lunes, 24 de septiembre de 2012

Antonio Pereira, fabulador del Noroeste

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A lo largo de cuarenta años, entre 1967 y el 2007, Antonio Pereira publicó seis libros de cuentos, cuatro antologías, que incluían también un puñado de microrrelatos, y dos libros compuestos por textos a caballo entre el artículo, la estampa y la remembranza, relatos memoriosos los ha denominado, sin que faltara en ellos alguna pieza narrativa. Que ahora Siruela nos proporcione reunida su obra breve en prosa (Todos los cuentos, 2012) nos permite calibrar el sentido y el valor de una literatura que la crítica ha reconocido como imprescindible en la historia del cuento español de las tres últimas décadas del siglo XX, género en el que más ha destacado el autor. Y, sin embargo, él siempre se consideró poeta, incorporando en sus relatos la precisión lingüística y la concisión propias de la lírica.
Para considerar un cuento logrado, Pereira necesitaba dar con la ficción de una voz adecuada, poseer una buena historia y saber relatarla con brevedad. Así, podría decirse que se desenvuelve dentro del amplio territorio del realismo con incursiones en lo grotesco y esperpéntico, además de en la literatura fantástica. En su “Cuento de los dos narradores” distingue entre el narrador inocente que fue en sus inicios y el resabiado en que ha acabado convirtiéndose. A ello habría que añadir los rasgos más característicos de su escritura: el humor y una leve ironía, y ese “erotismo diocesano”, según él mismo lo llama, en donde sus protagonistas padecen a menudo los delirios propios del seductor; junto con el culturalismo y una cierta preocupación social, todo ello tamizado por el arte de la sugerencia, la ambigüedad y el deseo de romper con las expectativas del lector. Gran parte de los cuentos aparecen escritos en primera persona, aunque a veces se valga del estilo indirecto libre e incluso de la segunda persona, si bien se trata siempre de fabulaciones reelaboradas bajo el disfraz de lo autobiográfico. Ese narrador predominante suele presentarse como el intermediario de una historia singular que le han contado, a menudo en una tertulia, y que merece conocerse. 
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Si comparamos las primeras ediciones de sus cuentos con las más recientes, se aprecia el trabajo de poda realizado, llegando a componer nuevas versiones de una misma historia, con notables variantes, de lo que sería buena prueba “Informe sobre la ciudad de N***” y “Aquella revolución”, relatos de 1967 y 1999. El cambio más radical de estilo se observa en su segundo libro, donde se hace más atrevido y complejo, menos funcional y costumbrista, y sus historias dejan de ser sólo rurales.
Quizá sea su condición de francotirador, de escritor al margen de estéticas imperantes, grupos y generaciones, el rasgo que mejor lo singularice. Acaso porque su obra se desarrolla entre la generación del mediosiglo y la de esos otros autores que arrancaron en los años de la Transición, un territorio peor perfilado por la historia literaria. De los títulos de la obra narrativa breve de Pereira, es posible deducir una cierta poética: a través de ellos afirmará tajantemente que le gusta contar, al tiempo que la define como invenciones, historias veniales o civiles; o la utiliza para anunciarnos que sus cuentos son de andar el mundo o relatos sin fronteras, e incluso alguna pieza es tachada de cuento cruel, anticipándonos, además, su transcurso en ciudades de Poniente, del Noroeste mágico, o en barrios como la Cábila, pero siempre destinada a lectores cómplices.
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Pereira, con el paso del tiempo, iría afianzando una voz depurada y un mundo personal, creándose su propia estirpe y levantando acta de un territorio literario, tachará a una de sus urbes de “ciudad llena de secretos”, del que también formarían parte, ya escribieran en gallego o en castellano, Cunqueiro, Casares, Basilio Losada, Merino y Luis Mateo Díez, en quienes pesa de igual modo la tradición del relato oral.
Si tuviera que hacer una antología con los mejores cuentos de Pereira me decantaría por relatos tan distintos como “Fábula con obispo y niño”, “El ingeniero Démencour”, “Los brazos de la y griega”, “El ingeniero Balboa” (su preferido), “El síndrome de Estocolmo”, “El happening”, “Obdulia, un cuento cruel”, “La barbera alemana”, “La nostalgia”, “Dalmira y los monjes”, “La espalda de Elisa”, “Los preventivos” (una pieza maestra), “El asturiano de Delfina”, “Las nieblas de la Purísima” y “Palabras, palabras para una rusa”, mi preferido, pues me gusta leerlo como una metáfora de la literatura, del poder que tiene siempre la palabra, así como de la capacidad de encantamiento del ritmo. Un cuento que podría decirse que años después se hizo realidad, tal y como cuenta en “Con la rusa en Tarragona”.
En cierta ocasión, el narrador argentino Daniel Moyano comparó a Pereira con Giacomo Rossini, habida cuenta de que en sus relatos apenas nunca deja de oírse de fondo il basso bufo para subrayar ese humor vitalista, socarrón y escéptico que siempre caracterizó al escritor de Villafranca del Bierzo.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia, del diario El País, el pasado sábado, 23 de septiembre. 
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2 comentarios:

hugo dijo...

Hola Fernando:

Leí tu reseña el sábado en Babelia y me pareció "de justicia" que llamaras a la lectura de estos cuentos completos o "Todos los cuentos" que Siruela hace de Pereira.

Conocí con Pereira en el año 1999 a raíz de la reseña que hice de la antología de cuentos que Pereira le entregara a Mario Muchnik y que este publicara bajo el título "Me gusta contar" -era mi primera reseña para "La Vanguardia", allá por julio del 99- Y sin duda me hizo mucha ilusión entrar en contacto con él. Comenzamos carteándonos a través de "postales". Luego nos veríamos en Madrid un par de veces -en el Gijón y en el Comercial-. Recuerdo la amabilidad de su palabra, un excelente conversador, podíamos hablar de Cunqueiro, de Wenceslao Fernández Florez, de tangos,de carnes, de su amistad con Borges y del sabor del mate amargo o "del sonido que hacen los clavos cayendo como lluvia fina sobre la bandeja metálica de la báscula", un recuerdo de su tienda-ferretería y electrodomésticos-cuando los clavos aún se vendían a peso y en un cucurucho de papel de diario.

"Escribir un cuento supone una salida para un golpe de mano que fracasa si se lleva exceso de munición". Esta frase suya hizo fortuna cuando en el 2000 se publicó "Cuentos de la Cábila", una colección de 31 microrrelatos cuasi autobiográficos, animados con una buena cantidad de fotografías personales.

A pesar de haber sido quién fue, a pesar de haber escrito microrrelatos cuando aún no se había inventado esa palabra para designar los "relatos breves", sorprende que cuando se hace y se presenta con bombo y platillos la "Antología del microrrelato español" la señora Irene Andrés Suárez, no incluya ni siquiera un clásico suyo como es "Picassos en el desván". El consuelo es que no fue la única ausencia clamorosa, Juan Perucho también fue "olvidado"
-"Diana y el Mar Muerto y "Cenizas y Diamantes" dos excelentes libros de microrrelatos-

Espero y deseo que estos casi 30 euros que cuesta "Todos los cuentos" no sea inconveniente para que en los días que vienen más de un galeote de LaNave -y alguno que no lo sea, claro-, deje el remo y "presto-súbito" se haga con un ejemplar de estos cuentos completos, será una forma de ganar mucho tiempo con la lectura de un autor imprescindible de la narrativa breve española... "si bien él siempre se consideró poeta"

Gracias Fernando por tu reseña acertadísima en Babelia y por inisitir en dar a conocer a don Antonio Pereira también en LaNave

salut,
hugo


Emilia Oliva dijo...

De Antonio Pereira sólo he leido "Clara, Elisa, la teta de Doña Celina, mujeres" que los incansables lectores que son Maria Jesús Manzanares, Juan Ramon Santos y José García pusieron en mis manos, firmado por el autor, el número 18, de aquel hermoso pryecto -hoy estancado- que es la Editorial Alcancía. Un pequeño libro, de edición cuidada con portada de Maria Jesús Manzanares. Me quedo con ese rincón "el pazo de Miñorrey era la casa de vive como quieras" y su sentido del humor y el buen rato de lectura. Gracias, Fernnado, por traernos a La Nave tan suculento manjar.