sábado, 19 de junio de 2010

Un koala en la Feria del libro

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Cuando Miguel Ángel Arcas, editor de Cuadernos del Vigía, me invitó a firmar ejemplares en la Feria del libro de Madrid, de Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos, me pareció casi un disparate. Había paseado por las casetas en las distintas ocasiones en que el azar me había conducido a Madrid durante la celebración y nunca había dejado de recorrer los puestos de libros del Retiro. La Feria ha resultado ser una de las mejores ideas que se le haya ocurrido jamás a nadie, en un país en donde sobran las ocurrencias y escasean las ideas de fuste. Si, encima, íbamos a tener buen tiempo, como era esperable que ocurriera en esta estación del año, el paseo prometía ser muy grato....
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Y, sin embargo, lo cierto es que los días que anduve por allí, durante el fin de semana pasado, hubo de todo: lluvia (el cartel de la Feria me temo que la atrajo), sol y una combinación de ambas cosas. Aun así, el sábado, mientras llovía, llegué a firmar más ejemplares que durante todo el soleado domingo. En total, catorce ejemplares, lo que seguro que me convierte en uno de los firmantes más inactivos, pero déjenme que les diga que a mí, por lo imprevisto, me supieron a pan bendito...
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La caseta de Cuadernos del Vigía, la 270, compartida con Bartleby y Demipage, aunque nosotros veníamos a ocupar una mínima parte, situada en el centro: una especie de armario central, de un solo cuerpo. Desde ese pequeño cubículo, sintiéndome como un koala en un armario, quizá por influencia de la reciente lectura del libro de Ginés S. Cutillas, estuve observando el mundo desde dos perspectivas: la lateral, que me mostraba a los otros habitantes de la Caseta, y la frontal, que me ponía frente a los ojos a los numerosos paseantes.
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En Eloísa está debajo de un almendro, Jardiel Poncela divide a los espectadores de un cine de barrio en `público de cacahué´ y `público de bombón´. Los de aquella sala cinematográfica eran todos de la primera categoría, público de `mercancía dura´, como los llamó el autor de Cuatro corazones con freno y marcha atrás. En la Feria había de todo, mucho público de cacahué, por supuesto, y unos pocos partidarios del bombón. Dicen los veteranos en la materia, que la lluvia barre al público de circunstancias y deja sólo a los apasionados. O como teoriza Pepo Paz, el editor de Bartleby, hay visitantes que saben lo que quieren y van directos a por los libros que les interesan y, con esos, hay poco que hacer. Pero hay otros, una mayoría, sigue Paz, que son el territorio que conquistar, pues andan ramoneando entre los puestos sin saber a qué carta quedarse, pero con el ánimo de adquirir algo.
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En la zona de Demipage, dirigida por David Villanueva, vendía también la joven Paloma. Las estrellas de esta editorial me parecieron Antonio Vega, Juan Gracia Armendáriz y Félix Francisco Casanova, mientras que las de Bartleby son los poetas, sobre todo la Szymborska, de cuyo libro Aquí llevan vendidos 4.000 ejemplares, y el argentino Haroldo Conti. Pepo Paz era quien más vendía de los tres, lo que siempre produce un poco de envidia, pero también alegría, al ver salir tantos libros de poesía, contra todos los tópicos.
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Por fortuna, la Caseta es también charlar con los amigos que pasan, divisar a una reportera de vaya usted a sabér qué televisión con los pecho al viento, y al aire, seguida fielmente por un cámara, recibir saludos de conocidos, de escritores, editores o profesores, citarse para más tarde; pero, sobre todo, es la relación mantenida con los compañeros de caseta, con quienes compartes música, vino, impresiones y conversación... Por la mía pasaron Felicidad Orquín, Ángeles Encinar, José Ángel Zapatero, Pepe Cervera, Isabel Mellado, Irene Jiménez, Miguel Sanfeliu, Luis Magrinyà, Ernesto Calabuig, Manuel Rico, Lorenzo Silva, Félix Grande, así como los libreros de Los portadores de sueños, de Zaragoza, o el gran Juan Eduardo Zúñiga. De igual modo, en alguno de los paseos que di, me encontraría con Care Santos, Fernando Iwasaki y Andrés Neuman, quienes ofrecieron un concierto con música de los Beatles, y con el editor Juan Casamayor.
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Carmen Peire, mi amable anfitriona, me dio un máster acelerado en ventas de libro. Así, me explicó que cuando hay tanta competencia es imprescindible desarrollar el ingenio e intentar llamar la atención:
1º. El público se siente traído por los libros de aspecto atractivo, con portadas bien diseñadas, puesto que no ofrecíamos best-sellers, sino poesía, narrativa breve y libros de viajes.

2º. En la Caseta tiene que sonar buena música. Por la mañana, a primera hora, conviene poner a Billie Holliday, Edith Piaf o Chavela Vargas. Pero al final de la mañana y de la tarde es el mejor momento para escuchar a Caetano Veloso, Ella Fitgerald, Eric Clapton, B.B. King, J.J. Cale, o -acaso- sus variantes: Eric Clapton más B.B. King (Riding with the King), J.J. Cale más Eric Clapton, etc. Dentro de este 'etc.' debía incluirse música soul, funki, Antonio Vega, Radio Futura… Y a última hora de la tarde, todos los días, debía poder oírse a los Beatles.
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3º. Es preciso estudiar cómo captar al público. Durante la mañana, aparecen chicos de los colegios que pasan gritando y pidiendo marcapáginas, lo más repartido de la feria. Les gusta mucho, aunque ni siquiera lean lo que dice. Y aun así, la esperanza de los pequeños editores es que a alguien le llame la atención la imagen o el enunciado y se decidan después a buscar el libro. Para Cuaderno del Vigía, el punto pretendía servir de anuncio de la aparición en otoño de Juego de cartas, de Max Aub. Tampoco faltan a diario los jubilados y los parados. Si bien para captar a este público variopinto hay que tener fe en lo que uno hace y creer que es posible encontrar agua en mitad del desierto, como le he visto hacer estos días a Carmen Peire. Para ello, no sólo hay que insistir, sino también convencer y saberse la vida y milagros de los autores que uno vende…
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4º. El mejor público suele aparecer a última hora, tanto de la la mañana como de la tarde. Los fines de semana, por las mañanas, el efecto suele ser parecido al que se produce en los centros comerciales, cuando familias enteras, con niños en carritos, algunos berreando, cansados, junto a los abuelos y padres, pasean por la Feria comiendo pipas, lamiendo helados o bebiendo agua, como si los libros no fueran con ellos y se tratara de otra cosa. La esperanza que nos queda es que no sólo se fijen en las camisetas sino también que detengan su atención en algún libro.
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5º. Todos los editores y libreros tienen preparado algún pequeño regalo para los paseantes. La mayoría optan por los puntos de libro. Bartleby, a los que compraban, le regalaba una camiseta con una frase: `Preferiría no hacerlo´. Demipage dispone de la mejor colección de marcapáginas de lujo, sin necesidad de anunciar en ellas ningún libro, sólo aparecía el nombre de la editorial y, a veces, ni eso; aunque sí llevaban dibujos de cuadernos de viajes, con pájaros, mariposas…, que hacían la delicia de los niños. Cuadernos del vigía, por su parte, a quien comprara un libro le regalaba cuentos, editados en pequeño formato, de la serie `Para leer en el autobús´, y los puntos que anunciaban el libro de Max Aub, cuya singularidad estribaba en que, como decía el distribuidor, llamaba la atención sobre algo todavía inexistente. En fin.
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A última hora de la mañana y de la tarde, en mi Caseta, se obsequiaba con un buen vino de Rioja a todos los clientes y amigos. Un día, me cuenta Carmen, hasta hicieron una coreografía con los plumeros a ritmo de "Get Back"...
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La Feria ha durado 18 días y ha albergado a 350 casetas. El poeta y editor Martín López-Vega afirmaba que, además, lo bueno de todo esto es que en la Feria se liga... Uno, modestamente, no llegó a tanto, a pesar de que le colgaran ante la caseta una foto en donde posaba sentado en un banco, en la berlinesa Isla de los Pavos Reales, tocado con un panamá, como un personaje salido de una novela de Graham Greene... Y a este propósito, no puedo dejar de recordar los versos del mexicano Juan José Tablada: "¡Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida/ Tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida!". Pero, en cambio, contra todo pronóstico, tengo que reconocer que lo pasé bien esas pocas horas, sentado en un taburete, observando como el mundo, en su infinita variedad, se mostraba ante mi vista.
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*Las fotos son de Gemma Pellicer y en ellas aparece Carmen Peire y FV en la Caseta de la Feria.
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12 comentarios:

Emilio T. dijo...

Querido Koala, sí que tiene algo de cubículo el pequeño espacio que ocupa el autor para firmar, mientras los lectores pasean a cielo abierto y os observan curiosos. Siempre echo faltar un cartelito que diga: "Prohibido dar de comer a los autores".
Fue un placer saludarte y que me dedicaras tu libro.

carmen peire dijo...

ja,ja, muy bien retratado el ambiente, Fernando. Ah! y muchas gracias por poner la portada de mi libro. Por si alguien no se ha fijado, las manchas de la jirafa son cucarachas.
Un beso de tu koalita de compañía.
Carmen Peire

Esther Andradi dijo...

Qué buena descripción, Fernando...! Como bien dice la librera de mi barrio de Berlín, leer es como el amor: No se puede obligar, sino seducir!!! Y la seducción, se sabe, exige una imaginación sin límites. Mi slogan? No mate de hambre a su fantasía, compre un libro del Vigía!

Elvira dijo...

No son cucas, Carmen; sino escarabajos. Bellos escarabajos.

Pedro Baranda dijo...

!Lo que cunde en una caseta de la Feria del Libro en Madrid! ¿Y ese pudor del que hablan los escritores al enfrentarse a su público? Siempre he leido el fastidio que supone para algún escritor estar en ese escaparate al albur de familias, lectores pesados y adolescentes incultos. Te pregunto Fernando:¿qué hay de todo ello? Porque tu experiencia y la de los que te rodeaban es justamente la ontraria.
Enhorabuena.
Pedro.

Fernando Valls dijo...

Pedro, por lo visto, a diferencia de lo que cuenta Javier Marías, y salvando todas las distancias, yo tuve suerte y no me topé con ningún latoso..., pero seguro que los hay.

Ernesto Calabuig dijo...

Fernando, a mí también me gustó mucho pasar a verte el domingo y, sobre todo, tener por fin el ejemplar de tu "Velas al viento". Nos tocó a los dos firmar en medio del temporal del sábado, pero las naves aguantaron y hasta disfrutamos la travesía.Un abrazo.

Gemma dijo...

Carmen, he terminado tu libro y me han gustado mucho los relatos. Mis preferidos: "Torrente sanguíneo", "Desprendimiento de rutina" y el que da título al conjunto: "Principio de incertidumbre".
Lo pasé muy bien en la Feria, desde el otro lado de las barrera, viéndoos a los dos torear como si nada; como si se tratase de la cosa más natural -y fácil- del mundo...
Un abrazo fuerte

FERNANDO CLEMOT dijo...

Describes muy bien lo que son las ferias. Lo he pasado muy bien leyéndolo. Un abrazo

Fernando Valls dijo...

Gracias, Fernando, y mi agradecimiento también a todos los autores de comentarios. Si algún mérito hay, se lo debo a Carmen Peire.

Ginés S. Cutillas dijo...

Carmen Peire hizo que la feria del libro, con todo su calor y todo su polen, fuera divertida y entrañable. Una de las mejores anfitrionas que podíamos tener sin duda.
Me encantan sus métodos de venta. Supongo que a ti no te lo haría pero a mí me hacía ponerme de perfil para que la gente comprobara (junto a la foto de la solapa del koala en la que salgo en igual posición) que era yo. Hay que ver lo que hay que hacer para vender.
Y los compañeros de caseta eran una delicia de personas. David me regaló el que Demipage tiene de Antonio Vega. Un encanto.

Abrazos desde el primer día de verano.

Ginés

Anónimo dijo...

Hola, Fernando/Koala:

Estuve en esa caseta -con Demipage-unos días después, así que doy fe de la buena música, del vino y del buen hacer de los editores de la 207. Y qué decir tiene que no me aburrí, que firmé más de lo esperado y que saludé a muchos y buenos amigos que se acercaron por allí. Ese día no llovió. Que se repita.
Un abrazo,
Juan Gracia Armendáriz