miércoles, 15 de junio de 2011

Piglia en Barcelona

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Pasó Ricardo Piglia por Barcelona y llenó el salón de Casa América (¿por qué no Casa de América, como parecería lo correcto?). Acaba de ganar el Premio Rómulo Gallegos por su última y excelente novela Blanco nocturno (Anagrama), que ya había recibido el Premio de la Crítica española.
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En mayo de 1995, cuando en España apenas nada sabíamos de su obra, coincidí con Piglia en una mesa redonda sobre el cuento, celebrada en la Universidad de Buenos Aires. Entonces me interesaron mucho no sólo sus argumentos, sino también la manera de exponerlos y sustentarlos, el conocimiento profundo del género que demostraba, por lo que me traje a España todos los libros suyos que encontré, entre ellos la novela Respiración artificial. Por aquel entonces, ni Lengua de Trapo, ni Anagrama, que tomó el relevo en la difusión de sus obras entre nosotros, lo habían dado a conocer aún en España.
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Piglia habló ayer de los últimos cien años de la novela latinoamericana, y haciendo honor al título citó también a Guimaraes Rosa e incluso aludió a los escritores nacidos en Latinoamérica que escriben en inglés, y que en cierta forma deberíamos considerar como nuestros. Se centró en la literatura caribeña, de donde surge lo real maravilloso, según lo denominó Alejo Carpentier, y como contraste, en aquella otra, de tradición borgiana, que se gestó en el Río de la Plata, de la que él mismo forma parte. Pero para el ensayista y narrador argentino, ni que decir tiene que no se puede hablar de la narrativa en español sin tener en cuenta la gran literatura internacional, la que se da en cualquier otra lengua, y que abarca desde los grandes maestros del siglo XIX hasta los renovadores de la narrativa del XX, con Proust y Joyce a la cabeza, sin olvidar la novela policiaca, que tanto pesa en su obra. Además, reivindicó la necesidad de integrar en las diversas literaturas nacionales, si es que tal ente sigue teniendo vigencia, las lecturas traducidas, pues también ellas determinan, y no en menor medida, la narrativa de un país. Tampoco olvidó la responsabilidad que tiene el escritor de cada época, y de nuevo recurrió a Borges como ejemplo paradigmático, de rescatar a los autores que una literatura precisa incorporar para ser debidamente comprendida. Así, contó, el propio Borges se dedicó a traducir y por tanto a rescatar a una serie de escritores considerados en su momento menores (los narradores fantásticos del XIX, Conrad, Stevenson…), con el fin de que su obra dejara de compararse con Dostoyevski, Tolstoi y demás figuras canónicas indiscutibles, pero que no iban a servirle para que su literatura se entendiera cabalmente.
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El caso es que Piglia recorrió el siglo aclarando cuestiones disputadas, planteando problemas apasionantes, que en una sociedad normal hubieran dado paso al debate público. No era el lugar para hacerlo. Piglia es un excelente conferenciante que complementa sus conocimientos profundos de la materia con un discreto sentido del humor, que oxigena su discurso, y con la cadencia adecuada para ir exponiéndolo, enfatizando aquí o allá, y echando mano constantemente de esa muletilla argentina que es: `¿no es cierto?´; e incluso moviendo las manos y los dedos sin parar, con gestos en el aire, alrededor de su cabeza, sobre todo; o llevándose los dos dedos índices a las sienes, como si con ello le diera aliento al discurso o se pinchara las neuronas para activarlas aún mas. Con los años ha perdido esa aureola de pelo que le coronaba la cabeza, pero ha conseguido barajar a la perfección el peso de la historia, el humor, lo paródico y las dosis justas de experimentación, la mejor prueba de ello es su reciente Blanco nocturno, junto con una claridad, lucidez y espontaneidad en la construcción del relato que me parece que no tenían sus obras anteriores. En definitiva, creo que el narrador de esta novela le ha ganado, por fin, la partida al ensayista, al profundo conocedor que es de la historia literaria.
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De Piglia siempre se aprende, de su claridad expositiva, pero también de su capacidad de síntesis, de sus brillantes ideas y, a veces, atrevidos juicios. Pero lo más sugerente es que te alienta a reflexionar, a ir más allá, a responder a planteamientos novedosos y atrevidos; te obliga, en suma, a volver a pensar lo que ya creías saber y dabas por establecido. En ese sentido, Piglia es como un médico sabio que te saca de vicios y te señala nuevas sendas para poder entender y disfrutar mejor de las obras literarias.
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Sí, me lo he pasado de rechupete oyendo a Piglia y me hubiera gustado poder decírselo. Me alegró mucho haber podido contribuir con mi voto a que se le concediera el Premio de la Crítica. Espero que no tarde en presentarse la oportunidad de volver a escucharlo. 
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* La caricatura es de LPO. En la segunda foto aparece con su editor, Jorge Herralde. 
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5 comentarios:

Susana Camps dijo...

Recuerdo que le entrevisté en un café-librería de Buenos Aires en el 93, bien asesorada por quienes ya lo destacaban como uno de los escritores fundamentales de la literatura argentina. Fui con un par de lecturas apresuradas pero, haciendo honor a su talla, no me hizo notar mi ignorancia, ni me embaucó con falsas poses ni exhibió la conmiseración-rechazo del intelectual hispanoamericano a la entrevistadora "castiza", dos modalidades que me eran familiares. Fue un diálogo de persona a persona en el que se proyectaba claramente quién iba a ser aquel discreto Piglia. Celebro ese recuerdo fugaz, porque de estas cosas, aunque queden en nada, se aprende.

Angeles dijo...

¡Pedazo de conferencia!
http://vimeo.com/25083124

Fernando Valls dijo...

Ángeles, me temo que te has equivocado de enlace, qué tiene que ver lo que nos mandas con Piglia.

Anónimo dijo...

Que suerte haber podido disfrutar de tanto talento y genialidad.
Gracias por compartirlo.
Saludos.

César Romero dijo...

Gran escritor, sin duda. Y tal vez el más influyente entre la nueva narrativa argentina (pienso en Patricio Pron, por ejemplo). Aún no es muy conocido por el gran público, pero un premio de renombre (¿el Cervantes de este año? -ojalá-, ya que los del Asturias, se han columpiado -puestos a premiar a Cohen podían habérselo dado a...Marcelo-) tal vez le dé el relieve público que merece.