuento no resulta menos evocador que simbólico. Así, de la bruma
que rodea como una premonición al árbol nace súbitamente un fuego y, de éste, un
pájaro de finas plumas, rojas y verdes, ligero como un espíritu, el cual
emprenderá un viaje exculpatorio que redima a la familia de su sufrimiento, o
al menos a quienes lamentaron la muerte del niño. El bellísimo canto del pájaro
conseguirá, en su camino de redención, que le regalen una serie de prendas: tal
es el papel que juegan en el cuento la cadena de oro, los zapatos rojos y la
piedra de molino, objetos con los que, tras regresar el niño/pájaro a la casa
familiar, obsequia a su padre y a su hermana, respectivamente, y castiga a la
malvada madrastra, echándole encima la pesada piedra de molino.
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Ilustración de Alejandra Acosta |
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Este es el
argumento toscamente resumido por mí. Lo fascinante del cuento estriba en cómo se
compagina el realismo y lo fantástico, junto a lo poético y lo simbólico (por
ejemplo, el simbolismo del 3) e incluso lo macabro con lo humano, sin olvidarse
de la naturaleza, los árboles y los animales, barajando los distintos elementos
para crear belleza y espanto. El papel que desempeña el enebro, bajo el cual se
hallan enterrados madre e hijo, o el canto del pájaro en la escena final (como
ocurre con la canción cubana en Corazón
tan blanco, de Javier Marías); cuya letra es repetida una y otra vez, como
un leit motiv, para que todos sepamos
qué ha ocurrido realmente, resultan elementos clave. Pero también el modo en
que se explica la injusta conducta de la madrastra, dado que –se nos dice- está
inspirada por el maligno, quien la tienta una y otra vez, sin que ella logre
resistirse. O tras la decapitación del chico, la escenificación del niño
sentado con la cabeza en su sitio, tratando de disimular el tajo con un
pañuelo, para inculpar de ello a su hijita; o la escena en la que el padre se
lo come estofado, degustando la carne, sin sospechar que se trata de su propio vástago,
o el pájaro volando con la piedra de molino alrededor del cuello, forman parte
de la mejor literatura de horror, y debieron de impresionar e influir profundamente
en un pintor como Max Ernst.
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El final feliz, con la muerte de la madrastra, la
resurrección del niño, redimido al fin su espíritu inocente, en una escena
alegre que anticipa el futuro bienestar junto a su padre y hermana, quizá sea la
contribución mayor a las convenciones burguesas de la época. Como todos los
niños, leí a los Grimm durante mi infancia, pero habiéndome sorprendido
entonces, ha sido ya de mayor cuando más he disfrutado con sus relatos. Muy
cerca de mi casa, en Berlín, en el cementerio de San Matías, se hallan
enterrados los Grimm, lo que ha contribuido a redoblar mi interés por su obra.
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Sí, hace
unos dos mil años ocurrían cosas maravillosas como las que los Grimm nos
cuentan, pero lo extraordinario y misterioso es que todavía hoy, doscientos
años después de aparecer su recopilación de cuentos, estas historias nos sigan
fascinando de igual modo.
* Hasta el 24 de junio puede visitarse en Valladolid, en la Casa Revilla, una exposición sobre los `Cuentos de los hermanos Grimm´.
* Hasta el 24 de junio puede visitarse en Valladolid, en la Casa Revilla, una exposición sobre los `Cuentos de los hermanos Grimm´.
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1 comentario:
Hace años que leí estos cuentos, pero no sabes qué ganas me han entrado de releerlos.
Gracias
Pilar
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