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Pasamos agosto en tierras de frontera, entre Northumberland y los Scottish Borders. Northumberland, en la costa del mar del Norte, es un lugar tranquilo de extensas playas vírgenes y páramos cubiertos de brezo, ahora morado. Turismo interior de familias con niños y tercera edad. Basta, sin embargo, con cruzar a los Scottish Borders para toparse con catalanes que, por una insondable afinidad electiva, regresan de los Highlands. Los Borders son, de todos modos, lugar poco turístico. Son tierras de Walter Scott, quien había nacido allí y además fue Sheriff-Depute por Selkirkshire. Ahora, sus antaño revolucionarios best sellers, han sido eclipsados por el culto a Dan Brown. Visítese, simplemente, al sur de Edimburgo, la joya templaria de la Rosslyn Chapel , más recordada por el desenlace del Código da Vinci que por la balada de Scott que narra el prodigio del incendio sin combustión cada vez que muere un St.Clair, a quienes estuvo vinculada la capilla desde sus orígenes... Recorremos un poco al azar tierras de Scott de este a oeste, siguiendo el curso del Tweed y sin respetar cronología alguna. En Dryburgh Abbey, una de las cuatro grandes abadías góticas en ruinas de los Borders, visitamos su tumba casi a la intemperie en el ala norte del transepto. Junto a Walter Scott yace el Mariscal de Campo y Comandante en Jefe de las Fuerzas Británicas durante la Gran Guerra , Douglas Haig, cuya incompetencia llevó a la muerte a más de 400.000 de sus hombres en la batalla del Somme. El duque de Buchan, que había fundado la Society of Antiquaries of Scotland en 1780, compró Dryburgh Abbey a finales del siglo XVIII e hizo de ella un lugar pintoresco aménagé. Junto a las ruinas construyó una mansión, que es ahora un hotel de lujo. La abadía sigue siendo propiedad privada. La cripta se alquila para bodas. Allí asistimos a una de esas farsas en que los hombres se visten con kilts. Poco postín y música enlatada, como la cerveza que se servía en la recepción.
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A pocos kilómetros de Dryburgh está Abbotsford, la soberbia mansión que se hizo construir Scott en 1817-1819 en el antiguo emplazamiento de una granja. Su interés por la arquitectura y el paisajismo lo llevaron a participar activamente en el proyecto. La mole del edificio, con torreones y ventanales góticos, tiene algo de impostura, como suele suceder en todo el historicismo romántico. Las orillas del Tweed y el walled garden -un jardín colocado en una terraza que estalla polícromo bajo el plomizo cielo de lluvia- y los interiores de madera –los 7.000 volúmenes de la biblioteca están ahora en un almacén, pues Abotsford va a permanecer cerrada por obras hasta 2013- desmienten, sin embargo, lo que el exterior de la casa tiene de decorado.
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En la entrada de Abbotsford nos llama la atención un grabado de gran calidad, “The meeting of Burns and Scott in Sciennes House, Edimburgh”, realizado a partir de una pintura regular de C.M. Hardie, que días más tarde, veremos en la Lady Stair ’s House and Writer’s Museum de Edimburgo. Se trata de una escena doméstica, una conversation piece, en casa del profesor Adam Ferguson, quien, sentado en actitud patriarcal a la izquierda del espectador, tiende a distraernos de la escena principal, que se desarrolla un poco más a la derecha. Allí, de pie, el poeta Robert Burns, sobriamente vestido de negro, contempla vagamente al rubio adolescente Walter Scott, que ha abandonado hace poco el nido familiar para integrarse en el gran mundo. En el grupo de la derecha está representado, entre otros, Adam Smith. El cuadro es una calculada obra programática. La escena doméstica tiene algo de mesiánico. Scott parece Jesús entre los doctores del templo y su interacción con Burns nos hace pensar en una prosaica vocación de san Mateo. Burns pasa a Scott la antorcha de la “escocesidad”. Los románticos parecen tomar el relevo del grupo de ilustrados edimburgueses que estaban cambiando el mundo. Frente a Adam Smith, en la mente ahora mismo de tantos think tanks, Scott puede parecernos a estas alturas una figura un tanto desdibujada.
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Al oeste de Abbostford, siempre siguiendo el curso del río, están los escenarios de la infancia de Scott, los que dejaba atrás cuando Adam Ferguson lo admitió en sus salones. Cerca de Kelso está Sandyknowe, la granja de sus abuelos, donde se crió solitario y enfermizo y donde escuchó las baladas que narraban la vida de los Reivers, los bandidos de los Borders. Por familia, Scott tuvo desde pequeño estrechas relaciones con los grandes señores de la zona, cuyas mansiones conoció bien. A orillas del Tweed está la interesante Traquair de los Stuart, donde María Estuardo pasó su última noche escocesa. La casa, que se remodeló en el siglo XVI, inspiró en parte la Tully-Veolan de Waverley or ‘tis sixty years since (1814), el best seller sobre la rebelión jacobita de 1745 que lanzó a Scott a la fama. Ganó más dinero con Waverley que Jane Austen con toda su obra. Como Traquair, Tully-Veolan había sido construida en una época “en que los castillos ya no eran necesarios, pero los arquitectos escoceses todavía no habían aprendido el arte de diseñar residencias domésticas”.
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De regreso, en Kelso, cenamos temprano en Oscar’s. El steak de angus de Aberdeen con black pudding es redondo. Merece la pena recorrer Northumberland y los Scottish Borders y detenerse en las butcheries locales. Algunas soportan una tradición de casi tres siglos. Allí se vende la espléndida materia prima que luego cocinan algunos de los pequeños restaurants de la zona. Allí se confeccionan extraordinarias meat pies, que es aconsejable ingerir acompañadas de una bitter ale espesa. Nosotros, como Scott, somos grandes aficionados a la cerveza oscura. Mientras cenamos, recordamos a Néstor Luján. Siempre prefirió la cocina inglesa a la italiana.
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* Teresa Barjau (Barcelona, 1957) es catedrática de Lengua y Literatura Española en el IES Icària de Barcelona. Ha trabajado sobre narrativa de los siglos XVIII y XIX. Es autora de la web sobre novela europea del siglo XIX, Herois de novel-la representants del nostre temps, www.narrativaseglexix.com. Junto con el profesor Joaquín Parellada, ha publicado en los últimos años dos ediciones de Tormento, de Pérez Galdós (Crítica, 2007; Vicens Vives, 2010)....
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1 comentario:
Una crónica gustosa, aleccionadora, de britanofilia serena, que induce el viaje mental al leer. Apetece dar las gracias a la autora.
Juan Martínez de las Rivas
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