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El caso de Alfons Cervera resulta
peculiar en la historia reciente de la narrativa española, pues sus libros,
hasta donde yo sé, han tenido más aceptación en Francia, tanto del público
lector normal, como del escolar, que en su propio país. E incluso su mejor
estudioso y valedor es un profesor francés, Georges Tyras, quien le ha dedicado
a su obra un estudio excelente. Se trata de un ejemplo semejante al de Rafael
Chirbes, aunque el éxito de éste se haya producido, en cambio, en
Alemania.
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Esta nueva novela de Alfons Cervera (Tantas lágrimas han corrido desde entonces, Montesinos, Barcelona, 2012),
cuyo título proviene de un verso de Edmond Jabès que se recuerda en el epílogo,
trata de la emigración política y económica de ayer y de hoy, del desarraigo, pero
sobre todo de cómo se construyen los recuerdos y se articula la memoria. La
narración repasa algunos de los avatares de la historia de nuestro país, quiénes
fuimos y somos, y por qué no deberíamos olvidarlo.
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La acción trascurre a lo largo de 24
horas, el día del entierro de Teresa, la madre de Alfons, uno de los personajes
aludidos en la novela, cuya muerte había contado el autor en Esas vidas, su anterior libro. Ese día los
personajes se reencuentran en Los Yesares, un pueblo de Valencia, no menos real
que inventado, el cual sufrió dos graves movimientos migratorios a la localidad
francesa de Orange, cercana a Avignon. El primero, político, tras la guerra
civil, y el segundo, económico (para
poder comer, según se repite en el relato), durante los años sesenta, si es que
puede separarse lo político de lo económico.
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Así, la narración se nos presenta como
si los hilos de distintos colores y carretes se hubieran mezclado, entrelazándose,
y el lector tuviera que separarlos y reordenarlos para que de nuevo adquieran
sentido, para poder entender la historia. La acción transcurre, por tanto, a
caballo entre los recuerdos del pasado y el presente, en Los Yesares y Orange; la Agrícola y la casa de la
difunta; el Café des Glaces (puede verse en la cubierta del libro) y la casa
junto al Canal, en Orange, donde habitaba el narrador. Pero Cervera, en cierta
forma, necesita inventarse la historia, la memoria, para desentrañar esa
embrollada madeja que son las vivencias, compuesta por lo que sabemos a ciencia
cierta, aquello que intuimos, y cuanto desconocemos e imaginamos, y todo ello
para darle sentido a la existencia, para alcanzar las verdades verdaderas, como las denominó Juan Marsé.
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El relato se estructura en 47 breves
capítulos y un epílogo compuesto solo por dos citas, que se añaden a las cinco
que aparecen al inicio. Todas ellas apuntan al sentido último del relato. Los
capítulos se caracterizan por su brevedad, los más largos apenas tienen tres
páginas, mientras que el más breve se compone de un par de líneas; concisión exigida
por la manera de contar la historia, pues esa voz que rompe con la concepción
tradicional del tiempo y el espacio, mientras que el narrador se la va cediendo
a otros personajes, resultaría insostenible a lo largo de más páginas, ni tampoco
grata para el lector.
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La novela está narrada en primera
persona por un emigrante español afincado en Francia, cuyos padres se ganaron
la vida en la vendimia y trabajando en las fábricas del lugar. Lo curioso es
que Cervera se valga de un guionista de documentales, y no de un novelista,
para reflexionar sobre la escritura y el relato del pasado. Pero quizá dicha elección
le proporcione una perspectiva distinta y más amplia. No en vano, aunque los
lenguajes que manejen sean distintos, el tratamiento que ambos le dan a la
realidad posee puntos en común y puede resultar complementario. Sea como fuere,
el caso es que en esta novela podría decirse que el autor, ese Alfons que asoma
al fondo del relato en unas pocas ocasiones, se desdobla en un guionista, quien
tras emigrar de niño, se ha quedado en Francia para siempre. Pero ahora lo
encontramos en su pueblo natal, junto a Marie-Pierre, su pareja, mientras va
cediéndole la voz a otros muchos personajes, hasta convertir el relato en una novela
coral en la que a veces se echa mano de un pasado estrictamente particular,
mientras que en otras ocasiones se rememoran vivencias comunes, tales como la
muerte de Teresa, que parece poner en marcha los recuerdos de todos ellos. Así,
conocemos amores y muertes, algunos miedos y sueños frustrados, las
depuraciones de la postguerra, ciertos episodios del maquis, los naturales matrimonios
mixtos, además de la sensación de extrañamiento, de no pertenecer ya a ningún
sitio, que suele tener el emigrante. Pero, sobre todo, adquieren protagonismo los
encuentros en el café de Émile, en Orange, y la presencia de aquella misteriosa
mujer, Antonella, que parece hecha con la materia de los sueños de celuloide, y
a quien solo oímos hablar para defender a Mohamed de la falsa acusación de asesinato
con que lo acosan los gendarmes.
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Una foto que nos recuerda de forma
recurrente, como un leit motiv; las
canciones de una vida; fragmentos de historias; recortes de periódico y cartas son
los materiales con los que el narrador reconstruye un mundo de gentes
sencillas, auténticos protagonistas de la historia, aunque sea la que no suele
aparecer en los libros, para decirnos que los años pasan pero que los fenómenos
sociales se repiten, pues el lugar que un día ocuparon los emigrantes
españoles, griegos o portugueses, lo ocupan hoy árabes y africanos, quienes llevan
a cabo el trabajo que no desean realizar los habitantes de la zona. Todos son,
al fin y a la postre, uno y el mismo, pues reciben semejante maltrato de
quienes deberían acogerlos con respeto. Pero lo que más avergüenza recordar, ya
se hace en la novela, es que Orange, un enclave de emigración, ha acabado
siendo gobernada por la extrema derecha.
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Es probable que todo cuanto relata Alfons
Cervera sea sabido por algunos lectores, aunque muchos más lo ignoren, lo hayan
olvidado, o les dé exactamente igual; por eso –insistía André Gide- determinadas
cosas deben seguir repitiéndose una y otra vez. Me refiero a ideas como que la
guerra civil la perdimos todos, cuando es más cierto que hubo algunos que la
ganaron y le sacaron un gran provecho a la Victoria (pp. 25 y 53).
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Y aunque esta novela esté compuesta con
materiales semejantes a los que durante los años sesenta utilizaba la
denominada literatura social, o comprometida, en esta ocasión el relato
aparece articulado de una manera más compleja, menos tosca, trufada de citas
literarias, sin moralina, pero con las voces y testimonios de los que perdieron
la guerra, la militar y la económica. De modo que, si algo ha entendido bien el
autor, es que el ayer es siempre, y por tanto también es hoy, pues los
desarraigos resultan equivalentes, y como sabemos con mayor claridad que nunca,
la ficción representa el último recurso de la memoria.
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De igual modo aparece perfectamente
diluida en la trama de la novela una sensata reflexión metaliteraria acerca de cómo,
en parte, necesitamos fabular los recuerdos, de la misma forma en que los
personajes seguramente se inventaron a aquella Antonella que escribía cartas al
fondo del Café des Glaces (pp. 47, 95, 117, 129); inventar la verdad. Pero,
además, en un momento u otro de la narración se alude a Faulkner, Onetti,
Trakl, Camus, Manuel Talens y Jean Claude Izzo, en calidad de compañeros de
viaje literario. El autor es consciente de que sus personajes son “testigos de
un tiempo roto en mil pedazos cuya reconstrucción es imposible”, por lo que cree
también que si se escribe es, ante todo, “para remendar los agujeros de un
tiempo hecho con los jirones de otros tiempos” (p. 103). Sea como fuere,
estamos ante una buena novela que aporta dosis de lucidez en estos confusos tiempos
en que nos ha tocado vivir. Pero lo importante, una vez más, es que Alfons
Cervera cumple con aquella clásica idea de Aristóteles según la cual la historia
sin poesía queda inerte, de la misma forma que la poesía sin historia resulta no
menos insulsa.
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* En la foto aparece Alfons Cervera con Georges Tyras, su traductor al francés y probablemente quien mejor conoce su obra.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en la revista El Viejo Topo, (298, noviembre del 2012, pp. 75 y 76), con el título "`La memoria consiste en caminar a ciegas por el tiempo´".
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2 comentarios:
Me ha encantado tu blog vale la pena leerte
un barazo
Hola Fernando,
Después de visitar tu blog durante un par de años sin dejar comentarios, vuelvo a hacerlo para comentarte algo sobre la novela de Alfons Cervera.
Me interesa especialmente esta novela, pues yo también soy un emigrante español, joven y reciente, al país galo. Curiosamente, vivo más o menos cerca de Orange, y allá por donde voy encuentro restos muy interesantes de la emigración española en Francia, tan olvidada por nuestra literatura. Intentaré hacerme con la novela por aquí. Muchas gracias por la recomendación.
Un saludo cordial,
Gonzalo
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