domingo, 18 de septiembre de 2011

La ceremonia del saber

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El viernes pasado estuve en Valencia formando parte del tribunal de la tesis doctoral de Maria Rosell, sobre La dimensión apócrifa de la Modernidad: la escritura de Max Aub, dirigida por el profesor Joan Oleza. El trabajo da mucho más de lo que el título anuncia, pues empieza proporcionándonos una historia de los falsos, y no solo en la literatura, puesto que también tiene en cuenta la pintura y el cine. Aclara conceptos como apócrifo, heterónimo, pseudónimo, falso, pastiche o canular, que no siempre se usan con la precisión y el rigor necesarios. Sin olvidarse nunca de la dimensión internacional de este tema, se centra en autores tan importantes como Fernando Pessoa, Antonio Machado, Eugenio D'Ors y Max Aub, con alusiones a obras de Joan Perucho o el apócrifo Sabino Ordas. Dada la calidad del trabajo, debería publicarse en uno o varios libros. 
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Esta tesis, además, tenía la categoría de doctorado europeo, por lo que debía incluir un resumen en inglés y, entre los componentes del tribunal, haber al menos un investigador de otro país. En este caso era la profesora italiana Rosa Maria Grillo. El resto del tribunal estaba compuesto por Dolores Fernández, Xelo Candel y Joaquín Álvarez Barrientos.
   
Tras acabar la licenciatura, los investigadores más brillantes suelen conseguir una beca que los vincula a un proyecto colectivo de investigación. Tras cuatro años de duro trabajo, de múltiples lecturas, visita a bibliotecas y hemerotecas, el estudiante concluye su tesis que, tras el visto bueno del director, es juzgada por un tribunal de especialistas en la materia. Si todo este proceso se cumple, como ha ocurrido en este caso, el Departamento universitario ha hecho bien su trabajo, y el Estado, una inversión que debe rentabilizar, lo que solo puede conseguir concediéndole un puesto de trabajo remunerado a la persona, a fin de que esta, a su vez, pueda transmitir a otros estudiantes los conocimientos adquiridos, y no se quiebre la cadena del saber. Todo ese proceso, decía, culmina, pero también empieza, con la lectura de la tesis doctoral, uno de los ritos de paso más importantes en la vida del investigador, y como nos recordaba Oleza, una fiesta del conocimiento y del saber, y una ceremonia emotiva. Así las cosas, una vez la Universidad, los estudiantes y los profesores han cumplido con su obligación, el Estado no debería de incumplir con la suya. En los últimos tiempos, lamentablemente,  el gobierno no siempre ha asumido su responsabilidad, malbaratando de este modo no solo la inversión hecha en la investigación, sino también un activo humano que ve de pronto su formación sin proyección de futuro. Es un pésimo camino que nos aleja, una vez más, de los países civilizados, de la Europa de la cultura.
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* En las fotos, Maria Rosell y Joan Oleza.

4 comentarios:

Melquiades Villarreal dijo...

Interesante perspectiva. En Panamá, mientras menos capaz eres, mejor es tu suerte laboral. Tenemos universidades de "chalet", universidades sin peso ni prestigio; sin embargo, están autorizadas a otorgar títulos que le quedan grande a los conocimientos manifiestos por los graduados. Llegará una época dorada, en un país tan feliz que la mayor ocupación de sus habitantes será la de pensar. Saludos, Fernando, desde un Panamá que el quiere conocer que venga, porque se acaba, según Rufino José Cuerco.

Pau Llanes dijo...

Gracias por traer a su blog esta noticia. Me interesa el tema por muchos motivos que no viene al caso señalar ahora. Mi más sincera enhorabuena a la reciente doctora. Ojala pudiera consultar su tesis. Leerla y estudiarla. Me sumo a solicitar su publicación o al menos que pueda consultarse en Internet…

Les dejo unas notas acerca de lo falso, unas reflexiones a lo peor apresuradas…

Sustancialmente, una cosa falsa es una imitación de algo que ya existe producido con la intención maliciosa de hacer creer que es original. Esta definición tan precisa requiere no obstante ciertas matizaciones y condiciones de partida…

Por ejemplo con respecto a la imitación. No se trata necesariamente que la imitación sea exacta, que el objeto parezca exactamente igual, lo que sería una reproducción clónica; bastaría que la imitación sea suficientemente verosímil, es decir que haga creer que se trata del original por algunos aspectos o valores que parecen identificarlo; o que haya sido creado o esté realizado “a la manera de” quien creemos es su autor primero y original.

Sobre estas falsificaciones escribe Umberto Eco cuando se refiere a un tipo de falsificaciones que aspiran a la identidad con un hipotético original que no existe, y que en realidad se fundan en cuestiones de estilo, de género, en imitar suficientemente un modelo abstracto para crear obras apócrifas o “interpretaciones creativas” del mismo. Este imitar suficientemente tiene que ver con la credibilidad que le puede dar el espectador, es decir con el conocimiento que tiene sobre el original. Depende pues no sólo de las propias apariencias sino sobre todo de la capacidad de reconocerlas de quien examina el objeto en cuestión. Algo deviene falso no sólo cuando tiene cualidades que le hacen acreedor de una nueva realidad de ficción sino también cuando su entorno y las ficciones creadas sobre él parecen confirmar su pertenencia a un mundo real de originales únicos.

Por ejemplo, un falso “artístico” posee no sólo aspectos visuales semejantes, suficientes, con respecto a otros, lo que a simple vista nos trasmite su verosimilitud y cercanía con un tipo abstracto de modelo, sino que ha adquirido también otras connotaciones de autenticidad a través de afirmaciones y procesos de verificación tales como los argumentos de su presunta historicidad, la identificación de particularidades estilísticas de un supuesto autor o de un tiempo determinado, sus procedimientos técnicos, los testimonios y documentos que lo acreditan como auténtico, etc. —es decir aspectos referenciales confirmados por saberes y discursos científicos, históricos, tecnológicos, jurídicos, además de la confianza que nos inspira el sujeto que nos lo hacer ver. Los primeros, los saberes y discursos que acreditan su presunta autenticidad, pueden ser innecesarios o insuficientes para quien examina el objeto, depende de su conocimiento y capacidad de análisis. En la mayoría de los casos se cree por pura confianza subjetiva, por intuición.

Aun así una cosa no es falsa por sí misma o por las ficciones que la representan o por nuestra mayor o menor exigencia de autentificación o nuestra fe, credibilidad o sospecha… Una cosa es falsa sobre todo porque alguien ha tenido la intención de falsificar, de confundir y engañar, de traicionar nuestra confianza. Debe haber una intención dolosa además de todo lo anterior, es una condición sine qua non de todo falso…

¿Y cuál es la condición sine qua non de lo verdadero? Ummm… en eso estoy en mi madrugada… (ni más ni menos).

Saludos:

Pau Llanes

carmen peire dijo...

¡¡Max Aub!! ¿Qué más puedo decir?

Rubén Muñoz Martínez dijo...

Ya me hubiera gustado a mí que un miembro del tribunal de mi tesis hubiera hecho una reseña así del acto. Yo tardé más de cuatro años en hacerla, en menos era imposible por mucho que investigara y finalmente me dedico profesionalmente a otra cosa. Menos mal que aún me queda tiempo para seguir mi vocación y poder seguir investigando y publicando. Nunca he entendido bien esa funciona la universidad, pero sé que los méritos que más cuentan no son los estrcitamente académicos. Una pena...

Saludos,

Rubén.