martes, 9 de agosto de 2011

Viajar es un placer sensual... ¿o era fumar?, por José Luis Puntas

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Buscando, más que en las profundidades, en los escondrijos donde yo la había guardado, de mi memoria reciente, podríamos decir que el viaje de este verano fue planeado sin preámbulos, bajo la presión de una serie de clicks necesarios e interrogantes, de una página web de reservas de vuelos, online, por supuesto. Esto comprenderán que viene a ser una entonación de cántico de culpabilidad ante un mal planteamiento. Así que ni corto ni perezoso, en escasos quince minutos tenía un plan de vuelo para toda la familia, al parecer muy ventajoso económicamente, ya que comparado con por ejemplo el día anterior o el posterior, lo que valía cien, pasaba por arte de magia a valer trescientos. Todo esto multiplicado por cuatro que somos de familia, pues tras introducir cuidadosamente las fechas de nacimiento y creo que hasta la fecha de caducidad del carnet de identidad, igual daba a efectos de precio que tuvieses trece años como cuarenta y siete. Un sudor frío recorrió mi frente, cuando finalizó tan delicada operación con el último click, aceptando haber leído un pequeño manual de casi treinta páginas con las condiciones particulares del servicio, en donde prácticamente se renunciaba a todo derecho por la simple razón de que si no lo quieres, hay otro que está esperando. Así que me vi, entre contento y apesadumbrado, que es lo mismo que decir: ¿pero qué he hecho?, con vuelos Sevilla-Roma, Roma-Bérgamo, Bérgamo-Londres y Londres-Sevilla.
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He arrancado muy pronto asumiendo todas las culpas, pero debería contar para que todo sea real, que ante mi nulo interés por salir de España, mi mujer venía apostando fuertemente por ir a Roma, y mis hijas también fuertemente, por ir a Londres. Yo para colmo metí una escapada a Venecia, acorde con el lema “pues ya que estábamos allí”, que viene a ser lo mismo que cuando a la ensalada de siempre, le echas orégano para el toque final, ya que al coger el vinagre has descubierto el bote de atrás de orégano que está a punto de caducar. O sea, que aunque no hubiese un planteamiento claro, sí había unas necesidades aparentes que cubrir.
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Aunque yo ya había estado en Roma un par de veces por motivos de trabajo, me gustó bastante. Era el primer destino, y se cogió con ganas. Un hotel céntrico, y venga a andar para aquí y allá, y otra vez para allá y para aquí. ¡Qué gran riqueza artística! Cualquier Iglesia, que por fuera parecía de lo más anodino, era digna de un estudio de postgrado o máster en Arte. Pinturas, frescos, esculturas, arquitectura, forjas, etc., e imposible de abarcar en un mínimo conocimiento, puesto que te quedan otras diez o las que quieras por visitar; y mañana el atiborrado museo Vaticano, y San Pedro, y la Capilla Sixtina, y la Roma antigua, capital del imperio, y todo lo que no vimos.
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Como no sólo de pan vive el hombre, y como la contemplación no alimenta, había que desayunar, comer y cenar. El primer día, muy contentos, pizzas y pasta. El segundo también, esta vez, fue pasta y pizza, para variar algo. Ya el tercero no había ninguna ilusión ni por las pizzas ni por la pasta. La otra comida que había eran hamburguesas. La bebida por las nubes, pero de las nubes altas, estratocúmulos o más.
Me sorprendió la cantidad de coches de tipo lujo “oficiales” que vi, BMW’s y Audi’s. La desenvoltura en el gasto del dinero público me parece una lacra de esta sociedad moderna, bastante extendida. En cambio, el romano sufridor y pagador, se mueve bastante en scooter.

No sé a quién se le ocurriría coger un vuelo a las siete de la mañana. ¿Cómo caí en la trampa? Como teníamos que facturar, y que si colas y que si peso de maletas y dimensiones, y horarios de apertura y cierre, al final debíamos estar casi dos horas antes en el aeropuerto, esto es, a las cinco de la mañana, y tirando para atrás, debíamos levantarnos a las cuatro en el hotel. ¡Sin comentarios!
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Eso sí, en un aeropuerto cercano a Bérgamo, tempranito. Para no perder los dos días entre autobuses y trenes, alquilamos un coche y nos fuimos para Venecia. Hotel bien situado junto a la estación de Mestre. Cercanías y ferry y nos plantamos en la plaza San Marcos de Venecia. Esta misma idea la habían tenido, el mismo día y a la misma hora, unas cuatro o cinco mil personas. ¿Cómo estaba la plaza? “¡Abarrotá!”. Los mayores ya habíamos estado, pero las niñas no la conocían. Lo pintoresco del lugar creo que merecía la pena. No creo que viésemos a ningún veneciano, todos éramos o turistas, o vendedores variados a turistas. Alguna ropa tendida en las calles hacía suponer que allí vivía gente normal. Es posible.
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¿A que no sabéis qué había allí para comer?, pues sí, eso. Más de eso.
¿Dos veces torpe?, y tres y cuatro. El siguiente vuelo nos dejó en Londres, vamos, en el aeropuerto de Stansted, sobre la una de la madrugada de allí, tras un pequeño retraso. No era hora para buscar muchas combinaciones con toda la tropa y las maletas. Un somnoliento taxista nos dejó en el hotel una hora después. Buena situación del hotel, céntrico. Problemas, los que ya se suponían, más el pequeño detalle, que había pasado desapercibido para nuestro amigo de la agencia de viajes, de que el hotel estaba en obras. Pero no una obra de esas en la que cierras aquella ala y los clientes permanecen en esta otra, no. Junto al cabecero de tu cama estaban los andamios por donde tenían que desarrollar su tarea de reacondicionamiento, que bien que le hacía falta al hotelito de “cuatro estrellas”. Todo muy british, un poco cutre, y “espesito”.
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El tiempo en julio, pues invernal, lo normal, ¿no? Con dos sudaderas casi todo el tiempo. Eso sí, había gente que iba en manga corta, y también había gente que iba con abrigo. La lluvia al menos nos respetó. ¿Y qué se come en Londres? Pues también va a ser que sí. Increíble.
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De nuestra mediana afición náutica, tenemos un amigo de pantalán que es inglés, y vive sólo en su barco en Rota. Cuando hace un mal día en Rota, de viento o algo de frío y lluvia, tanto mi mujer como yo al hablar con él (por supuesto en inglés, no tiene ni idea de español) nos preocupamos por su estado, allí solo, con ese frío, en fin, que el hombre no nos deja ni acabar la frase y nos dice: “yo estoy aquí encantado”. Con su paga en libras, le encanta el tapeo, la cerveza (¿a un euro?), y el clima, ¿quién ha dicho que esto sea mal tiempo?, bueno, que no lo echan de allí ni con agua caliente, como a todos los que están en la costa del sol, y por ahí. Todo más que entendible.
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¿Qué decir de Londres? Pues que está bien, nada que ver con Roma ni con Venecia, ciudades mucho más monumentales. A las niñas les encantó. La mayoría de edificios dignos de ver son de épocas similares, como mucho, de doscientos y pico años atrás. Los transportes públicos funcionan estupendamente, aunque sean algo caros. Fuimos al musical de Shrek. Un montaje impresionante.
Y, por fin, llegó el día de la vuelta, volamos a Sevilla tras dejar las últimas libras en el restaurante del aeropuerto. ¿A que no sabéis qué comimos?.... Listos.
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* José Luis Puntas (Ribera del Fresno, Badajoz, 1963) es ingeniero industrial, especializado en mecánica. Ha estudiado en los talleres de escritura creativa de Soledad Galán, en Sevilla, y ha escrito tanto relatos breves o brevísimos como poesía.
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** P.S. Durante el mes de agosto, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.  
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5 comentarios:

Julia U dijo...

Me gusta el tema y el estilo. Es muy difícil no leerlo sin una sonrisa de agrado.Cuando se lee, se respira bien.

Pau Llanes dijo...

Hoy casi todo el mundo viaja en vacaciones, es turista. Y aunque muchos crean que la interrupción o suspensión durante unos días al año de las prohibiciones y demás convencionalismos sociales son una especie de conquista de tiempo de ocio, de tregua en la que afloran las pulsiones más profundas de libertad individual, los sueños y deseos más íntimos, las necesidades de conocerse y explorarse, en realidad para la inmensa mayoría (lo que empalagosamente se denomina “turismo social”) el tiempo de vacaciones es un tiempo de alienación y banalidad fuertemente mediatizado por el “negocio del ocio”. Qué paradoja: un tiempo de simulación generalizada (de tópicos establecidos), un carnaval patéticamente ridículo de disfraces “prêt-à-porter” y hábitos soeces pretendidamente inconformistas, un gigantesco autoservicio de fast-food cultural universal, de monumentos y paisajes clónicos al por mayor…

Quizás esta indiferenciada alienación del viaje de vacaciones que llamamos turismo social tiene que ver con su duración y standarización en unas fechas determinadas del calendario laboral y festivo. El viaje de vacaciones y turismo tiene fechas límite, temporadas idóneas, billete de vuelta… Viajar por viajar es otra cosa, requiere libertad de movimientos y tiempos más largos, indeterminadas duraciones o casi, recorridos en vez de itinerarios, literatura de viajes en vez de guías de turismo, dejar hacer al azar en vez de confiar en las previsiones metereológicas y la planificación —“Para viajar es mejor no elegir; el azar hace bien las cosas.” (Paul Morand)…

Viajar se hace en solitario, o acompañado por alguien que te importe y en quien confías. Los viajeros que emprenden un viaje en común son a su vez viajeros solitarios que comparten su soledad por un tiempo o toda la vida con almas gemelas —que aspiran a encontrarse y fundirse, siamesas, por fin en un punto verosímil allá donde las líneas paralelas confluyen más lejos del horizonte… ¿O no?

Saludos, desde el otro lado, bajo el volcán…

Pau Llanes

Susana Camps dijo...

Me lo he pasado fenomenal leyendo este relato de la era del clic. Tiene un desparpajo inigualable, es casi oral y su sentido del humor es una joya. Muy saludable.
Abrazos veraniegos.

Beatriz AA dijo...

El viaje que cuentas es de los que se me pasa por la imaginación a menudo (lugares conocidos y queridos) pero luego me doy cuenta de que se reducen a disfrutar de breves momentos de placer entre largos trámites para moverse, comer, dormir... (y cruzando los dedos para que todo salga medianamente aceptable).

Entonces me freno.

Aunque no siempre, y ocurre parecido a lo que cuentas, muy bien contado, por cierto.

Seguiremos insistiendo y tropezando. Es lo que hay.
Saludos
Beatriz

Guerrero JLP dijo...

Cuando se lee, se respira bien. Sólo por esto ya valió la pena. Gracias Julia.
Muy buena reflexión Pau, me ha gustado mucho el término de fast-food cultural y el de monumentos y paisajes clónicos, aunque creo que casi como todo, esto se aprende a fuerza de caer, y no en cabeza ajena.
Susana, es un placer tu comentario, muchas gracias.
Beatriz, me alegra que te pase algo parecido, demasiadas fotos idílicas de paisajes y monumentos que siempre he pensado que salen mejor comprándolas en los puestos de postales, y muy pocas reflexiones sobre el resto de las horas del viaje, no sé tú, pero todos mis amigos cuando le preguntas, se lo han pasado genial y aquello era precioso. Gracias por tu comentario.
Y gracias a Fernando por su hospitalidad y permitirme subir a su nave, me ha hecho más ilusión de lo que pensaba.
Saludos, J. Luis Puntas