lunes, 14 de diciembre de 2009

CARLOS CASTÁN

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"Garúa"
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Hay algo en los viajes que, como un contrapeso infalible, acaba por empañar el vértigo de estar vivo a miles de kilómetros y la euforia de calles por descubrir, y librerías y rostros. Sobre todo a la caída de la tarde y en especial en ciudades en las que, como en Lima, la garúa desciende a la altura del alma, que viene a ser más o menos la del suelo que se anda pisando. Entonces, ante la visión de cualquier niño de una edad parecida a la suya, aparece el recuerdo de mi hijo pequeño y es como si de repente una de sus manitas me apretara fuerte el corazón y me sobreviene urgente la querencia imposible de refugiarme, aunque sea por un par de minutos, en la calidez que deja sobre las sábanas tras haber dormido en ellas. Desaparecen los bares entre la niebla, y las ganas de hacer fotos o curiosear en las librerías de lance, y sólo veo niños que vuelven del colegio, alguno de la mano de su padre, otros (y éstos son los peores, la verdadera punzada…) van llorando por el motivo que sea, una pequeña riña, la merienda, un puñado de cromos.
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Y en este estado voy cuando salgo del Museo de la Inquisición y enfilo por la calle Junín en dirección contraria a la plaza de Armas, y luego giro a la derecha, no sé si por Andahuaylas o por Paruro, y camino sin rumbo dejándome poseer por ese dolor doméstico y suave, con el punto justo de amargura, como un sorbo de Fra Angelico o Yves Montand cantando Les feuilles mortes. Tan abosorto que no puedo ver de dónde sale el energúmeno que, desde atrás, me agarra por el cuello, mientras un tropel de muchachos se abalanza sobre mí metiendo las manos en todos mis bolsillos a la vez, golpeándome, llamándome de todo en una jerga que no entiendo, y me ponen del revés, y noto mi vientre lleno de una calidez pegajosa a la vez que todo se nubla y no soy más que un bulto de latidos y náuseas con la cabeza apoyada en el asfalto.
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Salen corriendo con su botín. Pero al ver que no puedo moverme, uno de ellos, el más pequeño se acerca de nuevo hasta dónde estoy. Por un momento creo que es mi hijo, o por lo menos lleva puesta su mirada, puede que sea de otra raza, pero algo en el rostro me dice que es él. Ahoro noto que estoy echado sobre un charco que mana de mí. Se agacha a mi lado. Estoy mareado y sin fuerzas pero no tengo miedo. Creo que me va a dar un beso, creo que va a acariciarme el pelo y a preguntarme si me encuentro bien. Pero no. No lo hace. Se limita a desabrocharme el reloj de pulsera y se aleja tranquilamente con él, con sus pasitos cortos, fantasma de mi agonía, sangre de mi sangre.
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* Carlos Castán (Barcelona, 1960) ha publicado tres libros de cuentos: Frío de vivir (1998, reeditado por Salamandra), Museo de la soledad (2000, reeditado por Tropo) y Sólo de lo perdido (Destino, 2009). En Papeles dispersos (Tropo, 2009), lleva a cabo una reflexión sobre la escritura. “Garúa” es un microrrelato inédito.
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26 comentarios:

Eva Peña dijo...

Me encanta, quiero leer más, sobre ese niño, sobre el museo de la Inquisición, y quiero saber por qué el alma del narrador está a la altura de los pies.

Javier Puche dijo...

Impresionante, Castán. Como siempre. Una de las mejores prosas que tenemos.

Isabel González dijo...

Qué maravilla.

Betlem Aguiló Regla dijo...

Magnífica historia, la he disfrutado y he recordado a tu tía Angelita y lo mucho que me habló siempre de ti.
Un beso desde Mallorca

Feliciti dijo...

La verdad es que me parece genial que hayas colgado algo de Carlos Castán, porque hace un tiempo que me ronda en la cabeza como pendiente de leer, como si me hubieras leído el pensamiento. Le doy de plazo hasta enero, que tengo mucho pendiente, he entrado en un par de ocasiones en su biografía, no recuerdo si tiene poesía o no, en cualquier caso ya está anotado.

Un saludo!

Anónimo dijo...

...me corta la respiración este micro. Qué vuelta de tuerca sin truco final, que tensión...

Y así me quedo....sin palabras.


Rosana A.

Fernando Valls dijo...

Bueno, Rosana A., mujer, cálmate, a ver si te va a dar un yuyu y me vas a buscar la ruina...

Jordi Masó dijo...

¡Qué magnífico micro! No conocía a Castán y estoy encantado de descubrir su literatura. Si el resto de su obra es de ese nivel, debo leerlo de inmediato. Me ha encantado el tono nostálgico inicial, que va derivando hacia el horror final. Y la prosa, maravillosa, repleta de frases memorables: mis favoritas: “la garúa desciende a la altura del alma”, “por un momento creo que es mi hijo, o por lo menos lleva puesta su mirada”, y la impresionante del final “fantasma de mi agonía, sangre de mi sangre”.
Gracias por darnos a conocer esta maravilla.

Anónimo dijo...

No, no tranquilo.Es que me ha sorprendido este micro. El lenguaje y cómo van cambiando las sensaciones según lo lees.


Por cierto leí La Glorieta de Los Fugitivos(porque primero lei Soplando Vidrio) y me ha gustado mucho, mucho y mucho...o mucho elevado a la enésima potencia.
De alguna manera las tierras extrañas por las que transita Jose Mª Merino me resultan familiares.
Hay micros de esos para recordar,otros geniales y otros simplemente excelentes, todos dignos de más de una lectura.
Un saludo
Rosana A.

María Jesús Siva dijo...

Me fascina la prosa de Castán, leo sus cuentos muchas veces, muchas tardes de domingos apáticos. Su forma de narrar, exacta, como alargando la escena, me deja amodorrada y con ganas de más Castán. Tengo pendiente su último libro, pero intuyo que será por poco tiempo.
Saludos

Concha Mayo dijo...

¡Impactante ese final! Me ha dejado el estómago encogido.
Saludos,

Marta dijo...

Leer algo de Castán siempre me alegra el día. Cómo escribe este hombre.

Por cierto, Fernando, he leído tu artículo sobre la historia del relato en Mercurio y me ha parecido muy interesante y con nombres que pocas veces he visto reivindicados al hablar del relato español de hace cuarenta o cincuenta años.

Un saludo.

Fernando Valls dijo...

Rosana, Merino son palabras mayores... Gracias por leer mi libro sobre el microrrelato.
Marta, aún no me ha llegado Mercurio, pero me alegra que te haya interesado el artículo. De todas formas, esos trabajos panorámicos siempre te dejan un poco insatisfecho, hay muchas cosas que decir y poco espacio para hacerlo.
Pero, sobre todo, me satisfacen los elogios que le dedicáis a Castán. A ver si se anima y escribe más microrrelatos, un género para el que está muy dotado.

Isabel dijo...

Bello, cercano y sorpresivo relato.
Buenas fotos, Fernando, gracias y saludos cordiales.

Laura dijo...

Me encantan las manos que parecen apretar fuerte el corazón. Carlos Castán sabe hacerlo con las palabras, y con esa otra cosa que no son palabras y que vive en los huecos, que como latidos, separan las letras de lo que escribe. Es ahí, justamente donde reside el alma misteriosa de la literatura grande.

Marian Torrejón dijo...

He leído varios de los libros de Carlos Castán y siempre me ocurre con sus cuentos lo mismo que con este micro, que me hipnotiza desde la primera palabra y cuando se termina el relato me deja con ganas de empezar otro, y luego otro, cosa que no me ocurre siempre, por buenos que sean, con los libros de relatos.

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Bueno, pues me animo a discrepar un poco. Con todos los respetos hacia Castán, creo que este microrrelato estaría mejor rebajado de alusiones al hijo. Hay un tono negro, de callejón, que va "in crescendo" y que tiene un final logrado. Pero le sobran las referencias al hijo, que introducen un elemento meloso. Sobre todo las líneas del primer párrafo dedicadas a la aparición del chico.

Anónimo dijo...

Puede ser lo que dice Antonio Serrano pero no sé si esa reiteración no será totalmente consciente, utilizada con un fin determinado, quizá entonces no sea defecto ese exceso.


Saludo
R.A.

Anónimo dijo...

Jope se me escaparon las siglas.


Rosana A.

Anónimo dijo...

Rosana, por favor. Toda narración es consciente, en este caso con la clarísima finalidad de conmover. El quid está en que el lector se percate o no de la encerrona preparada, en función de su mayor o menor habilidad para reconocer recursos técnicos y se deje llevar o no por ella. María Cuesta

entrenomadas dijo...

Castán tiene un estilo tan peculiar. Usa taladros entre palabra y palabras. Cose las imágenes con dureza y ternura al mismo tiempo.
Y lo que hoy has subido es un buen ejemplo. Castán en estado puro.

Un saludo,
Marta Navarro

Anónimo dijo...

María Cuesta:

Aunque te parezca una obviedad mi comentario de ayer y fruto de la falta de conocimientos en cuanto a técnicas narrativas(algo sé aunque por supuesto soy aprendíz) hay escritores que de manera inconsciente(aunque parezca deliberado) utilizan reiteraciones o imágenes que provocan emociones en el lector. Como Castan es un profesional de la escritura pues supongo(no afirmo) que como tú dices ha utilizado deliberadamente "trucos" narrativos.
En cualquier caso lo que yo quería decir es que a mí(no se me escapó la reiteración sea artefacto o algo intuitivo) no me parece que se adentre en la sensiblería ni en la emoción fácil. Me emocionó sin más(me dejé llevar, vaya) y consiguió,sin decirlo, mostrar dos mundos, dos contrastes, dos maneras de ser niño(e incluso en la más cruda, no deja de ser una crudeza infantil) sin que me resulte ñoño.
Un saludo cordial
Rosana A.

Unknown dijo...

Carlos Castán es un genio de la nostalgia, del atrás, de lo perdido; como muestra valga su libro "Sólo de lo perdido". Pero estoy algo de acuerdo con Antonio Serrano en que esta vez quizá se le ha ido un poquito la mano con el azúcar en el comienzo. Tal vez tenga que ver con que él habitualmente suele deslizarse por esos territorios de una forma lenta, dándose tiempo, entrando y saliendo, de modo que lo meloso (si acaso lo hubiera) o, mejor dicho, lo emocional se diluye y se aleja completamente de cualquier posible ñoñez. En este caso, al tratarse de un microrrelato, con mucho menos desarrollo narrativo, a poco que se carguen las tintas en ese aspecto se nota mucho. Pero vamos, que Castán un crack.

Anónimo dijo...

Primero aclarar que no conozco a Castán personalmente antes de dejar un comentario y ya dejo el tema.

"...refugiarme, aunque sea por un par de minutos, en la calidez que deja sobre las sábanas tras haber dormido en ellas"

A mí no me parece un peligro para los diabéticos, me parece muy visual, veo esa cama y a la vez me puedo identificar como lector con esa imagen (quizá porque tengo niños pequeños...). Leo y vuelvo a leer y no encuentro la melaza.

Si acaso es más evidente y apunta directa esta frase “…como si de repente una de sus manitas me apretara fuerte el corazón…”

Rosana A.

Anónimo dijo...

Yo creeré siempre que debemos separar autor de obra para poder juzgarla objetivamente. Es por ello que la sagaz observación de Antonio Serrano me pareció correcta, atinada y pertinente. Ni siquiera entré a calificar el micro, líbreme dios. María Cuesta.

dominga dijo...

Como son las lecturas de las señales de la vida, en que me encuentro sentada al lado de mi abuela en la busqueda del origen de mi apellido (en tierras patagonicas/argentina) y encuentro a un castán escritor. Pero mas alla de eso,su expresion, sus pausas, sus respiros me hicieron acordar taanto a la gran sabiduría de mi abuelo. A mis 26 años, con esta busqueda que siento en mi interior, comprendo de donde proviene ciertas cosas con las que uno nace.

Me encantaría leer mas de carlos. Ya me apunté un par de libros que detallaron en este blog.

Simplemente quería compartir esto con ustedes.

Saludos desde la ciudad de Trelew-Chubut.

rocio

...mi abuela tb manda bsos.