En el afán de poner orden que han traído los nuevos gobernantes en Barcelona y Cataluña parece que les ha tocado el turno a los metros y trenes de cercanías que siempre han sido un coladero... Hasta ahora, a ratos, solía haber vigilantes en la entrada, armados con un perro de aspecto fiero, aunque todos debían de estar ciegos pues la gente solía colarse delante de sus narices y no decían ni mu. Hace unos años, andaba una tarde acompañado por una chica que trabajaba conmigo cuando entramos en el metro. Yo pagué mi billete y ella se coló, pero con tan mala suerte que la pillaron. Pensé yo entonces en que mi acompañante, convertida hoy en autora de éxito mediático, si bien de novelas mediocres, iba a disculparse, mostrarse amable al menos con el vigilante para intentar que no la multaran. Craso error, el mío. No sólo se encaró con el individuo, y con el perro, sino que les soltó tal bronca que estuvo en un tris de condenar al desdichado individuo a galeras y de mandar al perro a la perrera, por siempre jamás. Ante semejante escena sentí bochorno y únicamente se me ocurrió decirle que la próxima vez que cogiéramos el tren y no pensara pagar, que me avisara, que yo la invitaba con mucho gusto.
......
Hace un par de días me subí al tren de cercanías, camino de Bellaterra, para ir a la Universidad, y ante mi sorpresa, aparecieron en el tren unos revisores. Si hubiera llegado un ángel, o la mismísima Charlize Teron, me hubiera extrañado menos. Creo que hacía como veinte años que no los veía y eso que cojo ese tren dos veces por semana, ida y vuelta. El caso es que una estudiante universitaria llevaba billete pero, al parecer, no lo había validado. El revisor, demasiado amable para mi gusto, le dijo que se bajara y que marcara el billete. ¿Sabéís lo que le respondió la moza? Que se bajara él y se lo picara, porque de lo contrario, perdería el tren. ¿Qué pasó después? El revisor, ¡albricias!, se olvidó del buenismo tontorrón y no le hizo caso, la joven salíó enfurruñada a legalizar su billete y, claro, perdió el tren. Cosa que, lo reconozco, me alegró. Me sentí, modestamente, como cuando el protagonista de los Soprano chuleaba a alguno de esos horteras que llevan la gorra con la visera en el cogote, mientras iba pensando en ese extraordinario dicho aragonés: "¡matala sería poco!".
7 comentarios:
Yo también he observado estupefacta que quien menos vergüenza tiene, quien menos razón tiene... responde con más chulería. Es una estrategia de los que tienen mucha cara, ¡y a veces les funciona!
Me gusta leer estas reflexiones de la vida cotidiana. Gracias.
La gran suerte que tienen todos los "carotas" es que en una proporción muy grande dan con gente educada, que siente vergüenza ajena ante sus actitudes. Por eso, en cuanto se les deja en evidencia, se encienden y hacen frente llenos de razón.
Comparto tus sensaciones. Acciones así a mí me dan mucha vergüenza ajena, y me es complicado entender esas reacciones chulescas. Y la frase de los Soprano no podría ser más adecuada...
Un abrazo.
Fernando, nos hemos acostumbrado a la pillearía y cuando nos despiertan de esa realidad ficticia pues hay gente que no lo entiende. ¿Por qué yo? Las normas están para cumplirlas y los servicios para pagarlos, por lo tanto, el que estafa no lo hace a la cía en concreto sino a todos en general.
Me ha gustado mucho el artículo.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho lo de éxito mediático y novelas mediocres.
El tren, el autobús, las colas, los atascos, etc.
Cuánto listo hay por la vida, vamos que va de listo, y como dices encima se encaran si les llamas la atención, por lo que generalmente no les llamo la atención, pero eso sí, si las miradas mataran (es un decir) quedarían muy pocos.
Saludos
Ja, ja, me encanta la historia de tu colaboradora! no sé por qué, pero a mí me da que es de mi tierra!
Pues, sí, Belén, es paisana tuya. Besos.
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