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Yo renuncio
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Cuenta Kapuściński
que en una tumba de Timur aparece escrita la siguiente frase que se cita en
esta novela, “Dichoso aquel que renunció al
mundo antes de que el mundo renunciara a él”, y vale para resumir su esencia.
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Así, a pesar de tratarse de una
pareja en crisis, Martín convence a Nadia para dejar atrás familia, trabajo,
amigos y dependencias electrónicas varias, con el fin de huir de la ciudad,
retirándose a un pueblo lejano y casi abandonado, donde una organización, de la
que apenas nada sabremos, les proporciona vivienda y la posibilidad de
emprender una vida distinta, más intensa y natural. Ella es pintora y escultora,
y aunque con dudas, prefiere seguirlo a quedarse sola; él es un joven
investigador desencantado a quien su Universidad ni siquiera paga.
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De este modo, se instalan en un innominado
lugar habitado solo por tres personas: dos ancianos, Elena y Damián, y un
individuo de mediana edad, Enrique. La mujer se ocupa de un pequeño huerto,
cuida de sus animales, con los que mantiene una extraña relación, sobre todo con
los cerdos y gallinas; el anciano caza y sueña con encontrar el mar; mientras
que Enrique habita en una casa que hace las funciones de bar y biblioteca, pues
la lectura desempeñará cierto papel en la existencia de los personajes. Cuando el
relato ya está encaminado, otra mujer, Ivana, regresa al pueblo con una niña,
Zhenia, que le ha legado su padre, al no poder ocuparse de ella. Todos
comparten protagonismo con el espacio físico en donde se desenvuelve la escasa
acción que transcurre en el presente, tras la crisis económica, pues se alude
al fraude de Bernard Madoff: un pueblo semi en ruinas, junto a una pradera, en un
entorno de montañas y bosques. Del mundo
urbano, el fondo que aparece en contraste con la vida rural de los personajes, apenas
sabremos nada, solo detalles de la existencia anterior de los protagonistas, quienes
representan las distintas edades del ser humano, de la infancia a la vejez.
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La novela se compone de dos partes,
de 36 y 24 capítulos, respectivamente, que corresponden al invierno y al
verano, para cerrarse con un breve epílogo. La mayoría de estos capítulos son
muy breves, oscilando entre 1 y 14 páginas. Los escasos pero significativos
sucesos que se narran en primera y tercera persona valiéndose a veces del
estilo indirecto libre, transcurren entre esas dos estaciones extremas. Se
trata de una narración coral en la que los personajes toman la voz para
contarnos sus inquietudes presentes o rememorar el pasado. Y podría definirse como
la novela de lo incierto, pues lo poco que acabamos sabiendo no es del todo
seguro (“dicen que…”, “hay mucha leyenda…”, p. 97); en cambio, conforme avanza
la trama las certezas van consolidándose, volviéndose verdaderas y elementales.
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Lo que se cuenta, en suma, es cómo
Damián encara la muerte y transmite su secreta misión; cómo Elena acaba alejándose
de su hija y de los vecinos del pueblo para refugiarse en su entrega a los animales;
o cómo Enrique se convierte en el pegamento de los demás. La esperanza de
supervivencia, sin embargo, llega con el hijo que tendrá la pareja más joven, y
con Zhenia, la niña de casi 10 años, quien no carece de dobleces. Parece ser
que cambiaron de vida para huir de una civilización en decadencia (“primero
llegaron los recortes y luego las restricciones, el paraíso construido por el
hombre siempre tiene un mal morir”, p. 115), aunque en ocasiones sigan barajando
la posibilidad de regresar a la urbe, sobre todo Nadia.
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Uno de los mayores
aciertos de esta novela estriba en haber logrado dar con la estructura y la
lengua literaria idóneas para lo que necesitaba contar; o el cuidado que ha
puesto la autora en el tono, en los diversos registros que maneja, no sin algún
desliz o un comienzo chirriante, valiéndose de una abundante variedad de imágenes,
metáforas, sueños y símbolos, que va diluyéndose en la trama conforme avanza la
historia. Una buena muestra de estos contrastes se encuentra en la escena casi
celiana, tremendista, la muerte de un perro a golpes tras una fiesta, con la
que concluye la primera parte.
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¿Por si se va la luz? Quizá la novela se
titule así porque en el caso de que casi todo se extinguiera, pero la débil
rueda del mundo siguiera girando lentamente, y un pequeño grupo de personas
lograra sobrevivir, tal vez en el campo, es probable que todo pudiera volver a empezar
a partir de aquellas pocas cosas que nos resultan estrictamente imprescindibles,
aunque sean las primeras que olvidamos.
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A cuantos ya conozcan la obra anterior
de Lara Moreno, exigente autora de poemas, cuentos y microrrelatos, estoy
seguro de que no les sorprenderá este brillante debut como novelista que la
convierte en una de las más destacadas escritoras de su generación.
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* La foto de Lara Moreno es obra de Aroa Moreno Durán. Esta reseña ha sido publicada en el suplemento Babelia de El País, el 26 de octubre del 2013.
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2 comentarios:
Vengo de leer una reseña de esta novela pero, mientras aquella no me movía en absoluto, la tuya me lleva a adquirirla sin remedio.
Un saludo,
Interesante salto a la novela. Siempre es bueno conocer autores nuevos que puedan hacernos crecer.
Gracias.
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