viernes, 8 de febrero de 2008

La poesía en castellano durante el 2007, por Ángel L. Prieto de Paula

Cualquier selección de los libros publicados en un año es la antología (que hacemos nosotros) de una antología previa (realizada por el azar, que es quien determina lo que llega a nuestras manos). Vale más ser humilde, pues, y no engreírse demasiado con jerarquizaciones que son de suyo precarias, y que operan sobre un material muy restringido: el de los volúmenes que hemos podido leer, una pequeña parte de los editados. He considerado solamente libros exentos de autores en pleno proceso creativo —o, en el caso de Manuel Padorno, una obra que quedó concluida a su muerte—, y no ediciones de poetas que ya habitan en el panteón de los clásicos, ni tampoco recopilaciones de obras completas o antologías de textos (con la excepción relativa de Óscar Curieses, cuyo libro incluye un cuaderno ya publicado). De no haberlo hecho así, el resultado sería muy otro: menos comprometido, desde luego, pero también menos orientador.
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En la cosecha de 2007 hay algunos títulos que no deben pasar inadvertidos, por lo que manifiestan de profundización en rasgos apuntados atrás y consolidados ahora, de resurrección de poéticas que en su día fueron preteridas ante las de nombres más canónicos o más jaleados de su generación, o de irrupción de una voz nueva en todo o en parte. Me referiré sinópticamente a estos autores, sin que el orden suponga ningún modo de prelación. Edenia (Tusquets), del citado Padorno, prolonga la cosmogonía de su espléndido libro precedente (Canción atlántica) en clave más doméstica y con un descenso del colosalismo anterior, al servicio de un universo natural, de espaldas a las ensoñaciones metafísicas. En Conversaciones entre alquimistas (Tusquets), Jorge Riechmann ofrece una simbiosis entre el poema tradicional y la prosa métrica, y entre un realismo que trasciende lo referencial y un compromiso del que no se apea ni en los momentos de mayor intensidad lírica. Entre el muro y el foso (Pre-Textos), de Julio Martínez Mesanza, es un mapa del pesimismo, casi un canto terminal, fundado en la fatuidad de la razón logocéntrica y en la crueldad de lo que entendemos como armonía de la naturaleza; todo ello sostenido en tiradas monorrítmicas de endecasílabos que pronuncian el desconsuelo.
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Aunque en los últimos años ha disminuido notablemente la desatención a Julia Uceda, Zona desconocida (Fundación Lara) permite comprobar la honda belleza de su voz, así como su respiración respecto de su obra anterior, de la que este libro no es una continuación epigonal, sino el punto más alto de un ascenso expresivo. Eros es más (Visor), de Juan Antonio González-Iglesias, permeabiliza la membrana entre vida y cultura, y aúna tradición y contemporaneidad, en una escritura donde los emblemas y mitologemas grecolatinos son actualizados concertadamente. Sonetos del útero (Bartleby), de Óscar Curieses, es un libro arriesgado en su forma y denso de pensamiento, en que la dureza de algunos versos, llenos de esquinas y rugosidades, contribuye a arrancar al lector de la inercia balsámica. Echado a perder (Visor), de Carlos Pardo, supone una apuesta por aplicar la imaginería del lenguaje a un mundo que desborda nuestra capacidad de comprensión, cuyos componentes, bien conocidos, dan como resultado una escritura nueva, por las constantes quiebras de expectativas, los esguinces irónicos y la función descodificadora del humor. En Fue (Cálamo), Jesús Hilario Tundidor hace recuento de su existencia, despliega lo vivido y lo soñado, unce cultura y experiencia, historia social e historia personal, con un lenguaje que, con su riqueza y su balanceo rítmico, rompe los diques del idioma usado para el comercio comunicativo. Para no ver el fondo (Idea), de Antonio Méndez Rubio, es un compendio de una poética esencialista, ajustada a la médula irreductible de las palabras, y del afán también irreductible de intervención en eso que llamamos mundo. En Casa de Misericordia (Visor), Joan Margarit convoca la emoción en el lugar de las exclusiones: ese pudridero de los desposeídos donde un poeta habla de senectute, en voz baja y con palabras a la intemperie.
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* Ángel L. Prieto de Paula es profesor en la Universidad de Alicante y crítico literario en el diario El País.
* El cuadro es de Matías Quetglas, "Casa con dos pinos", 1976.

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