viernes, 4 de octubre de 2013

Sobre la 'Obra completa' (1935-1977), de Blas de Otero

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Literatura `en plata´
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Algo no funciona como es debido en el sistema literario español cuando hemos tenido que esperar treinta y cuatro años, los que han transcurrido desde la muerte de Blas de Otero (1916-1979), para que podamos disponer de su Obra completa (1935-1977) (Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, Barcelona, 2013. Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández). El caso es que varios de los libros que escribió no consiguieron una difusión normal, primero por problemas con la censura franquista y después, cuando desapareció, por una cierta desidia. Las mayores aportaciones de este volumen, al cuidado de Sabina de la Cruz y Mario Hernández, quienes han llevado a cabo una encomiable labor, son los tres libros inéditos que incorpora: Poesía e Historia, con poemas sobre China, Rusia y Cuba, Nuevas historias fingidas y verdaderas e Historia (casi) de mi vida, una muy sucinta autobiografía; junto a la inclusión no sólo de Ángel fieramente humano y Pido la paz y la palabra tal y como aparecieron en la primera edición, sino también de la nueva versión de ambos libros que supone Ancia (en la conversación que sostuvo el poeta con Antonio Núñez afirma, en cambio, que Ancia “no es más que una reedición de libros anteriores”, p. 1128); el conjunto de poemas “inéditos y dispersos”, que datan de 1935-1963; las versiones de poetas de otras lenguas (vascos, rusos, búlgaros, suecos y turcos); los denominados materiales complementarios, como las entrevistas, no siempre asequibles, o la historia textual de los libros; y, por último, y muy importante, la concepción global del conjunto de su literatura como obra completa. En cambio, perdemos las sucesivas e importantes antologías que fue componiendo el propio autor a lo largo de los años con el propósito de dar a conocer mejor su obra (Expresión y reunión, 1969; Mientras, 1970; Verso y prosa, 1974; y Poesía con nombres, 1977), imposible de recoger en una edición de este tipo sin repetir una y otra vez gran parte de los poemas.
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El prólogo de Mario Hernández resulta una atinada puesta al día de estudios anteriores; mientras que Sabina de la Cruz recoge y ordena en la biografía del poeta lo que –en esencia- ya sabíamos de manera dispersa, con lo que desaprovechamos la oportunidad de conocer mejor sus estancias en China, Rusia y Cuba a partir de 1960, quizá la etapa más oscura de su existencia, países en los que vivió unos cinco años.

Blas de Otero fue un poeta muy respetado e influyente entre los escritores de su generación, y también entre los poetas del mediosiglo, por autores tan significativos y distintos como Gil de Biedma, Valente, Ángel González y José Agustín Goytisolo. Después, aunque su poesía haya seguido siendo apreciada hasta convertirse en un autor fundamental de la segunda mitad del siglo XX, me parece que no ha sido demasiado considerado por los escritores de las últimas décadas a partir de los novísimos, quizá con la excepción de Vázquez Montalbán y los poetas de la denominada Nueva sentimentalidad, con Luis García Montero a la cabeza. Pero, leyéndola con la perspectiva que ya nos proporciona el paso del tiempo, sin la obra de Blas de Otero no puede concebirse la historia de la lírica española durante los 50, 60 y 70, ni tampoco el papel que desempeñó la literatura en su resistencia contra el régimen franquista. En cambio, hoy cuesta trabajo entender que se mostrara tan benévolo con la dictadura china, rusa y cubana, e incluso tan dependiente de los dictados del PC español, sobre todo tras el estallido del caso Padilla, entre 1968 y 1971, poeta del que fue amigo y en cuya cabeza probablemente escarmentó.

Quizá su mayor aportación sea la conciencia y asunción de una tradición literaria, de una poética, clásica y moderna, española, hispanoamericana y universal, que arranca con la lírica de tipo tradicional, el romancero, fray Luis de León, Góngora, Quevedo, José Martí, Rubén Darío, Antonio Machado, César Vallejo, Neruda, Alberti y Miguel Hernández, sin olvidar a poetas de otras lenguas como Walt Whitman o el turco Nâzim Hikmet. Sorprende, en cambio, el apreció que mostró por la obra de Gabriel y Galán. Su poética, clásica más que romántica, evoluciona del yo dolorido, de su primera poesía existencial, desarraigada, al nosotros solidario que arranca con Pido la paz y la palabra, en su empeño por llegar a la inmensa mayoría, de componer una obra “de acuerdo con el mundo”, una lírica social que él entiende como “exigencia de su tiempo y de su espíritu” (p. 1128) y que prefería llamar “poesía histórica”. De ahí la integración del lenguaje oral (“Poética”: “Escribo/hablando”), así como el tono crítico, satírico, a menudo acompañado del humor, en una poesía culta como la suya, de sencillez aparente, hasta hacerse con una voz propia y diferente de las demás. Mario Hernández habla en el prólogo, no sin razón, de “la invención de una oralidad escrita” (p. 43). En suma, como escribió Valente en Las palabras de la tribu: “entre todos los poetas de su generación, es Otero el que alcanza un perfil más inconfundible”.
 
Vasco, castellano, español, ciudadano del mundo, en estos tiempos nuestros de tribulación la obra de Blas de Otero tiene todavía mucho que decirnos. El que Sabina de la Cruz dedique el volumen al poeta y editor Nicanor Vélez, quien hasta su muerte trabajó en esta edición, es otro motivo más de alegría y emoción. En suma, Blas de Otero apostó por una poesía estéticamente compleja que se ocupara de temas profundamente humanos, por una lírica cuya vigencia no puede dejar de ser perenne. Y en más de una ocasión insistió en que prefería hablar de poemas, más que de poesía.

Su obra sigue pareciéndome relevante, además, porque con ella supo mostrar sus sentimientos sobre presente a través de la ficción, con la conciencia y el deseo de que los interlocutores fueran múltiples; por el dominio de las herramientas del oficio: el metro, el ritmo, el “tono de voz” y las formas estróficas, con el soneto a la cabeza; además de su concepción del libro como tal y de la antología, que nunca resultan una mera acumulación de poemas. En suma, la obra de Blas de Otero sigue emocionándome pues nos conecta con una España que él intentó entender y dilucidar como pocos, y cuya vigencia perdura, para bien y para mal.


* Esta reseña ha aparecido en el número 359 de la revista Quimera, correspondiente a octubre del 2013, pp. 55 y 56.    
 


2 comentarios:

Esther Andradi dijo...

Qué buena noticia querido Fernando, y qué claridad ese artículo donde revelas al poeta que fue y el descuido que le tocó. ¿Misterios de la recepción? Sea como fuere, leer tu blog es un alivio, porque participas con inteligencia y soltura todo aquello que te conmueve. Gracias, y un abrazo desde el otoño berlinés donde se os extraña, a tí y a Gemma, Esther

Fernando Valls dijo...

Gracias, Esther. Esperamos volver pronto a Berlín, en febrero, cuando acabe las clases y el tiempo empiece a mejorar. Saludos.