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No soy el más indicado para glosar los encantos de una urbe tan deslumbrante como París. En esa faceta deportiva inevitable que tienen los viajes turísticos, yo quedaría eliminado a las primeras de cambio. Lo compruebo cuando hablo con alguien que ha hecho el mismo viaje, y descubre de inmediato que yo no he visitado aquel monumento archiconocido, que no he comido en aquel famoso restaurante, que no he paseado por aquel enclave imprescindible o no he comprado en aquellos grandes almacenes, etc. Y, sólo por educación, se abstiene de preguntarme: entonces, ¿a qué demonios has ido?
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Según se mire, el poco interés que dispenso a las visitas tradicionales tiene su encanto. Pero me da cierto rubor confesar que, de paso por Atenas, renuncié a visitar el Partenón y preferí perderme en un mercado de carne cercano a Monastiraki, donde la higiene brillaba por su ausencia. Ya sé que ese cambio suena a herejía. Pero el reclamo de los carniceros con mirada intimidatoria, que pregonaban su mercancía cuchillo en mano, saliendo incluso del mostrador cuando veían dudar a los clientes, me pareció más instructivo que hacer cola para recibir una admirable lección de historia.
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O sea, que la mirada que puedo ofrecer sobre la ciudad luz es bastante cuestionable, incluso tendenciosa. Y no digamos impertinente. Porque la diferencia entre un fotógrafo y un turista es que el primero sabe hacerse invisible, o cuando menos soportable. Pero los turistas como yo, apostados por igual en los lugares comunes y en los rincones exóticos, repitiendo la misma foto varias veces porque no hay manera de que salga bien, acaban siendo impertinentes.
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Otra cosa es que el azar, o el objeto que se pretende retratar, disimule la beligerancia del cazador de instantes. Una de las fotos que muestro es sobre la fachada de un edificio de oficinas, que podía contemplar desde mi estudio alquilado. Debo explicar que la foto fue obtenida a una hora avanzada del atardecer, cuando la luz se me antojó más sugestiva. Pero esa es la imagen y nada más. El instante oportuno habría sido pillar al inquilino de una de las ventanas, que aparece a oscuras porque ya había concluido su jornada laboral. Lo poco que vi de él me transmitió una sensación tan cercana y entrañable, que hubiera querido guardarla en mi retina.
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En cambio, sí que hubo beligerancia el último día de mi estancia en la ciudad, cuando rondaba por enésima vez las encopetadas tiendas que rodean la Place Vendóme. Buscaba un escaparate en el que hubiera movimiento, porque hasta entonces tenía varios encuadres de maniquíes, y el trabajo de las dependientas cambiando el muestrario suele dar mucho juego. Buscaba una escena sin saber si me atrevería con ella, ya que una cosa es tomar una foto y otra muy distinta robarla. Pero el caso es que yo husmeaba algo concreto y llevaba, por así decirlo, el dedo en el gatillo de mi cámara. Fue entonces cuando vi el aparador que se hallaba unos metros por delante. Antes de preguntarme si sería capaz de detenerme, vi al individuo que caminaba delante de mí y supe que no necesitaba acercarme más: su mirada furtiva sobre unas piernas femeninas justificaba de sobras la foto que tomé a bocajarro.
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Naturalmente, París, además de ser una fiesta, es mucho más que un escaparate. Estoy seguro de que la vista desde la torre Eiffel ha de ser impresionante. Tampoco discuto a quienes piensan que el Louvre merece más de una visita. No me considero un buen interlocutor a la hora de captar todo lo que una gran ciudad tiene que transmitirme. Pero me siento afortunado cuando creo arrebatar la belleza de un instante. Aunque sea sin permiso. Aunque, a diferencia de aquel bribón que sólo la disfrutó unos segundos, yo pueda demorarme en ella cuanto me apetezca.
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* Las fotos son también de Pedro Herrero.
* P.S. Durante el mes de agosto, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.
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6 comentarios:
Las fotos me parecen muy originales: son hermosas, están vivas, y además muestran "otro" París, no el archiconocido.
Y el texto que las acompaña tiene una ironía que me hace sonreír.
¡Gracias por compartir tu viaje, Pedro!
A mí me parece que te ocurre con París lo que a nosotros con Berlín: que lo visitas a tu antojo al tratarse de una ciudad conocida por ti de antemano, y la recorres "sin rumbo fijo" y según te vaya apeteciendo. Desde luego, una buena forma de conocer cualquier ciudad.
En relación con tu crónica viajera, me ha gustado sobre todo descubrir cuánto hay en ella de personal. Y, claro, las fotos...
Un abrazo
El mago del punto de vista ha hecho su aparición una vez más en este precioso texto, hilado sobre la experiencia fotográfica, que no es otra cosa, que hacer juegos malabares con el punto de vista. Gracias por hilarlo tan bien, tan sugerente y añadir otra visión nueva ese Paris de las mil caras
París bien vale una foto, Nuria. Muchas gracias por tu comentario y por esa sonrisa que he logrado convocar en tu semblante.
Gemma, visitar a mi antojo una ciudad es algo que no puedo permitirme viajando con mi hija, que se pirra por las tiendas de moda, y con mi mujer, que se pasaría horas recorriendo las paradas de productos frescos en los mercados de abastos. Menos mal que mi hijo ha heredado mi carácter y sabe sacar partido de las circunstancias. Berlín es una de mis asignaturas pendientes. El día menos pensado os pido a ti y a Fernando orientación al respecto. Muchas gracias por darme tu opinión.
Emilia, dudo mucho de mis capacidades de mago. Aunque tu apoyo incondicional siempre me hace sentir como si lo fuera. Celebro que mi heterodoxa visión parisina conecte con tu sensibilidad. Un abrazo.
Creo que me gusta más el tipo de turismo que tú practicas Pedro.
Y ese gusto por percibir ycapatar en las fotografías lo único, lo diferente en cada momento me parece la mejor manera de pasear por una ciudad desconocida.
Me gustan todas las fotos y creo que de cada una saldría un microrrelato:
Verbigratia
"El instante oportuno habría sido pillar al inquilino de una de las ventanas, que aparece a oscuras porque ya había concluido su jornada laboral. Lo poco que vi de él me transmitió una sensación tan cercana y entrañable, que hubiera querido guardarla en mi retina..."
Una buena crónica
Saludos a reportero y Capitán
Saludos a ti, Rosana. Creo que el microrrelato y la fotografía de instantes se entienden entre sí cuando comparten el culto a la fugacidad. Quizás la diferencia es que aquella idea que captas y te mueve a escribir una historia puedes trabajarla con calma, una vez fijada en el texto. En cambio la imagen se va y no regresa. El inquilino de aquella ventana llevaba camisa de mangas largas con gemelos (usé el zoom de mi cámara para salir de dudas). Todo un símbolo de poder y de prestigio. Cada mañana, antes de salir de mi apartamento, lo veia degustar con calma lo que parecía ser una taza de café mientras conectaba su ordenador. Me queda el recuerdo de su ausencia en esa foto.
Mil gracias por tu opinión, y un abrazo desde Barcelona.
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