jueves, 21 de junio de 2012

ÁLEX CHICO, y 2

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Henriette Grindat fotografía a Camus y René Char
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Parecía un desierto,
un paisaje yermo repleto de surcos,
pequeños montículos de arena,
escasez de agua.
Sobrevenía la sed al observar su aspereza,
la aridez y la desolación de un paisaje solitario.
Sin embargo, la siguiente fotografía
ampliaba su ángulo y mostraba la verdad
de esa imagen: no era un desierto,
era el retrato de unas manos con la piel arrugada.
Era la acumulación de tejas
en alguna villa del Luberon.
Era el muro desconchado de una casa
a la que se accede por una escalera de piedra.
Escalones sin principio que se detienen
ante una puerta cerrada.
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Así prolongó el sol Henriette Grindat
en aquel itinerario provenzal de René Char.
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La iglesia de Thor varía su posición
y se abandona a las aguas de un Sorgue claro,
como si la esencia de un paisaje
residiera sólo en el reflejo que proyecta.
Algo así como la vida.
Los troncos que se inclinan hacia el río
tienen la misma forma de aquellas manos,
su corteza llena de huecos y de ramas cortadas,
las líneas que ascienden serenamente
hacia la nada.
En frente, un arco indica la entrada
a una ruina. A su manera, es un espejo
de ese tronco inclinado en la ribera.
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Nada dura y nada muere,
escribió en el pie de esas fotos Albert Camus.
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El esqueleto de un molino
se confunde con la maleza.
Un molino inmóvil, para siempre perdido.
Una herramienta en desuso
cuya única tarea es permanecer,
ser testigo,
mantener las huellas de aquellos que lo usaron.
Cada pieza representa un destierro.
Quizás sólo un refugio.
Beckett en Roussillon.
Petrarca en Vaucluse.
Sade en Lacoste.
El canto, según Char, dará fin a su exilio.
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Henriette Grindat fotografía dos árboles
en mitad de una explanada.
Las últimas hojas se desprenden de su raíz
para formar parte del cielo.
Se diluyen en el aire.
Esos residuos de la tierra,
esos desplazados,
consiguen también elevarse.
Puede que ocupen un lugar
más simple, más sencillo,
pero al menos, ahora,
poseen un camino de entrada.
Ici vit un homme libre.
Personne ne le sert.
Un hogar libre porque ocupa
un lugar para nadie.
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París queda muy a lo lejos.
Tal vez el final de estos bosques
alcance algunos lagos del Bois de Boulogne.
Tal vez el cauce del Sorge desemboque en el Sena
y no sea difícil acceder a Passy
o a la calle Babylone,
donde aún estaremos a tiempo de entrar
en la última sesión de La Pagode.
Puede que este mismo sol alumbre también
alguna esquina del bulevar Saint-Germain.
No obstante, aquel que acompañó a Grindat
prefirió un pequeño cementerio en Lourmarin.
Quizás aprendió que un panteón
sepulta por segunda vez a un ser humano.
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Entre la piedra sigue creciendo la hierba.
Se desplaza con el viento y encontramos
aquella mano que parece un desierto.
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Sigue la posteridad del sol.
El enigma.
La plenitud.

* Este poema es un homenaje a La postérité du soleil, libro de René Char, publicado por Gallimard, en el que se recorren algunos pueblos de Luberon, en la Provenza francesa. Las fotos son de Henriette Grindat y los textos de  Albert Camus.  
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3 comentarios:

Elías dijo...

Gracias, Fernando, por la primicia
de estos dos espléndidos poemas de Álex. Un poeta que con apenas tres libros hay que tener muy, muy en cuenta.

Abrazo.

Álvaro Valverde dijo...

Me reitero en lo ya dicho cuando leí el otro poema de Álex Chico. Estupendo también. Me alegro.
Á. V.

Rufino Mesa Vázquez dijo...

Celebro el poema y destaco los tres versos del final

Sigue la posteridad del sol.
El enigma.
La plenitud.