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"Pegazón del moridero"
"Pegazón del moridero"
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Envuelta en distancia y queja, sube la cortina del sueño y se sacude de los fantasmas amodorrados para descubrir que el cansancio del reciente baile, la larga caminata y la carrera fueron pura imaginación.
Dolor palpable de no poder correr, trepar, agacharse, erguirse. Vértebras y coyunturas se sublevan, la ataca la tos, resuellan los fuelles vencidos de los pulmones. El cuerpo duele a fondo y a pedazos como los recuerdos de las injurias, las calumnias, las injusticias. Agobiados los hombros. Las manos antes tan inquietas ya no bordan, no tejen, escriben con torpeza, dejan caer las cosas, tiritan. Falla el pulso.
Los libros fueron su razón, su derroche, su juego, su vicio y sacrificio. Los protegió, atesoró, transportó contra viento y marea. La mudanza obligó a amontonarlos en una bodega, salen de la modorra desvencijados, fuera de orden y concierto como soldados borrachos perdidos en un campo desconocido después de la guerra.
Muchos la acompañaron en el exilio en piezas alquiladas, cuartos sobrantes junto a las cocinas: uno maloliente a plátanos fritos, otro inundado del repugnante desborde de una alcantarilla. Perdió la noción del espacio, se golpeaba contra la muralla al despertar porque no sabía dónde estaba instalada la cama esa vez. Se mudaba portando ladrillos y tablones para armar el improvisado estante de la biblioteca.
Ahora, casa desarmada, libros revueltos, dispersión de la mente, de los objetos, de los recuerdos. Vencimiento.
Cómo borrar la borradura. Borra dura encostrada en el alma.
Su sobre-vida —polvillo de falena— juega con fuego.
Envuelta en distancia y queja, sube la cortina del sueño y se sacude de los fantasmas amodorrados para descubrir que el cansancio del reciente baile, la larga caminata y la carrera fueron pura imaginación.
Dolor palpable de no poder correr, trepar, agacharse, erguirse. Vértebras y coyunturas se sublevan, la ataca la tos, resuellan los fuelles vencidos de los pulmones. El cuerpo duele a fondo y a pedazos como los recuerdos de las injurias, las calumnias, las injusticias. Agobiados los hombros. Las manos antes tan inquietas ya no bordan, no tejen, escriben con torpeza, dejan caer las cosas, tiritan. Falla el pulso.
Los libros fueron su razón, su derroche, su juego, su vicio y sacrificio. Los protegió, atesoró, transportó contra viento y marea. La mudanza obligó a amontonarlos en una bodega, salen de la modorra desvencijados, fuera de orden y concierto como soldados borrachos perdidos en un campo desconocido después de la guerra.
Muchos la acompañaron en el exilio en piezas alquiladas, cuartos sobrantes junto a las cocinas: uno maloliente a plátanos fritos, otro inundado del repugnante desborde de una alcantarilla. Perdió la noción del espacio, se golpeaba contra la muralla al despertar porque no sabía dónde estaba instalada la cama esa vez. Se mudaba portando ladrillos y tablones para armar el improvisado estante de la biblioteca.
Ahora, casa desarmada, libros revueltos, dispersión de la mente, de los objetos, de los recuerdos. Vencimiento.
Cómo borrar la borradura. Borra dura encostrada en el alma.
Su sobre-vida —polvillo de falena— juega con fuego.
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"Odio de clase"
"Odio de clase"
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El odio de clase existe y los potentes saben ejercerlo. No hay religión ni mandamiento que lo aplaque. Más que discusión y retórica, es acción.
La más impresionante muestra de lo que pueden hacer las damas enfurecidas para vengarse del miedo que les causa una acción revolucionaria, la estampó la escritora Iris, es decir Inés Echeverría de Larraín.
Ese recio miedo a perder el poder puede hacer olvidar en segundos la delicadeza, la gracia, la elegancia y la caridad mamadas en la enseñanza recibida durante generaciones.
Cuenta Iris que en su juventud, al término de la guerra civil del 91, rompiendo con todas las normas y buenas costumbres, salió a las tres de la mañana con las demás damas de su entorno para celebrar la caída del presidente Balmaceda:
"Salimos todas a la calle y me enfrento a una ciudad enloquecida. Una poblada hace pedazos un gran busto de Balmaceda. Varias mansiones son saqueadas. Al pasar por Amunátegui con Catedral, veo el hermoso palacio de la Alhambra de don Claudio Vicuña, invadido por una turba que arroja desde el segundo piso un piano de cola que cae al suelo y con estupor diviso a mi cuñada que aviva los desmanes, se sube al piano y con cierta elegancia alza la cola de su vestido y gracias a los nuevos calzones con blondas y abertura para no tener que bajárselos cuando estamos apremiadas, defeca sobre los restos del otrora hermoso piano exclamando: ¡Para que nunca más, bastardo, hijo de Satanás, puedas librarte del mal olor de tu alma! Todos la aplauden mientras a nuestro alrededor siguen cayendo muebles, cuadros y objetos de arte..."
Esa impúdica descarga sobre el piano es la pestilente metáfora comparable a las maniobras de las damas francesas que caminaban entre los cien mil cadáveres de la Comuna de París. Ellas revolvían las conteras de sus quitasoles de encaje en las órbitas de los comuneros muertos para reventarles los ojos.
...... El odio de clase existe y los potentes saben ejercerlo. No hay religión ni mandamiento que lo aplaque. Más que discusión y retórica, es acción.
La más impresionante muestra de lo que pueden hacer las damas enfurecidas para vengarse del miedo que les causa una acción revolucionaria, la estampó la escritora Iris, es decir Inés Echeverría de Larraín.
Ese recio miedo a perder el poder puede hacer olvidar en segundos la delicadeza, la gracia, la elegancia y la caridad mamadas en la enseñanza recibida durante generaciones.
Cuenta Iris que en su juventud, al término de la guerra civil del 91, rompiendo con todas las normas y buenas costumbres, salió a las tres de la mañana con las demás damas de su entorno para celebrar la caída del presidente Balmaceda:
"Salimos todas a la calle y me enfrento a una ciudad enloquecida. Una poblada hace pedazos un gran busto de Balmaceda. Varias mansiones son saqueadas. Al pasar por Amunátegui con Catedral, veo el hermoso palacio de la Alhambra de don Claudio Vicuña, invadido por una turba que arroja desde el segundo piso un piano de cola que cae al suelo y con estupor diviso a mi cuñada que aviva los desmanes, se sube al piano y con cierta elegancia alza la cola de su vestido y gracias a los nuevos calzones con blondas y abertura para no tener que bajárselos cuando estamos apremiadas, defeca sobre los restos del otrora hermoso piano exclamando: ¡Para que nunca más, bastardo, hijo de Satanás, puedas librarte del mal olor de tu alma! Todos la aplauden mientras a nuestro alrededor siguen cayendo muebles, cuadros y objetos de arte..."
Esa impúdica descarga sobre el piano es la pestilente metáfora comparable a las maniobras de las damas francesas que caminaban entre los cien mil cadáveres de la Comuna de París. Ellas revolvían las conteras de sus quitasoles de encaje en las órbitas de los comuneros muertos para reventarles los ojos.
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"Más allá del bordemar"
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.................En memoria de Isabel Ferrer Baeza
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Un gaviotín elegante le ofrece una anchoveta a su hembra. Pingüinos de nieve escudriñan a trasmar y lobos marinos retozan. Agua turbia de plancton. Un divino pelícano acopia peces en su bolsa gular.
Embate el agua-hielo contra el desierto-fuego.
Sólo la voz del viento rebota mientras las garumas se van tan lejos del mar. Abandonan el agua y se adentran en el arenal ardiente para someterse luego al pavoroso frío nocturno. Protegen sus huevos incubados a pleno sol. Jadean como perros. Las cáscaras se trizan desde los picotazos de polluelos ávidos.
Camanchaca, banco de bruma capturada por las espinas de los quiscos cabezones al borde de la vida, se escapa para rociar los lomos de las yaretas y se evapora en hilos de aire.
Las vicuñas, princesas de la Pachamama, envueltas en regia seda canela, aparentan indiferencia ante las cabezas alzadas de los machos que mascan rayos de sol.
Los flamencos rosados bailan sus danzas nupciales o brincan removiendo el lodo para armar los nidos. Otros secretan leche roja para sus retoñuelos.
El águila madre sobre el cacto otea un ratoncillo; su albo polluelo ejercita los ojos del tamaño del desierto o de la sed de amor.
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.................En memoria de Isabel Ferrer Baeza
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Un gaviotín elegante le ofrece una anchoveta a su hembra. Pingüinos de nieve escudriñan a trasmar y lobos marinos retozan. Agua turbia de plancton. Un divino pelícano acopia peces en su bolsa gular.
Embate el agua-hielo contra el desierto-fuego.
Sólo la voz del viento rebota mientras las garumas se van tan lejos del mar. Abandonan el agua y se adentran en el arenal ardiente para someterse luego al pavoroso frío nocturno. Protegen sus huevos incubados a pleno sol. Jadean como perros. Las cáscaras se trizan desde los picotazos de polluelos ávidos.
Camanchaca, banco de bruma capturada por las espinas de los quiscos cabezones al borde de la vida, se escapa para rociar los lomos de las yaretas y se evapora en hilos de aire.
Las vicuñas, princesas de la Pachamama, envueltas en regia seda canela, aparentan indiferencia ante las cabezas alzadas de los machos que mascan rayos de sol.
Los flamencos rosados bailan sus danzas nupciales o brincan removiendo el lodo para armar los nidos. Otros secretan leche roja para sus retoñuelos.
El águila madre sobre el cacto otea un ratoncillo; su albo polluelo ejercita los ojos del tamaño del desierto o de la sed de amor.
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* Virginia Vidal nació en Santiago de Chile y es periodista y narradora. Fue profesora en las universidades de Pekín y Bratislava. Ha cultivado la novela (en 1989 obtuvo el Premio María Luisa Bombal), el cuento y el microrrelato. Su narrativa breve aparece recogida en diversas antologías publicadas en España y América. Entre sus libros se cuenta el ensayo Neruda, memoria crepitante (2003). El último de los publicados lleva por título Gotas de tinta y palabreos. Parvos relatos (RIL editores, Santiago de Chile, 2009). Estos microrrelatos son inéditos.
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* La foto es de Ana Videla Lira.
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2 comentarios:
Una prosa exhuberante, de gran belleza poética, y un engranaje de frases que se apoyan mutuamente sin artificio. Más allá de la fuerza global que da captar todo el sentido del relato, da gusto detenerse y demorarse en las imágenes y en la riqueza de vocabulario. En definitiva, un subidón de literatura.
De sus microrrelatos me quedo, como Pedro, con la prosa. Personal, intransferible, millonaria y frondosa como los bosques primarios.
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