MARCHANDO UNA DE GIGANTES
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Deseo
mirar atrás, no lo hago por si la
sensación que me embarga es más real de lo que yo misma supongo, y a mis
espaldas encuentro algún dinosaurio
procurándose alimento entre las enormes hojas de helecho que me rodean.
El fascinante paisaje que se extiende ante mis ojos parece el escenario
perfecto para ubicar esas magníficas criaturas que poblaron el planeta, en
pleno apogeo del Jurásico. Solo los
trinos de pájaro me permiten mantener la
conexión con el presente; aún así, el miedo a que un herbívoro de proporciones desmesuradas
aparezca sigue latente.
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Respiro un aroma intenso, mezcla del olor resinoso de la madera roja y esponjosa
de las secuoyas con el frescor del musgo que crece en los recovecos húmedos de las raíces. Es una
de las experiencias más impactantes que jamás haya vivido. Con los pulmones
llenos, disfruto del espectáculo que la luz del sol, que aún no ha alcanzado su
cénit, me brinda. Sus rayos, tamizados por las ramas más altas, inciden en la
corteza de los troncos desmesuradamente grandes e iluminan el bosque; una luz
alizarina me envuelve con su magia y me llena de paz. Voy sembrando mis
recuerdos con cada paso que doy en esta Senda de Gigantes, entre estos secuoyas que se yerguen
ajenos al paso del tiempo como inmensos universos enraizados, que guardan entre
sus acículas las historias que el viento les ha susurrado. Estoy en el Secuoya National Park, en el sur de la
Sierra Nevada californiana..
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Estremece
pensar que cuando Cleopatra y Marco Antonio gobernaban el mundo, algunos de
estos árboles ya contaban con unos cuantos cientos de años, varios de estos
árboles sobrepasan los 2.200 años; aunque no son los más viejos del planeta.
Esos son los Bristelcone pines, unos jovencitos
de más de cuatro mil años…
No, los
dinosaurios no se cruzaron en mi camino, pero sí otros animales; la naturaleza
ha encontrado en ese Parque Nacional un refugio estupendo. Y prueba de ello son
los osos que pude ver en las llanuras herbáceas que se salpican entre los
bosques de mis admirados gigantes; y los ciervos, los Mule Deer; y las ardillas
terreras, y las ardillas listadas, las marmotas, los hermosos pájaros azules o
Steller’s Jay… Es un paraíso para los que, como yo, crecimos con Félix Rodríguez
de la Fuente.
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En
Grant Grove, una de las arboledas más llamativas que se pueden ver por aquí,
vive el Monarca (a las secuoyas que tienen más de 2.000 años las denominan así)
que otorga el nombre al lugar: El Negral Grant, el Christmas Tree por
excelencia, que con sus ochenta y dos metros de altura es el tercero en el medallero de gigantes. El
primer premio se lo lleva otro general: el Sherman, con ochenta y cinco. Y como
sé que a alguien le habrá sobrevenido la duda, os confirmo que afortunadamente
no todos tienen a un general por patronímico: están también Las Tres Gracias,
el Bachiller, el Grizzly, entre otros muchos.
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Vamos,
que aquel que quiera saber lo que se siente siendo hormiga, siendo pequeño y
más que pequeño, lo puede experimentar a los rojos pies de las secuoyas.
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* Paloma Hidalgo es madrileña, nació en 1964, gata de Cuatro Caminos, que
también conoce los tejados de París tras casi diez años de residencia en el
país vecino. Escribe relatos, poesía y cuentos. También pinta. Mantiene el blog:
http://unlibroesunjardndebolsillo.blogspot.com
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http://unlibroesunjardndebolsillo.blogspot.com
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* Os recuerdo que podéis mandarme vuestras crónicas de viajes. Publicaré encantado aquellas que me gusten.......
* Os recuerdo que podéis mandarme vuestras crónicas de viajes. Publicaré encantado aquellas que me gusten.......
14 comentarios:
Paloma, qué suerte haber podido estar al lado de semejantes colosos. Fascinante.
Un saludo indio
Mitakuye oyasin
Gracias Fernando. Es un placer poner el pie, o las manos que escriben, en tu Nave.
Un abrazo
David, tú lo has dicho, ha sido una suerte.
Gracias por comentarlo
Junto a esos gigantes fuiste hormiga, afortunadamente eres una hormiga que escribe y lo hace bien, y nos lo cuenta, y te lo publican.
Un beso, Luisa
Qué bien, Paloma, sentirse hormiga de tu mano y pluma.
Precioso relato Paloma, me he apuntado unas cuantas palabras -para buscarlas-, que me han sonado también gigantes, como tu buen hacer escribiendo.
Besos
Paso a paso nos vas internando en esa naturaleza añosa que vivió hace tanto y que nos sobrevivirá. Da escalofríos. Y reconozco algo lindando la nostalgia y un punto de soledad sobrecogida.
Buena crónica, Paloma.
Abrazos de osa.
Soy una hormiga afortunada sí, que además está contenta de que te guste,
Otro para ti
Ximens, gracias por acompañarme.
José Luis, qué halagador me resulta tu comentario. Un abrazo
Lola, muchos, da muchos escalofríos verlos, tocarlos y saber que seguirán estando ahí por siglos. Gracias por venir.
Un abrazo correspondido, de hormiga.
¡Madre mía!, sentirse hormiga en la inmensidad de un océano es lo que una amiga me contaba hace unos días tras una inmersión submarinista, pero ...sentirse hormiga al pie de esos troncos enormes con nombres tan simbólicos, es genial si viene redactado por tu pluma, siempre serena y firme.
¡Cómo me gustaría visitar ese lugar!. Está entre mis favoritos del mundo. ¿Sabes? ...hay tardes que me siento junto a una maravillosa secuoya que tenemos en pleno centro de Vitoria. Ayer (sin haber leído tu entrada, casualidades de la vida) anduve buscando una foto antigua del derribo de otra al construir un colegio ¡es impresionante! y ¡qué pena que se la cargaran!.
¡Óle Paloma! Estar aquí, en este lugar, es una inmensa alegría.
Besos.
¡Qué lugar tan fascinante! Me ha gustado mucho compartir el viaje contigo Paloma. Un beso
Fernando: gracias por esta colección de crónicas de viajes. Saludos
Que experiencia para Paloma y la ha volcado en este bello texto, la acompañe hasta en la fantasía de los dinosaurios
Un abrazo
Me desubico un poco, Paloma. ¿Tienen que ver estos árboles con los que aparecen en aquella película de Hitchcook, en la que James Stewart perseguía a Kim Novak? En cualquier caso, impresionan, sobre todo introducidos por los comentarios que apuntas. Buenas fotos y buen reportaje. Un abrazo.
Beatriz, gracias. En cuanto pueda, me escapo de nuevo...
Otro para ti.
Lapislazuli, es fácil pensar en dinosaurios cuando todo parece creado a tu tamaño.
Gracias por pasar.
Pedro, no, creo que el bosque de la película es el Muir Wood, otro reducto de secuoyas-de costa, más pequeñas- que se encuentra muy cerca de San Francisco. También es un lugar precioso.
Eres muy amable,pero las fotos no hacen justicia a la belleza del lugar, es mucho más bonito aún.
Un abrazo grande, de secuoya.
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