viernes, 18 de abril de 2014

Casi cien años con García Márquez

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Hace muchos años me encontraba en un restaurante de Barcelona, creo recordar que estaba situado en la calle París, pues ya no existe, y nada más sentarme, el local estaba casi vacío, me di cuenta de que en el extremo opuesto, Carmen Balcells y García Márquez ocupaban una mesa. Un poco después, Carmen me saludó con una leve sonrisa, poco antes me había invitado a su casa a una cena en honor de Luis Goytisolo, y al cabo de un rato, un camarero me entregó un papel doblado de su parte, en el que me preguntaba si yo era Fernando Valls. Volví a mirarla y, claro, le hice un gesto de asentimiento. Ellos dos cuchichearon un rato, me miraron y volvieron a centrarse en su comida. Mi acompañante y yo terminamos de comer, pagamos la cuenta y antes de salir nos despedimos con un saludo discreto. Y no hubo nada más, aunque yo me quedé con las ganas de tomarme al menos un café y hacer un poco de sobremesa con el autor de Cien años de soledad, a quien había admirado tanto desde muy jovencito. Creo que no he vuelto a verlo en persona, ni tuve nunca ocasión de conocerlo, aunque sí haya leído todos sus libros, e incluso como un vulgar groupie o fan he curioseado alrededor de su casa en Cartagena de Indias.
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De todas formas, ninguno de su libros me ha impactado tanto como aquellos que leí antes de Cien años de soledad (1967), me refiero a La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), Los funerales de la mamá grande (1962) o La mala hora (1962), que yo entonces compraba en las dos librerías de Almería con libros literarios: la papelería España y la librería Cajal. Hacia finales de los sesenta, mi madre hizo un viaje a Madrid, yo era todavía estudiante de bachillerato, y le pedí que me trajera como regalo Cien años de soledad, en la ed. de Sudamericana, la única existente en aquel tiempo, con una curiosa cubierta de Vicente Rojo que me llamó mucho la atención. Como también me picó la curiosidad la dedicatoria, dirigida a un tal Jomí, del que mucho después me enteré que era un escritor español exiliado en México, e íntimo amigo del autor.   
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Pero García Márquez fue, antes que nada, un excelente periodista, cuyos artículos y crónicas se siguen leyendo con la frescura de lo recién hecho, no hay nada más que volver a su Relato de un náufrago, que data de 1955, para darse cuenta de que a veces, no siempre como ahora se dice, el periodismo puede formar parte de la mejor literatura. Quizá lo que más llamaba la atención era la habilidad con que abordaba la realidad y su desaforada imaginación, la claridad y concisión de su escritura, los sentimientos y la acerada crítica social, el manejo de la tradición oral y la literatura culta, ya remitiera a Esquilo, ya a Faulkner, Kafka o Virginia Woolf. 
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Después vendría en Nobel en 1982, o libros tan importantes como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985), por recordar los que prefiero, pero toda esta historia ya es archisabida.
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Los que nacimos a mediados de los cincuenta y nos fascinaba la literatura, las obras de García Márquez, junto a las de Borges, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Cortázar y Vargas Llosa, sobre todo, supusieron en aquellos primeros años de lectores, durante los últimos del bachillerato, un descubrimiento deslumbrante, y puedo confesar, de hecho, que gracias a libros como Ficciones, El siglo de las luces, Pedro Páramo, Rayuela, Cien años de soledad o La casa verde me dediqué finalmente a la literatura.    
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* Ambas caricaturas son gentileza de LPO.
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7 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Veo que llegamos a los mismos autores casi a la misma edad, Fernando, -en mi caso de la mano de una prima hermana, que se convertiría en profesora de Literatura y que hoy es Directora General de Secundaria en Uruguay- y eso me arranca una sonrisa cómplice.

Me causaron tanta admiración -sobre todo Borges, García Marquez y aquel Vargas Llosa de «Conversación...»- que sentí que para qué escribir si ya estaban ellos.

Hoy me apena sobremanera la marcha de Don Gabriel, aunque lleváramos tiempo esperándola. Nos quedamos con sus letras y esa es la riqueza que hemos heredado.

Un abrazo,

virgi dijo...

Esa edición la tengo cerca, era de mi hermana y en la contraportada tiene una foto de él recortada de algún periódico.
Recuerdo ese hielo y esos huevos de avestruz como algo insólito, revelador, sorprendente. Una mirada distinta para hipnotizarnos mientras leíamos.
Un abrazo

Lola Sanabria dijo...

Yo pertenezco a esa generación fascinada por el mundo de García Márquez. Abrir uno de sus libros era entrar en otra dimensión, la suya, de la que te hacía partícipe y cómplice desde la primera línea hasta el final.

Gracias, Fernando, por traerlo aquí de esta forma tan cálida y personal.

Abrazos a pares.

Isabel Mercadé dijo...

El primer libro suyo que leí, antes de "Cien años..., fue "Isabel viendo llover en Macondo" que alguien me regaló.
Un grande, grande, grande al que, al parecer, algunos "modernos" no aprecian. Claro que también me he encontrado con modernos de esos que no aprecian a García Lorca. En fin, ellos se lo pierden.
Me ha gustado mucho tu crónica de un encuentro no realizado, Fernando (aunque siempre te lo digo que tus crónicas me parecen estupendas). Gracias!

fus dijo...

Se nos marchò el maestro y nos dejò su obra.

un abrazo

fus

Anónimo dijo...

Querido Fernando:
Qué bella tu necrológica, qué bella sencillamente. Yo crecí con las historias del amado Gabo, y aunque siempre me ha entristecido haber descubierto muy tarde lo mucho que valía como escritor y periodista, lo que cuentas me alegra mucho. Me alegra que gracias a él te hayas dedicado a ésto.
Murió, pero sus libros, y su huella, viven.
Besos, Fernando, y muchas gracias por esta bellísima entrada
Inés Mendoza

Gonzalo Hernández Baptista dijo...

Hola Fernando: como bien sabes, el tal Jomí de la dedicatoria de "Cien años de soledad" es Jomí García Ascot, el director de la única película del exilio español en México, cuyo guion escribió basándose en el libro de su compañera de entonces María Luisa Elío, a quien también dedica Gabriel García Márquez ese monumento literario.
Jomí ganó el Villaurrutia, como recientemente José de la Colina.
Saludos.