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Tiempo de agua
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Tumbado sobre el colchón, oigo el
primer borboteo del agua brotando desde puntos imprecisos en la unión de
ciertas baldosas del suelo. Al inicial respingo (quién puede negar que los
sonidos acuáticos generan siempre un movimiento de nuestras orejas, un átomo de
memoria reptiliana) sucede siempre, al momento, un acomodo inmediato de mis
músculos a la certeza de que nada se puede hacer ya.
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El nivel del agua sube, veloz en su
bisbiseo. Hace flotar mis zapatillas como dos barquitos de tela, llega hasta el
límite del colchón y anega pronto la mesita de noche. Deja naufragando un
libro, mi reloj de cuarzo y la lamparita que se ahoga con una breve fiebre
eléctrica. Asciende el agua con su urgencia incolora hasta mojar mi pijama,
acariciar mi cuello y hacer flotar mis manos y mis pies. Yo no me resisto,
entiendo que no se debe forzar lo que es inevitable, los bailes del azar.
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Mientras floto a ritmo pausado por
la habitación inundada ya en una marea que se amista con el techo, siento la
relajación propia del que no tiene responsabilidad alguna ante la fuerza
irresistible de los fenómenos naturales. Nada puedo hacer, no, nada se me
permite, anulado por este océano. Me dejo llevar por el tibio oleaje que
desplaza como a medusas las sillas, una alfombra o las prendas de ropa que
antes atestaban el perchero.
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Sólo cuando noto el límite de mis
pulmones clamando oxígeno, advierto que no debo, no quiero morir: ahora tengo
que preocuparme por algo más trascendente que cualquier problema cotidiano. Doy
para ello un leve giro de pez (desganado casi, apenas una señal ligeramente
convenida) y el paisaje marítimo de mi dormitorio comienza su rápida retirada
hacia el suelo, recomponiéndose en un caos húmedo lo que antes flotaba
amniótico, sonámbulo, hasta perderse nuevamente los últimos hilos de agua en su
correspondiente resquicio de las baldosas.
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De nuevo sobre la cama, empapado y
a merced de mi voluntad, siento otra vez el peso de las responsabilidades, esos
deberes cotidianos que le hacen a uno temer tanto como desear un naufragio
pequeño, una inundación de juguete.
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Algo irreversible, a fin de
cuentas.
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* Miguel Á. Zapata (Granada, 1974) es escritor, crítico literario y profesor de Geografía e Historia en la Comunidad de Madrid. Ha recibido diversos premios y ha publicado tres libros de cuentos y microrrelatos: Ternuras interrumpidas (fabulario casi naïf), Baúl de prodigios y Revelaciones y magias. Su último libro es Esquina inferior del cuadro (Menoscuarto, 2011). Este microrrelato, inédito, aparecerá en su próximo libro: Voces para un tímpano muerto.
11 comentarios:
Qué gran noticia la de un nuevo libro de M.A.Zapata, de microrrelato quiero decir. Y qué buen título.
En cuanto el micro que nos ocupa me encanta esa inundación que irónicamente, facilita las cosas, como si uno no pudiera luchar contra ciertas cosas y eso hiciera la vida más fácil, más sencilla. Quedar al final "...a merced de mi voluntad" es tan terrible como deseable y necesario. Un sueño disfrazado de pesadilla.
Enhorabuena, Miguel Ángel!
plantilla del blog muy bonito, me gusta mucho.
blogging feliz!
Coincido con Jesus; espléndido el título de ese libro que viene.
Y el texto me parece fascinante. El quiebro de la última frase - cuando uno piensa que lo peor ya pasó - es rotundo, aterrador.
Abrazos.
Me alegro mucho de la próxima publicación del libro de Miguel Ángel. El título también me encanta. Estaremos a la espera. Mientras, le mando un abrazo.
Por motivos que ocuparían demasiado espacio me gusta mucho este microrrelato. Enhorabuena MAZ por ese futuro libro y por este texto lleno de matices u de lecturas profundas.
Miguel Ángel, qué bueno volver a saber de ti. Como dicen en los comentarios, estaremos al tanto para continuar "amistándonos", como esa marea y el techo.
Un abrazote, allá donde estés historiando
Ohh!Me ha encantado este pequeño naufragio.¡Enhorabuena!
Enhorabuena ,Miguel Angel ,por tu nuevo libro! En cuanto al texto: que bien cuentas la tentacion ,tan conocida por mi,de querer flotar y diluirse antes que cargar con el peso de las ineludibles y molestas " responsabilidades atmosfericas".
Ah, qué maravilla, MAZ, un baño fantástico que me trae a la memoria al bueno de Olgoso. Magistral micro, my friend, y enhorabuena por el devenir.
Abrazos a los del barco.
Me sumo a las felicitaciones, Miguel Ángel, por el nuevo libro y por este potente microrrelato. La imagen del cuarto inundado no podré olvidarla en mucho tiempo. Un abrazo.
Qué maravilla los textos breves de Miguel Ángel. Nuestro compañero tiene en la biblioteca del instituto y en la municipal un hueco propio para sus libros, que gustan mucho a los alumnos de Bachillerato, y que utilizamos en talleres de creación literaria junto a otros de Hipólito Navarro, Ana María Shua, Raúl Brasca, Cortázar... Un placer tenerle como compañero y disfrutar sus trabajos. Enhorabuena por este blog que tomamos también como referencia en nuestras actividades docentes.
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