lunes, 16 de julio de 2012

LOLA SANABRIA

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AL BORDE
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I
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Habían discutido por la noche. Aun así, no renunciaron a la excursión del día siguiente. Hicieron el camino en silencio, cada uno en su enfado, escuchando la música grabada en el pen-drive. Unas gotas finas, como ráfagas, dieron paso al sol descomponiendo el agua en colores: nubes rosadas, azules y verdes, con forma de corazón, que subían del parabrisas para disolverse en el cielo.
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Llegaron a la ciudad a la hora de la comida. Volvía a llover. Aparcaron a las afueras y subieron hasta el centro. Entraron en un restaurante donde unos jóvenes italianos consumían patatas fritas y hamburguesas. Después de comer, pasearon por las calles, el uno al lado del otro, sin hablarse,  hasta llegar al río. Se sentaron en un banco. En la orilla opuesta, una grúa transportaba de un lado a otro de un palacete, materiales de construcción. Entonces ella reparó en aquella vara apoyada en el muro del edificio, en un saliente pequeño hacia el río. Para acceder hasta allí, era necesario bajar pegado a la pared por un estrecho camino cortado por el agua. Para llegar a donde estaba aquel palo, tenían que haber saltado o haberse metido en el río. Quien o quienes fueran, debieron dejarlo a propósito.
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- ¿Es una caña de pescar?- preguntó ella, rompiendo el silencio.
- Es sólo una vara larga- contestó él.
- ¿Y qué hace una vara ahí?
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Especularon un rato sobre la presencia del palo en el lugar y después se levantaron y siguieron bordeando el río agarrados de la mano.
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II
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- ¡No olvides la basura!
La orden le llegó cuando alcanzaba la puerta. Hizo un amago de continuar, pero se volvió como siempre. Recogió la bolsa de la puerta de la cocina y salió. A veces le daban ganas de irse y no regresar. Tal vez un día lo hiciera.
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Anochecía. El perro iba delante, arrimado a la orilla del río, unos metros más abajo de donde se hallaba el palacete. De repente se detuvo y ladró al agua. Volvió al lado del dueño, después a la ribera, inquieto, moviendo el rabo. El hombre avanzó más deprisa. De lejos, le parecieron unas hebras de lana negra, como una madeja deshilachada. Llegó fatigado por el esfuerzo. Se acercó resoplando y la voz se le quebró en un lamento. La chica tenía la falda enganchada en una rama; el cabello largo y oscuro se movía con el balanceo del agua. Las piernas del hombre hicieron un amago de doblarse. Se sentó en la hierba para evitar la caída. El perro le lamía las manos manchadas por la edad, le tiraba de la ropa, pero él no podía moverse, no hasta que alguien le dijera que aquello era sólo una de sus pesadillas, nada real, una fantasía como cuando imaginaba a su mujer flotando en el río. Muerta.
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III
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A la joven forense, aún le duele su trabajo. Siempre vuelve a casa derrotada. Roza con la punta de los dedos la frente de la chica antes de ponerse los auriculares y los guantes. Mientras escucha “Alhambra”, de Sarah Brightman, va sacando con las pinzas, de la boca de la muchacha, los pétalos, los tallos y las hojas. Flores silvestres que la asfixiaron. La forense clava una esquina de diente en su labio inferior. Pasa la lengua y recoge una gota de sangre. Intenta no llorar. Debe ser fuerte o dejarlo. Ese ha sido el ultimátum de él. No quiere más lágrimas, no quiere que le cuente nada de lo que hace. Examina el cuerpo desnudo. Tiene en el pecho un círculo amoratado, algo con punta la golpeó. A mediodía, el cadáver parece el cascarón de un barco. No tiene hambre. Deja el sándwich envuelto en plástico sobre la mesa metálica y redacta el informe. Después cubre el cuerpo con la sábana, cierra la luz, sale. Vuelve, coge el sándwich y lo tira a la papelera. Entra en los servicios y se lava la cara. Ensaya una sonrisa frente al espejo. No lo aguantará sola, lo sabe. Tal vez sea el momento de abandonarlo.
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IV
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He esperado a media noche para salir de casa con los zapatos quitados, de puntillas, porque la vieja hace tiempo que duerme en un sofá cerca de la chimenea, y tiene el sueño muy ligero. “¿Qué haces?”, me preguntó, mirándome con los ojos de loca, aquella noche cuando me sorprendió arrimando un pico de su manta al fuego. El viejo, en cambio, en cuanto entra en la cama, no para de roncar. Por eso ella se va, para no oírlo. Pero no se mete en otro cuarto, tiene que ser en el salón. Me ha hecho esperar mucho. Casi me duermo. Al pasar por su lado, se ha removido, y me han dado ganas de aquietarla; estaría mejor así para que no anduviera todo el tiempo detrás de mí dándome la lata, husmeando en mi vida. Eso cuando no se enzarza con el viejo en una de sus peleas. Y ella siempre gana, siempre el último insulto, la última palabra. Si me atreviera...
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Me gusta la noche, es mi aliada. Ni un alma en la calle, sólo un perro se cruza en mi camino hasta el río. Llego al palacete, bajo, ahora ligero; no fue fácil hacerlo arrastrando a la chica. Peso muerto. Salto y alcanzo la isla. Mi isla. Recupero mi vara, mi bastón de mando. Con él la ayudé a viajar río abajo; tan bonita, flotando en las aguas negras; tan hermosa en reposo, muda, ciega, sorda. Perfecta, efímera. Subo y bordeo el edificio. De vuelta a casa, recojo flores. Una nueva ofrenda. Para la pelirroja.
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Lola Sanabria. Nació. De pueblo. Serrano. Cordobés. Hija de pobres. Emigró a Madrid. Trabajó. Estudió. Luchó por la democracia. Se casó. Dos hijos. Y entre unas cosas y otras, comenzó a juntar letras. Trabaja con, para, discapacitados intelectuales. Vive. Morirá, a la fuerza, cuando le llegue su turno.
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* Los cuadros son de José Manuel Pérez Tapias. Este relato es inédito...Este ....

24 comentarios:

Lola Sanabria dijo...

Gracias, Fernando. Un acompañamiento de lujo para el relato.

Triple de abrazos.

AGUS dijo...

Admirable el manejo de tiempos, perspectivas, tramas, intrigas. Me parece muy interesante que al final - y de forma deliberada - las piezas no terminen de encajar del todo, y que la elipsis se cuele por esas fisuras, por esas grietas. Incluso hasta podría leerse de un modo distinto al dispuesto, y la historia, aún siendo la misma, adquiriría otras dimensiones. Espléndido.


Un placer leer a Lola, siempre. Gracias Fernando.

Javier Ximens dijo...

Enhorabuena, Lola, por navegar en esta nave. No conocía este relato en forma de flor, con pétalos que convergen en un mismo "borde". Son historias independientes pero que agrupadas dan mayor consistencia. Felicidades por escribir así.

David Moreno dijo...

La Lola Sanabria como la llaman en Wonderland, imprescindible, genial escritora.

Un saludo indio
Mitakuye oyasin

Rosana Aonso dijo...

Estoy de acuerdo con Agustín en sus apreciaciones y además diré que Lola borda estos relatos inquietantes, con atmósferas muy bien conseguidas e historias cruzadas.

Abrazos

Manu Espada dijo...

Qué mejor manera de volver de vacaciones que encontrarme con varios textos de Lola en La Nave. Geniales, como siempre. Un abrazo.

Paloma Hidalgo dijo...

No puedo hacer otra cosa que felicitarte Lola, y que sepas que es de corazón. me gustan tus micors, tus largos...Siempre es un placer leer tus obras.

Un abrazo

Patricia Nasello dijo...

Riquísima historia/historias, donde lo que se dice,con la belleza de lo preciso y justo, es tan importante como lo que no se dice. Esa grieta/grietas, deliberada.

Felicidades, Lola
Y un fortísimo abrazo

Nicolás Jarque dijo...

Me encanta leer a Lola Sanabria en este espacio y comprobar que aquí igual que en su bitácora.

Este relato entregado en cuatro partes es un ejemplo de su literatura, donde mezcla con maestría, la cotidianidad de la ciudad y la naturaleza del campo.
También, como en otras ocasiones que he tenido oportunidad de leerla, nos deja a la interpretación del lector qué ocurrió y que sucederá después.

¡Enhorabuena, Fernando y Lola!

Petra Acero dijo...

Vidas entrecruzadas. Amores y desamores revueltos. Perdones y odios mal encarados. Víctimas elegidas y señores desequilibrados, mal amados.
Lola, tu puñado de personajes llenan un mundo de sentimientos y emociones: psicológía a flor de piel.

Enhorabuena.
Un besooo

Lola Sanabria dijo...

Gracias, chicas y chicos por vuestros comentarios. Deciros que me alegra que os inquiete y revuelva el relato ¡no iba a ser a mí sola!
Este texto partió de algo real. Un día de visita a Segovia, sentados en un banco frente al río, mi pareja y yo, vi esa vara. Comenté lo extraño del lugar donde estaba y, a partir de ahí, surgió la historia.

Todo lo demás, enfados, personajes etc, son pura ficción pero esa vara...

Abrazos y besos a repartir.

Pedro Herrero dijo...

Poco puedo añadir a lo que habéis dicho, salvo insistir en el doble gozo de contemplar una historia fragmentada que adquiere un sentido unitario en su conjunto, pero que consigue en cada fragmento una personalidad muy matizada. No sé si el orden dispuesto es casual, pero yo lo encuentro sugestivo. Mantiene un pulso narrativo que no permite prescindir de una sola palabra y evidencia largas horas de fecundo trabajo. Da verdadero gusto leer estos relatos.

Beatriz AA dijo...

Sanabria es muy precisa, no le sobra nada, y sin embargo va sobrada (un beso campeona).

Beatriz

Anónimo dijo...

Bien merecido este lugar para Lola Sanabria. Creo que es única contando estas historias, tan inquietantes, vidas que se cruzan sin saber dónde se van a encontrar.

Mis felicitaciones a Lola y gracias a Fernando por traerla a su blog.

Miguelángel Flores dijo...

Tremendo. Tremenda Lola, como siempre. Cuando uno te lee, lee literatura. Es así, y creo que se me entiende.
Un abrazo.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Confesaré que es la primera vez que me encuentro a Lola a bordo de la Nave -aunque no me extrañaría que no fuese su primera vez- y me alegra por cuánto se complementan.

Tampoco conocía este relato parcelado y me ha parecido fantástico.

Un abrazo,

Arte Pun dijo...

Me gustaron los relatos de Lola. Los cuatro te dejan al borde.

Gracias Lola, y Fernando.

Susana Camps dijo...

Me gustan los relatos de Lola porque exploran con una intuición fuera de serie los principales ingredientes narrativos. El tiempo, el enfoque. Y porque confía en el lector. Su seguridad transmite una certeza: sabe bien adónde va.
Un placer leerla aquí y conocer este relato extraordinario.
Abrazos a ambos.

Lola Sanabria dijo...

Pedro, haces un análisis para quitarse el sombrero.

Tú sí que vas sobrada de elogios, Bea.

Elena, las vidas al borde de, me intrigan y me llaman a entrar de la única manera que sé: con la escritura.

Tremendo tú, Miguel Ángel, y exagerado.

No lo conocías, Pedro S, porque es inédito.

Abrazos y besos a repartir.

Lola Sanabria dijo...

Me alegro de que le hayas encontrado el gusto, Arte Pun.

Es cierto, Susana, confío siempre en el lector. Siempre espero que ponga él algo de su parte.

Y Doble de abrazos.

Jesus Esnaola dijo...

Fantástico, Lola, un microrrelato soberbio. Aunque usas herramientas muy diferentes, en esta pieza me traes un desasosiego muy similar al que a veces me despierta el mejor David Lynch. Cuatro caras de una sensación de ahogo.

Gracias, Fernando; enhorabuena, Lola!

Lola Sanabria dijo...

Me sonroja el calificativo de soberbio de alguien que maneja con tanta maestría la pluma. Gracias, Jesus.

Besos a pleno pulmón.

Alena. Collar dijo...

Absolutamente aldecoaniano.
Me ha gustado. Tiene tersura y sobriedad. Es escueto y a la vez sugerente.

Lola Sanabria dijo...

Alena el dieciocho de julio, para tapar ignominias del pasado, deja aquí su análisis sobrio y atinado.

No sabes cuánto me gusta que te haya gustado.

Abrazos flojitos por la calor.