martes, 20 de septiembre de 2011

El Heidelberg de María Castro, 1

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¿CONOCES LA TIERRA EN LA QUE FLORECE EL LIMONERO?

                                 Si dais en contemplar las cosas de la vida
                                                            Fijaos siempre en todo, en el haz y el envés
                                                                      Epirrhema, J.W. Goethe

Heidelberg es una ciudad del color del almagre que se refleja imperturbable sobre el caudaloso Neckar que la atraviesa. Como si observásemos un boceto en sanguina realizado por algún romántico Wanderer (caminante) que hubiera paseado por esas tierras en una insaciable búsqueda de lo sublime, la ciudad emerge indestructible incluso en sus ruinas, rodeada de una naturaleza poderosa cuyo frondoso verde parece estar allí sólo para engrandecerla. Libre de los terribles bombardeos de los aliados que asolaron el resto del país, pero no ajena al dolor, el sufrimiento, la locura y la injusticia que durante años se apoderaron de él, es una ciudad que encarna como pocas la contradictoria historia de Alemania, en la que ni la cultura ni la barbarie parecieron tener límites. Sede de la primera gran universidad alemana, la impresionante lista de los premios Nobel que estudiaron y enseñaron allí, y que encontramos en la escalera que conduce hasta la solemne Aula Magna, se enfrenta ahora a otra larga placa en la que figuran los nombres de todos aquellos a los que el nazismo marginó y destruyó. No puede uno sino estremecerse cuando ve aparecer el nombre de Goebbels, el ministro nazi de propaganda, entre los alumnos doctorados del mismo centro por el que pasearon Arendt, Weber, Habermas y Gadamer, entre otros grandes. Pero Alemania no se esconde, muestra su pasado con una desnudez que resulta un tanto perturbadora mientras entona una y otra vez el mea culpa. No sólo se puede escribir después de Auschwitz, sino que hay que hacerlo y siempre con su presencia, exige Grass. Las fotos de Goebbels leyendo su tesis se exhiben sin ocultarse como parte de la historia de la universidad, porque, al fin y al cabo, todo eso es Alemania… 
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Vista de la ciudad de Heidelberg desde el paseo de los filósofos
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En la cercana Worms citó el emperador a Lutero para que se retractase de sus palabras -la ciudad de los Nibelungos en cuyas gestas cantadas germinaría, siglos después, el mito ario, origen de tantos males-, respondió el monje que su conciencia no le permitía hablar de otra manera. Acontecimiento que los alemanes celebran con orgullo patrio dedicando placas, plazas y monumentos a aquel hombre. Puede decirse que es allí donde comienza la historia moderna no sólo de este país, sino de casi toda Europa que, durante siglos, quedó traspasada por las guerras de religión en las que generaciones de hombres y mujeres vertieron su sangre. Dos formas de entender el mundo, dos formas de ser, analizó mucho después Weber. Un viaje de tan sólo tres cuartos de hora en tren une ambas ciudades, además del agua de dos ríos, la del Neckar y la del Rhin, en el que desemboca el primero en la vecina ciudad de Manheim, para continuar desde allí unidos hasta Worms, como una espina dorsal, un hilo rojo que señala poco a poco el camino de este pueblo, la historia de Europa: Francia a un lado, con un Estado poderoso asentado en el concepto de civilización; Alemania, en la otra orilla, y la cultura como emblema, como vínculo de un país desmembrado que tanto tardó en unificarse. Y dónde se ocultó esa conciencia, podríamos preguntarnos.
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Vistas de la ciudad desde el castillo
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Hier wohnte Leontine Goldschmidt, leo en la pequeña placa de la Gaisberg Strasse por la que cada mañana pasamos en el recorrido que nos lleva desde nuestro apartamento hasta el centro de la ciudad, geb. Von Portheim. JG. 1863. Vor Deportation Flucht in den Tod. 25.8. 1942 (Aquí vivió Leontine Goldschmidt, nacida Von Portheim, en 1863. Antes de la deportación, huída hacia la muerte el 25 de agosto de 1942). Cruel eufemismo esa huída, aplicación de lo que en España se llamaba la ley de fugas. La mujer a sus 79 años tuvo que huir hacia la muerte. Mujer cosmopolita, cultivada, junto con su marido utilizó su fortuna para promover la cultura en la ciudad, he investigado después en internet. Murió en manos de sus compatriotas, ajenos ya a ella. Cada placa una historia, cada historia unas posibilidades cercenadas, futuros truncados.  Y cada mañana, ella se cruza en nuestro camino hacia el centro de la ciudad, hacia su universidad, hacia su río, hacia sus paseos.
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Placa de Leontine
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Una mujer de San Sebastián que ha acudido hasta allí para visitar a su hijo, estudiante Erasmus, me dice que el alemán es un idioma mucho más duro que el euskera, lo asegura tajante, mucho más áspero, remata sin asomo de duda. Y me viene a la cabeza una hermosa canción mientras la mujer sigue hablando sin sospechar que me alejé de ella: "Im wunderschönen Monat Mai…" (en el maravilloso mes de mayo…) ¿puede haber algo más poético que esa música de Schumann que se expresa en alemán? ¿Más suave y conmovedor? ¿Más humano y grande al mismo tiempo? Nos movemos por prejuicios, los japoneses son cuadriculados, masculla el responsable del negocio de alquiler de bicicletas, dando rienda suelta a su enfado mientras nosotros no nos atrevemos ni a mirarnos. Una turista norteamericana, de origen oriental, lo ha sacado de sus casillas y el discurso sobre la manera de ser nipona ha enfurecido al hombre que ahora explica con gestos bruscos cómo ese pueblo lejano es incapaz de improvisar y que es ese el motivo, y no otro, de que no hayan sido capaces de resolver de forma más eficaz el incidente de Fukuyima. No como nosotros, los alemanes, continúa, que somos flexibles, nos adaptamos, improvisamos. Salimos por fin del negocio de alquileres con nuestras bicis, ese medio de transporte que domina las calles alemanas, incluso estas montañosas de Heidelberg, e iniciamos un largo recorrido por la orilla del Neckar que nos lleva hasta el hermoso pueblo cercano de Ladenburg, lugar que podría ser el escenario de uno de esos cuentos que los hermanos Grimm recopilaron pacientemente. Por el camino, grandes praderas que los alemanes aprovechan sin tapujos, parques inimaginables en España en los que los niños, con una libertad primigenia cercana al salvajismo, pueden jugar con el agua, saltar y correr descalzos por areneros, subir a todo tipo de columpios y fuertes sin miedo a que algún adulto irresponsable haya dejado caer allí una botella, una chapa, una aguja que los dañe. Mis hijos corren rodeados de cabezas rubias, pelirrojas y negras, se escuchan llamadas, exclamaciones, órdenes y canciones en varios idiomas y en distintas variantes y los niños, misteriosamente, se entienden. No anidan los prejuicios todavía en ellos.
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Los parques de agua y los hijos de la autora jugando
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* María Castro nos cuenta de sí misma lo siguiente: "nací en Madrid en 1969, ciudad en la que vivo y trabajo".
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9 comentarios:

Freia dijo...

Fantástica idea la de subir a bordo de esta nave relatos de viajes ajenos. Y excelente texto, sereno, abierto y reflexivo como su autora.
Un buen tándem, sí señor.

Abrazos a repartir entre anfitrión y autora. Espero los próximos capítulos.

Francesc Cornadó dijo...

Magnífico texto. Gracias.
Me permito este cementero de Worms:

En el cementerio judío de Worms
se conservan tumbas del siglo XI
que prudentes se adaptan al paisaje.

Desde lo alto del sicomoro contemplo el literario
flujo que se extiende del verbo a la mampostería
seca del muro altísimo y recuerdo a los hermanos.

A la sombra del palacio se han enredado las palabras
de la confusión y con cimientos de envidia
poco a poco se levantó una Babel sangrienta.

Las chispas de la noche, entre las sombras invisibles, descubren la dimensión de la oscuridad.

salud
Francesc Cornadó

Ernesto Calabuig dijo...

Enhorabuena, María por el texto. Tu ciudad no sólo es una ciudad descrita, sino también una "ciudad sentida", por utilizar el título de Manuel Longares. Gracias por tu convicción de que las ciudades no son sólo lo que hoy son, sino que contienen, como transparencias superpuestas, ineludibles, todo lo que fueron, lo bueno y lo malo, lo grandioso y lo terrible.

Sergio Astorga dijo...

Coincido con la Condesa.
Una plácida locura por la nave he tenido.
Espero el dos gracias al uno.

Abrazos a estribor.
Sergio Astorga

Gemma dijo...

A mí, como a Freia, también me ha gustado mucho contemplar Heildelberg a través de tus palabras, ver cómo sigues la senda trazada por Leontine Goldschmidt, a cuya labor cultural y vital rindes homenaje, como un modo de hacer frente a la herencia del horror de la época nazi, por medio de la recuperación de otros legados admirables. En efecto, resulta un misterio que Alemania llegase a albergar tan altas cotas de cultura y de ferocidad a un tiempo; aunque quiero pensar en que esa actitud por la que "Alemania no se esconde, muestra su pasado con una desnudez que resulta un tanto perturbadora mientras entona una y otra vez el mea culpa" es la respuesta que necesita para no repetir ciertos horrores.
Por lo demás, consuela saber que el futuro es de los niños siempre y de gentes esperanzadas como la autora que escribe esta crónica. Besos

Ana Garrido dijo...

Enhorabuena por el relato, las fotos y el viaje. Compartimos el paisaje aunque no hayamos ido aun.
un beso

Sergio dijo...

Worms era una ciudad muy conocida en el medioevo y su catedral con carácteres romanicos recuerda su pasado, ademas es un lugar citado en el anillo de los Nibelungos con Sigfrido, Brunhilde :
http://es.wikipedia.org/wiki/El_anillo_del_nibelungo

Si bien Heidelberg no fue destruida en la 2da Guerra mundial, fue practicamente aniquilada en la guerra con los Franceses en 1689 (Luis XIV)

María dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios y vuestra lectura, y a Fernando por darme un espacio.

Paz, me acordé mucho de ti en Worms. Me gustaría estar a la altura de lo que tú ves en mí.

Francesc, me ha gustado tu manera de narrar Worms, gracias por compartirla.

Calabuig, sentida también por los que vienen conmigo, y gracias a ellos.

Sergio, no nos conocemos pero en varias ocasiones me he detenido en tu rastro. Me gusta la suavidad de tus palabras y de tus imágenes.

Gemma, te has fijado en una frase a la que le di muchas vueltas. Intenté resumir una idea un poco complicada. Se trata de la diferencia entre vergüenza y culpa, por eso hablo de "desnudez perturbadora" -para el que lo presencia- mientras que ellos entonan el mea culpa (unas lecturas y el viaje me encaminaron). Tú eres ya medio alemana, no sé cómo lo ves. Lo que está claro es que Alemania no deja indiferente.

Ana, el paisaje y el sentimiento, el romanticismo alemán viaja con nosotras.

Un abrazo

Rubén Muñoz Martínez dijo...

¡Gran texto! Conozoco Heidelberg y visitarla supone algo así como viajar en el tiempo y comenzar a amar a Alemania.

Saludos.